El coleccionista de rubias

Rebar

L a primera que se le conoció en espectaculares exhibiciones públicas fue Susana Giménez. En una fiesta del bonaerense Alvear Palace, entre nubes de humo de los tabacos más caros del mundo, Huberto Roviralta sacó a bailar a "Su". Fue mucho antes de que se popularizaran los programas "Bailando con cualquiera", que hoy hacen furor. A medida que esa noche crecieron las estrecheces danzantes, nació un idilio: y aquello que comenzara en medio de volutas de humo, cigarrillesco, terminó en un cenicerazo. ¿Se acuerdan? La Giménez se lo embocó en la nariz: y el acierto le costó diez millones de dólares, que Huber le cobró al ganarle una disputa por "destrozo nasal": cinco millones por fosa.

Animado por esa victoria en el verde césped del dólar, el caballero decidió continuar practicando su deporte favorito: el polo; montar bien y darle al palo. ("That`s the question").

Durante un partido, a un costado de la cancha, "Toni" Otero Monsegur lo miraba extasiada desde un banco... el Banco Francés, del que su padre fuera propietario. El "Rovi" la descubrió desde su caballo: fue hacia ella, desmontó y la invitó a montar. Rubia, sexy, "cachondera", "Toni" le cambió la invitación por una visita a su apartamento 4 x 4 (todo terreno) donde pensaba deslumbrarlo desfilando en lencería fina, una de sus pasiones. Pero, no tardaron en advertir que era innecesario disimular con el envase la efervescencia del contenido. Medio año de relación... cambio, y afuera.

Tercera en el marcador surgió Déborah, rubia, de 28 años surtidos: fue en Marbella que cruzó miradas fogosas con ese variado currículum; soltera, casada, separada, canilla libre (con cuerito no desgastado), parecía una bella institutriz junto a sus dos hijos. En ese especial estado emocional, "Huber" le ofreció todo su apoyo: y como un buen tutor nunca viene mal, aceptó salir con él y entrar donde le propusiera. El polista "arregló" a los dos pibes con sendos helados "palito"... y los tórtolos se alejaron para jugar a los casados.

Como desde que dejara de tratar a la vedette Flavia Miller, Roviralta le había perdido la pista a las siliconas, un día resolvió actualizarse introduciéndose en la noche porteña. En una fiesta de beneficencia -debía ser para la Gota de Leche- se topó con el busto de OTRA VEDETTE OTRA (la rubia Nazarena Vélez), valla que lo mantuvo a cincuenta centímetros de distancia hasta que ella lo reconoció: los acercó definitivamente el baile, y hecha la recíproca remoción del terreno quedaron citados para la primera excavación.

Ignoro todavía si ésta ya se habrá producido: lo que sí sé es que, de acuerdo a sus antecedentes, a Huberto Roviralta no le costará mucho adaptarse a pasar un ciclo divertido entre el palo y la pala.

[ Buenos Días]

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