Redacción El País.
Croupier, dealer de mesas de póker y también vedette de candombe, la uruguaya Cecilia Lalinde está instalada en Estonia, donde fue contratada por uno de los casinos más exclusivos del país europeo. Instalada en la capital Tallinn, la ciudad medieval mejor conservada de la región, cuenta de su rutina en pleno y crudo invierno y sobre cómo llegó a un destino tan exótico y sus planes a futuro.
La artista oriunda de Fraile Muerto reconoce que debe moderar su energía latino a un ritmo de vida más “cerrado”. “No hay que olvidarse que este país fue parte de la Unión Soviética hasta 1991 y eso es una marca. Al estonio le cuesta abrirse, confiar… Había que hablar bajito y elegir muy bien con quién relacionarse.Son muy cálidos y respetuosos, pero ponen esa barrera”.
—¿Cómo llegaste a Estonia y por qué?
—Por recomendación de una amiga uruguaya, que trabaja en Casino también. Ella se había postulado para el trabajo aquí en Tallinn y si bien quedó seleccionada, resolvió luego no tomarlo y me recomendó. Yo estaba viviendo en Porto Alegre pero con la inundación me quedé sin trabajo y tenía que decidir qué hacer. Me postulé y luego de las entrevistas quedé para el trabajo. Llegué el 14 de setiembre pasado. Soy dealer en torneos de póker aquí en Estonia, algo que nunca imaginé pero estoy muy contenta y todos los días comiendo el país y aprendiendo más de esta cultura.
—O sea que ya te habías ido de Uruguay…
—Sí, también estuve en Suecia trabajando en un casino por dos años. Después volví a Uruguay para tomarme vacaciones con la idea de regresar pero a otro trabajo en Bélgica. En ese interín cambia la legislación de Bélgica y se necesitaba tener pasaporte europeo para trabajar. Como no lo tengo, se truncaron todos los planes y no sabía qué hacer. Entonces surgió la posibilidad de Puerto Alegre para trabajar en una sala de juegos. En Brasil, es ilegal pero está culturalmente aceptado y de hecho hay casinos muchos más grandes de los que tenemos en Uruguay. Trabajé un buen tiempo en esa sala; la pasé bien. Aunque al no ser un casino establecido, sigue siendo algo clandestino, lo que en el fondo me hacía un poco de ruido. Muchos jugadores me conocían porque yo trabajé mucho tiempo en el Conrad y ellos eran habitués. Pero esa etapa se terminó con el desastre de las inundaciones.

—¿Cómo es tu trabajo actualmente en Estonia?
—Trabajo en un un casino boutique que es propiedad de Tim Heath, uno de los hombres más millonarios de Australia. Él lo abrió como para venir a jugar y encontrarse con sus amigos. Realiza eventos porque es jugador de póker, así que la especialidad del casino es esa. El mundo del póker es muy particular: vienen personas de todo el mundo a jugar y se conocen todos. Viajan juntos y hacen negocios también. Tim se especializa en criptomonedas, así que también se reúne todo ese mundo. Mi trabajo es ser dealer (organizar las partidas, repartir los naipes) en las partidas y torneos. Estos días hubo un torneo muy importante que costaba 50.000 euros la inscripciones y estaban todos los número uno. Es muy interesante porque hay gente de todos lados, de Malta, de Finlandia, de Ámsterdam, de Australia… Luego de las partidas, se sientan, se ponen a charlar y empiezan conversaciones sumamente interesantes: se pasan contactos, se forman negocios, se ayudan entre ellos. Además del juego, socializan y se toman decisiones que implican millones y millones de dólares.
—¿En qué idioma te manejás?
—En inglés constantemente. También hablo portugués con unos compañeros que son de Portugal. De todos modos, el 80% de las personas hablan ruso, En el casino soy la única latinoamericana, pero en cuanto al trabajo y la comunicación con los jugadores, el inglés es el idioma oficial. Incluso los jugadores de habla hispana, suelen comunicarse en el inglés.
—¿Es habitual la propina? ¿Cuál es la propina más alta que recibiste?
—Sí, es habitual. Como se trata de un casino boutique, no hay una magnitud grande de jugadores. Pero en mi experiencia me han llegado a dar más de 10.000 euros de propina en un día de trabajo. No se da todos los días.
—Fuera del trabajo, ¿qué has podido conocer del país?
—Es un país exótico para nosotros. Había estado en Europa, pero esta zona es totalmente diferente. Para ponerte un ejemplo: la mayoría de las casas y apartamentos tienen sauna, hasta los monoambientes. Es lo normal para ellos. La ciudad me parece increíble: recorrí todo lo que llaman Old Town, que es espectacular, te traslada a otro tiempo realmente. Estoy esperando que venga más el verano para ir a Tartu, que es una ciudad universitaria que está a una hora de acá. Tallinn tiene un aeropuerto internacional con vuelos para todos de Europa, a precios muy accesibles. Así que cuando tenga días libres me dedicaré a recorrer.

—Estamos en invierno, ¿Qué tan crudo es?
—Es difícil, mucha nieve y temperaturas de 10 o 15 bajo cero. Se ve mucha de nieve, así que es complicado hacer cosas al aire libre. Estoy esperando el verano con ansías.
—¿Qué extrañas de Uruguay?
—Además de los afectos, lo que más extraño es algo inexplicable: el sol. No hay sol acá en invierno. Yo trabajo de noche y cuando me levanto, pasado el mediodía, hay una especie de luz que parece artificial en realidad. Es una luz blanca pero el sol directo no existe. En Uruguay está todo el tiempo y uno lo tiene asimilado que cuando falta, se hace notar. Todos tomamos vitamina D acá porque nos falta el contacto solar.
—¿Y la forma de vida qué tan diferente es?
—Muy diferente. Aquí la gente es muy para adentro. Nada que ver a cómo somos los latinos o como soy yo, que estoy siempre expresando, hablando. No hay que olvidarse que este país fue parte de la Unión Soviética hasta 1991 y eso es una marca. Al estonio le cuesta abrirse, confiar… porque quedó en su cultura que hablar de más es peligroso. Había que hablar bajito y elegir muy bien con quién hablar y relacionarse.Son muy cálidos y respetuosos, pero ponen esa barrera o te miran raro si sos de otra forma. Yo de a poco me voy adaptando, porque la idea es yo adaptarme, no que la gente se adapte a mí. Es muy interesante también cómo estoy viviendo ese proceso porque en el fondo uno se termina adaptando al ecosistema donde vive.
—Integraste varias comparsas como bailarina y vedette. ¿Qué pasó con el candombe en tu vida?
—El candombe siempre está. Es como el primer amor, nunca se olvida. Pero obviamente hoy estamos un poco distanciados. En Uruguay yo hacía mucho sacrificio para salir en una comparsa, porque vivía y trabajaba en Punta del Este y viajaba casi que todos los días a Montevideo para ensayar o las presentaciones. Así que también llegó un momento que se generó un desgaste. Yo también quería crecer en lo mío que es el Casino, crecer económicamente, y lo dejé un poco de lado, agradecida por todas las experiencias. Lo llevo conmigo misma y acá mismo, en Estonia, me pongo un candombe y bailo en mi casa. Ya volveré.

—¿Qué planes tenés?
—Cada vez que hago un plan, viene la vida y la cambia. Así que por el momento voy a seguir trabajando acá. Y después, veremos qué oportunidades aparecen. Estoy tratando de inteligentemente ver dónde pongo mi tiempo, dónde pongo eh mi presencia. Por ahora es acá. A largo plazo, mi horizonte es volver a Uruguay con mucho más herramientas de las que tengo. Estoy abierta a irme a trabajar a algún otro país de Europa o en los Emiratos Árabes, o sea, siempre estoy abierta a seguir un poquito avanzar un poquito más, siempre que me sirva económicamente, culturalmente y en el aprendizaje. Quiero que mis padres vengan a conocer esta parte del mundo que no tiene nada que ver con nada y en eso estoy.