JORGE ABBONDANZA
Se abrió en Buenos Aires una exposición individual de la pintora Linda Kohen, una uruguaya nacida en Italia que llevó trabajos de varias épocas para colgarlos en el Centro Cultural Borges, con curadoría de Sarah Guerra.
Como es habitual en su producción artística, Linda Kohen circula en esta selección por su mundo privado, donde la casa, sus objetos, las rutinas diarias y los seres que la pueblan tienen una presencia dominante. La modalidad con que la artista transita por ese territorio de la intimidad, se ciñe a un lenguaje que ha ido limpiándose de referencias secundarias hasta alcanzar una depuración casi metafísica, sin perder el arco de referencias a un entorno concreto donde la vida transcurre sin perder su discreta dependencia de ese marco, que es no sólo el de los muros y la luz que los baña, sino además el de los afectos y la memoria que los enriquece silenciosamente. La economía de medios que Linda maneja para expresarse, otorga a cada obra el valor de un ritual y por lo tanto trasciende la apariencia circunstancial de cada situación, ahondándola para que asuma el calado de una mirada sobre la existencia familiar, la permanencia de ciertos lazos o el sentido perdurable de algunos episodios de cada día.
En su muestra del Centro Cultural Borges, la artista eligió piezas pertenecientes a cinco series de su producción, como Las horas (de 1976), Soledades, La casa, La mesa y Un día, enhebrados entre sí por alusiones comunes a la vida doméstica, a los muebles cargados de significado, como la cama, y a las presencias que habitan esos espacios, comenzando por la suya. Porque hay algunas obras que son autorretratos donde el ojo de la pintora mira su cuerpo en el acto de trabajar, de comer o de pintar, como si la figura se plegara sobre sí misma convirtiéndose en la cámara que registra sus desplazamientos a través de un enfoque angular (los pies que marchan, las manos que descansan en la falda) enemigo de las imágenes frontales que devuelve el espejo. En esta ocasión, la artista incluyó junto a sus pinturas algunos dibujos escasamente coloreados que denotan la desenvoltura de su trazo y la voluntad testimonial de su temática.
Nacida en Milán en 1924, Linda Olivetti -convertida en Kohen luego de su casamiento con Rafael, que murió hace algunos meses- se radicó junto a su familia en Montevideo cuando tenía 15 años. Estudió inicialmente con Pierre Fossey y Eduardo Vernazza, pero en 1946 se mudó a Buenos Aires y allí hizo cursos con Horacio Butler. Volvió al Uruguay dos años más tarde, se incorporó al Taller Torres García y continuó pintando mientras su vida familiar seguía adelante. Hacia 1979 se radicó en San Pablo, donde los Kohen vivieron seis años, pero desde 1985 mantiene su domicilio montevideano, aunque con largas temporadas (mayormente veraniegas) en El Peñasco, la casa que Rafael y ella han mantenido en un cerro de los alrededores de Maldonado y que se convirtió en tema para una serie de pinturas, además de ser un centro de otras actividades en las que ella participó activamente, como el pequeño zoológico, la huerta, la crianza de animales o el desarrollo de una flora notable.
Conviene saber que a lo largo de los años, Linda ha expuesto su pintura no sólo en Montevideo y Buenos Aires, sino también en Washington, Nueva York, Miami, Rosario de Santa Fe y Punta del Este, a través de las cuatro décadas de una trayectoria sin pausa. Su presencia en el Centro Cultural Borges es ahora otro eslabón en esa intensa carrera, donde cabe destacar su instalación El laberinto, una enorme escultura articulada de biombos monocromos, que levantó en 2005 en las salas del Centro Cultural de España. Es una mujer con capacidad, dedicación y energía fuera de serie.