El 27 de agosto hizo exactamente once años que se nos fue el Polaco. Fue un sábado frío de invierno y Goyeneche ya llevaba 48 días de internación cuando llegó la terrible noticia: a las 14.30 horas, víctima de un paro cardiorrespiratorio, falleció quien, a través de su estilo de canto y de vida "inauguró todo un cosmos tanguístico al fabricar climas, en voz y en gesto, en cada uno de los tangos, como si se tratara de un decorado añadido y preciso" tal cual lo describió en memorable nota publicada en Clarín el gran periodista argentino Jorge Göttling. Porque Roberto Goyeneche fue bastante más que un buen cantor de tangos. Fue un intérprete por todo lo alto del vocablo. Puso alma y corazón en cada obra que encaró, añadió a su excelente voz de barítono el tono emotivo y el gesto exacto para dar el énfasis y el sentimiento que el poeta quiso dar a su obra; por eso se decía con gracia y justeza que El Polaco cantaba hasta los silencios de cada tango. Y al final de su carrera, cuando una disminución de su capacidad vocal ya era notoria, disimuló lo que en otro artista hubiera significado el pase a retiro definitivo con un crecimiento asombroso de su capacidad interpretativa, que reunía las mayores virtudes de un cantor y de un actor. Con toda justicia, entonces, Goyeneche ocupa un sitial de privilegio entre los tangueros de todos los tiempos. A once años de su partida, la admiración que despertó entre todos los amantes de la música rioplatense sólo ha sabido crecer, así como la añoranza por su voz, su fuerza interpretativa y su estilo magistral. La muerte no ha detenido una historia que nació biológicamente el 29 de enero de 1926 cuando vino al mundo Roberto Goyeneche en el seno de una familia tanguera y artísticamente en 1944, cuando ganó el concurso de cantores organizado por el Club Federal Argentino, lo que le significó el ingreso automático a la orquesta que dirigía Raúl Kaplún. Una historia que se extiende luego por la orquesta de Horacio Salgán, año 1952, por la de Aníbal Troilo —1956-1964— y que luego comprende la etapa de solista, que llega hasta el día de su internación. Una historia además que seguirá emocionando y conmoviendo a todos mientras exista un disco de los muchos que grabó el Polaco que atesore todo aquel caudal impresionante de voz y sentimiento que este ponía en sus interpretaciones. Once años es un lapso insignificante de tiempo en la vida de un país, pero puede ser cruelmente largo si se viven sin la compañía de Goyeneche, por más que el disco y las películas nos acerquen de continuo su estampa y su mágica forma de cantar el tango y nos proporcionen una forma de disimular su ausencia. Una ausencia que no será cubierta jamás en el firmamento tanguero, pues Goyeneche es un cantor irremplazable en todas sus facetas. Es como dice Horacio Arturo Ferrer en su tango "El Gordo Triste" —impresionante homenaje a Troilo— que Goyeneche supo cantar como ninguno, fruto tal vez de la amistad que tuvo con Pichuco y la admiración que profesó por su condición humana y musical: "¿quién repite esta raza, esta raza de uno...?".