Jon Pareles, The New York Times
Cuatro décadas después de su rodaje, Stop Making Sense, un documental de un concierto de Talking Heads, sigue siendo extático y extraño. “Aún es relevante, aunque no en un sentido literal”, dijo David Byrne, el líder y cantante de la banda.
La película, dirigida por Jonathan Demme, se restauró a partir de negativos originales perdidos hace mucho tiempo, y esa nueva versión se estrenó en el Festival de Cine de Toronto y esta semana llegó a Uruguay.Está enCinemateca Uruguaya.
Stop Making Sense es una pieza definitiva de los 80 y una profecía. Su puesta en escena remodeló los conciertos pop. La música mezclaba rock, funk y ritmos africanos, mientras que las letras fragmentadas hacían alusión a la desinformación (“Crosseyed and Painless”), al evangelismo (“Once in a Lifetime”), al autoritarismo (“Making Flippy Floppy”) y al desastre medioambiental (“Burning Down the House”).
“A veces escribimos cosas y no sabemos de qué tratan hasta después”, dijo Byrne. “Hay una sensación de premonición. He visto cosas que escribí y digo: ‘Ah, eso trata de algo que pasó en mi vida después de que escribí la canción’”.
Había habido shows de soul coreografiados y grandes conciertos mucho antes pero Byrne imaginó para su gira de 1983 de promoción del álbum Speaking in Tongues algo distinto: una actuación influenciada por los gestos estilizados del teatro asiático y los cuadros escénicos antinaturalistas y vanguardistas de Robert Wilson.
Byrne hizo un storyboard de cada canción. La primera parte desmitificó la producción, con el equipo detrás del escenario visible y una crew que llevaba instrumentos y plataformas a medida que la banda se expandía. Luego, con todos en su lugar, el concierto se convirtió en una fiesta de baile surrealista, coronada por la aparición de Byrne con un traje enorme, cuadrado y muy holgado, una variación de los trajes geométricos del teatro Noh.
Las cámaras de Demme estaban preparadas para capturar cada movimiento ridículo y mirada aprobatoria entre los músicos. Ahora que la mayoría de los grandes conciertos son extravagancias listas para video, eso parecería normal. En 1983, era sorprendente.
Intelectuales pop.
Sólo unos pocos años antes, Talking Heads no eran candidatos a montar un espectáculo de rock bien planeado. Cuando la banda se hizo famosa tocando en el CBGB de Nueva York, se vestían como chetos y parecían cohibidos y nerviosos.
Formados en el ambiente de escuela de arte de la Escuela de Diseño de Rhode Island, Talking Heads siempre tuvo intenciones conceptuales.
En la cultura acelerada de Nueva York de fines de los años 1970 y principios de los años 1980 —¡punk! ¡disco! ¡minimalismo! ¡hip-hop! ¡arte! ¡teatro! ¡world music! — Talking Heads pasó de una banda de pop-rock esquelética, aullante a algo más rítmico, funky.
Byrne y la banda apreciaron por igual las raíces sureñas y la profunda excentricidad del cantante de soul Al Green (que escribió el primer éxito radial de la banda, “Take Me to the River”) y las repeticiones de James Brown, Philip Glass y Fela Anikulapo Kuti. La banda contrató al también amplio Brian Eno como productor para ampliar su paleta sonora y estrategias de composición.
Si hay una narrativa para Stop Making Sense, es la de un solitario asustado que finalmente encuentra alegría en la comunidad. El concierto comienza con Byrne cantando “Psycho Killer” solo, con una pista de caja de ritmos y mirada sociópata. Al final, está rodeado de músicos y cantantes que cantan, bailan y ríen.
“En una cultura que se centra tanto en el individuo, en uno mismo y en mis derechos”, dijo Byrne, “encontrar algo paralelo que realmente se trate de dar, perderse y entregarse a algo más grande que uno mismo es algo extraordinario. Y te das cuenta de que, ‘Oh, esto es de lo que se trata gran parte del mundo: entregarse a algo espiritual, a la comunidad, a la música o al baile, y dejarse llevar como individuo’. Obtienes una verdadera recompensa cuando eso sucede. Es un sentimiento extático y trascendente”.
Stop Making Sense se había estrenado en VHS, DVD, Blu-ray, pero el audio y el video eran deficientes. Para la restauración, la productora A24 contrató a un experto para que localizara los negativos originales. Estaban, inexplicablemente, en un almacén de Oklahoma de MGM, una empresa que nunca tuvo relaciones comerciales con Talking Heads. Las imágenes han ganado claridad, contraste y profundidad.
“Me di cuenta de que se pueden ver cosas que no se podían ver ni siquiera en la versión original”, dijo Chris Frantz, el baterista. “Ahora se puede ver cada pequeño detalle de la parte trasera del escenario”.
Cuando se estrenó Stop Making Sense, en 1984, el público lo trató como un concierto, aplaudiendo y bailando. En la película no aparece el público.
La banda y Demme filmaron un ensayo y tres conciertos en el Teatro Pantages en Hollywood. Luego eligieron las tomas de audio y video.
La tecnología de la gira era primitiva. Las imágenes en la pantalla provenían de proyectores de diapositivas; las luces no tenían filtros. No tenía coreógrafo: Byrne y las coristas elaboraron movimientos y otros surgieron luego. Tampoco vestuarista: los músicos tenían que usar ropa en tonos neutros, en su mayoría grises.
Sin embargo, la banda tuvo la previsión de grabar la música en un primitivo equipo digital. Eso hizo que la calidad del sonido permaneciera intacta a través en las mezclas para la película, y es una de las razones por las que la película ha envejecido tan bien.
Razones de un culto.
Pero la razón principal por la que Stop Making Sense ha mantenido su reputación como una gran película de conciertos es el júbilo desenfrenado del shows. Los músicos de la banda ampliada son alegres cómplices. Y la pura fisicalidad del concierto, el sudor y la resistencia de los intérpretes, se transmite en la pantalla; en “Life During Wartime”, Byrne da vueltas corriendo alrededor del escenario a toda velocidad.
“Verme a mí mismo cuando era más joven es una experiencia realmente extraña”, dijo Byrne. “Está haciendo cosas que son profundamente extrañas, pero algo inventivas. Pero también es muy serio y está concentrado en lo que está haciendo”. Señaló que hasta el último tercio de la película, no sonríe mucho. “La alegría no es evidente, pero está ahí”, dijo. “Quiero decir, tengo suficiente memoria para recordarlo”.
A pesar de toda su importancia artística, la gira no fue rentable. “No ganamos nada”, dijo Weymouth. Había un equipo y tres camiones llenos de equipo; algunas ganancias cofinanciaron la película. También resultó ser la última gira de la banda. “Podíamos convertirnos en una de las bandas más grandes del mundo en ese momento, bandas de gira”, dijo Jerry Harrison, el tecladista. “Se perdió una oportunidad que hubiera sido divertida para todos nosotros”.