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Secretos de un mago sin galera

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Foto: Federico Fazzari.

En su familia había dos curas y tres monjas. Daniel K fue monaguillo pero ganaron las diabluras. De niño vivía en el piso y lastimado. Sus padres le compraban libros y juegos de magia para apaciguarlo.Hizo su primer show pago con 12 años y no paró. Estudió Comunicación, Analista en Marketing, teatro e inglés con miras a adquirir herramientas para ser un mejor mago. Tiene en cartel Mentiras Verdaderas(viernes 23:15 en Undermovie), yel 1° de julio estrena Cuentos Imposibles, un show para toda la familia que se exhibirá durante vacaciones de julio también en Undermovie.

—Tu padre era zapatero y hacía magia en las comidas de domingo, ¿cómo eran esas sobremesas?

—Lindísimas. Tengo dos tíos curas y tres tías monjas y nos íbamos todos a la casa de mis abuelos paternos después de la misa de los domingos. Mi padre hacía magia, otros hacían obras de teatro, y cantábamos.

—¿Cuál fue el primer truco con el que te maravilló tu padre?

—Tapó un pajarito de juguete con una servilleta de tela, me dijo que cerrara los ojos, y cuando los abrí me hizo sacar la servilleta y ya no estaba. Tendría cinco años. Cuando crecí me di cuenta de esa tontería de cerrar y abrir los ojos. Pero me maravilló y creí en la magia.

—¿Todavía tenés esas cintas que veías en cámara lenta para descubrir los secretos de David Copperfield y otros programas de magia?

—Tengo los VHS guardados de recuerdo y los pasé a DVD. No existía el cable, grababa lo que pasaban los canales de aire o conseguía de otros países porque intercambiaba con otros magos. Es más, tengo un cuaderno con anotaciones y cada vez que necesitaba buscar un juego iba a ese catálogo.

—Ibas mucho a La casa de los chascos y ya te conocían, ¿qué comprabas y qué hacías con eso?

—Compraba todo lo que tenían de magia y de chascos porque también me gustaban mucho las bromas. Cuando tenía ocho años ya animaba fiestas con esos jueguitos, que eran cajas o cartas con dibujitos, diferentes al típico mazo.

—Empezaste haciendo trucos en reuniones familiares, ¿cómo conseguiste el primer show pago?, ¿quién te contrató y cómo fue?

—Me contrató un amigo de mi padre cuando tenía 12 años. Yo ya venía trabajando en los festivales de teatro de mi colegio, pero era gratis. Esa vez me pagaron 20 pesos y una porción de torta. Era algo simbólico. Me fue bárbaro. Si bien los primeros años hacía magia para niños, se enganchaban los adultos. Salvo un show que me terminaron tirando croquetas de papa y pildoritas, el resto fueron muy buenos.

—¿Cuándo decidiste que querías hacer de la magia tu profesión?

—Cuando quise acordar estaba haciendo shows. Empecé con ese y durante el año habré hecho 12 más. Al año siguiente dupliqué a 24 espectáculos. Y cada año incrementaba la cifra. Lo hacía en paralelo al liceo, pero ni miras a vivir de esto. Cuando terminé sexto ya tenía un trabajo, ganaba un sueldo importante y vivía con mis padres, o sea que todo era ahorro que invertía en magia. Estudié comunicador televisivo, teatro y perfeccioné el inglés para trabajar afuera. Iba una vez por mes a Buenos Aires a hacer cursos. Hice Analista en Publicidad y me recibí de licenciado en Comunicación con una tesis sobre magia en la televisión. Lo hice por hobby y porque me aportaba para mi profesión de mago.

—A los 14 años conociste a Alfredo Panizza, aficionado a la magia, y hubo un antes y un después en tu carrera, ¿no?

—Sí. Yo hacía trucos solo para que me aplaudieran y él me enseñó que había que pensar en el público más que en el propio mago. Entendí que la magia tenía que transmitir y comunicar.

—En el primer congreso de magia advertiste que no hacías magia sino trucos, ¿cómo lo descubriste?

—Tenía 16 años, hacía shows y magia cuando salía de los boliches y me sentía un crack. Juan Tamariz dio una conferencia y habló del amor por la magia, de trascender el truco, de transmitir cosas, buscar la psicología. Me di cuenta de que lo yo hacía no era magia, sino jueguitos. Volví y me frustré. No quise hacer magia por un tiempo. A partir de ahí empecé a estudiar, a dedicarme de lleno en cada juego, a ensayar, a pensar cómo comunicar, qué decir, qué hacer.

—¿Cuándo dejaste de andar todo el día con el mazo de cartas en el bolsillo?

—Hace diez años. Si bien sigue siendo mi hobby, aprendí a separar un poco el trabajo de la vida. A veces alguien me pide un truco y prefiero no hacerlo. Siento, además, que la magia no se puede realizar en cualquier lado, precisa un espacio ideal, y la gente tiene que estar predispuesta.

—Dijiste que cualquiera accede a los secretos de los trucos gracias a las nuevas tecnologías, ¿recurrís a internet para buscar juegos?

—No. Tengo muchos libros y viajo. Accedo para ver tendencias, miro videos sobre historia de la magia, o recibo material, aunque trato de tener los libros originales. Me resulta extraño leer en la computadora, prefiero estudiar con el libro abierto, rayar con lápiz, subrayar.

—En tus shows cuidás la escenografía, las luces y trabajás el guión, ¿la comunicación con el público puede ser tan o más importante que el truco en sí mismo?

—Es fundamental. El truco puede ser bueno, la escenografía lindísima y la música acorde, pero si no mantenés al público cautivo se pierde la magia.

—¿Lográs leer al público apenas salís al escenario?

—Los primeros tres o cuatro minutos son cruciales y sirven de termómetro. El primer juego lo uso siempre para medir al público. En esta obra hago un preámbulo hablado y con un par de chistes mido si la gente se ríe o no. La idea es que sientan que no voy a ofenderlos, ni hacerlos quedar en ridículo.

—Probaste todo tipo de magia hasta que descubriste que la de salón y con humor era tu fuerte, ¿por qué no te funcionaron las otras?

—Porque era malo. En una época David Copperfield era lo que se tenía que usar. Yo era joven e hice un par de espectáculos con grandes ilusiones y chicas que bailaban, pero no me sentía cómodo y la reacción de la gente no acompañaba. Es más, cuando dejé de hacerlo mi madre me dijo, qué suerte que abandonaste porque no eras bueno. También hice magia callejera tipo David Blaine. Lo mejor es no imitar, sino tomar algo de todos y encontrar un estilo propio. Y el mío es la magia de salón con humor. Siempre cuido el equilibrio: quiero que la gente se vaya de mi show más asombrada de lo que se divirtió. O igual, pero nunca que digan, cómo me reí y no me acuerdo de la magia.

—¿Hoy sería inconcebible ver a un mago con mujeres bailando alrededor?

—Copperfield desde hace años tiene asistentes de ambos sexos. El truco de cortar a la mujer al medio tenía una simbología positiva: mirá la fuerza que tiene la mujer. Pero se fue desvirtuando y se pasó a la cosificación. En los últimos espectáculos que vi en Las Vegas el mago hace grandes ilusiones sin la asistente. Hay otros donde se sigue utilizando la tarea pero en conjunto.

—¿Qué importancia le das a la ética en la magia?

—Mucha. Tratar de no "prostituir" el secreto, ya que en internet a veces está muy a la luz del día. El mago enmascarado ha servido para sacar muchos aficionados pero éticamente no está bueno. Y la ética entre colegas: si hay un juego que me gusta demasiado y lo hace otro mago debo pedirle permiso para realizarlo. No plagiar. Yo utilizo magia clásica de hace más de 100 años pero trato de hacerlo a mi manera.

—Se rumoreó que cuando fuiste como invitado a Consentidas pediste que editaran el tramo donde hablabas de Judy del Bosque, ¿es cierto?

—Hice un comentario desafortunado que no sumaba ni restaba y pedí que lo editaran por el respeto y cariño que siento por Judy. No la mencioné, fue algo genérico, pero me parecía que no valía la pena.

—¿Tenés buena relación con ella?

—Sí, claro, cada vez que organizo actividades es de las primeras en anotarse. Ha hecho un gran trabajo porque no es muy común la magia hecha por una mujer en el mundo.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Foto: Federico Fazzari.

DANIEL K

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