MATÍAS CASTRO
Me podrán tildar de conservador, envidioso e incomprensivo. Me podrán poner el adjetivo que quieran, pero debo ser honesto y decir que no entiendo, y hasta me enoja un poco, la cuestión de los "floggers estrella". Indudablemente se trata de un fenómeno a estudiar y a reconocer como tal. Y debo reconocer que, a su modo, forman una particular farándula entre jóvenes.
El hecho de que niños (o adolescentes con cara de niños, bah) como los argentinos Marco o Cumbio sean objeto de devoción me molesta un poco. Que hayan saltado a la fama gracias a su inserción y uso inteligente de la última de las últimas tendencias, o sea, ser flogger y comunicarse por Internet a través de redes sociales, no me parece un valor. Que estén en la cresta de la ola de la última de las últimas ondas no los hace mejores a mis ojos. El valor se lo pone la editorial que hizo un libro sobre Cumbio porque sabe que venderá muchos libros. El valor se lo da la marca de ropa que contrató a Marco para que sea el rostro de su nueva campaña promocional. Ese es el verdadero valor.
Pero como Cumbio es un flogger famoso, el más famoso, se supone que es cool. Y así ocurre lo mismo con Marco, conocido en los medios argentinos como el "Principito Flogger". El culto a ellos es una de las muestras de esnobismo más ridículas que he visto. Y es ridícula porque se disfraza de análisis de tendencia, de comprensión de los tiempos que se viven y de entendimiento sobre cómo los jóvenes se comunican. Los jóvenes se comunican con ellos así: "Marcos estoy en BsAs quiero conoserte y qe me agas el amorrr", "Che pendejo sos relindo no t iimagiinas cuanto t amo". Las citas y errores son literales de mensajes dejados en la web a estos chicos que no hacen nada más que agregar amigos a sus redes de Internet. La variante de temas puede ser sobre ropa o peinados. ¿Estoy equivocado?