"Hay un odio patológico de Occidente a sí mismo"

| La cuestión. ¿Hay una identidad de Europa que tenga futuro y por la que se pueda trabajar con todas las fuerzas?

La respuesta / Sin raíces

Hombre fuerte de Juan Pablo II, el cardenal alemán Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, no tendrá el carisma del polaco, pero sí el peso intelectual como para llevar a la Iglesia católica en tiempos complicados. Uno de los teólogos más respetados de Europa, Ratzinger apuesta más a las palabras que a los gestos. Su polémica con el filósofo Jurgen Habermas, por ejemplo, es relevante en el pensamiento europeo. En Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, Islam (Península, distribuye Océano), firmado a medias con el filósofo Marcello Pera, deja bien claro el papel de la religión y la familia en su visión del viejo continente.

Un primer elemento es la "incondicionalidad" con que se deben presentar la dignidad humana y los derechos humanos como valores que preceden a cualquier jurisdicción estatal. Estos derechos fundamentales no son creados por el legislador ni otorgados a los ciudadanos, "sino que más bien existen por derecho propio, el legislador ha de respetarlos desde siempre, están dados con anterioridad a él como valores de orden superior". (...) Que haya valores que no son modificables para nadie es la auténtica garantía de nuestra libertad y de la grandeza humana; la fe cristiana ve en esto el misterio del Creador y de la condición de imagen de Dios que ha otorgado al hombre.

(...) El fijar por escrito el valor y la dignidad del hombre, la libertad, igualdad y solidaridad al lado de los principios fundamentales de la democracia y del estado de derecho, implica una imagen del hombre, una opción moral y una idea de derecho que no son en absoluto obvias, sino que son de hecho factores fundamentales de identidad de Europa que deberían estar garantizados en la futura Constitución europea.

(...) Un segundo punto en que califica la identidad europea es el matrimonio y la familia. El matrimonio monogámico, como estructura fundamental de la relación entre varón y mujer y al mismo tiempo como célula en la formación de la comunidad estatal, ha sido modelado a partir de la fe bíblica. Este ha dado a Europa, tanto occidental como oriental, su rostro particular y su particular humanidad, también y precisamente porque la forma de fidelidad y de renuncia aquí trazada tuvo que ser conquistada de nuevo una y otra vez, con mucho esfuerzo y sufrimiento. Europa no sería ya Europa si esta célula fundamental de su edificio social desapareciera o cambiase esencialmente. Todos sabemos lo amenazados que están el matrimonio y la familia. Por una parte, mediante el vaciamiento de su carácter indisoluble con formas cada vez más fáciles de divorcio, y, por la otra, mediante la difusión de una convivencia de varón y mujer sin la forma jurídica de matrimonio.

En llamativo contraste con todo esto, los homosexuales demandan que se confiera a sus uniones una forma jurídica, más o menos equiparable al matrimonio. De esta manera nos salimos del conjunto de la historia moral de la humanidad, que, a pesar de todas las diferencias de formas jurídicas, nunca ha olvidado que el matrimonio, según su esencia, es la unión particular de varón y mujer, que se abre a los hijos y así a la familia.

No se trata de discriminación, sino de la cuestión de lo que es la persona humana en cuanto varón y en cuanto mujer y de cuál unión puede recibir una forma jurídica. Si, por una parte, la unión de varón y mujer se aparta cada vez más de formas jurídicas; si por otra, la unión homosexual se considera cada vez más del mismo rango que el matrimonio, entonces estamos antes una disolución de la imagen del hombre, cuyas consecuencias no pueden ser sino extremadamente graves.

El último punto es la cuestión religiosa. No quisiera entrar aquí en las complejas discusiones de los últimos años sino poner de relieve solo un aspecto fundamental para todas las culturas: el respeto a lo que para el otro es sagrado, y particularmente el respeto a lo sagrado en el sentido más alto, a Dios, algo que es lícito suponer que se de también en el que no está dispuesto a creer en Dios. Cuando se viola ese respeto, se pierde algo esencial de una sociedad. En nuestra sociedad actual, gracias a Dios, se multa a quien deshonra la fe de Israel, su imagen de Dios, sus grandes figuras. Se multa también a cualquiera que ofenda al Corán y las convicciones del Islam. En cambio cuando se trata de Cristo y de lo que es sagrado para los cristianos, entonces la libertad de opinión aparece como el bien supremo, y limitarlo sería amenazar o incluso destruir la tolerancia y la libertad en general. Pero la libertad de opinión encuentra su límite en esto: que no puede destruir el honor y la dignidad del otro; no es libertad para mentir o para destruir los derechos humanos.

Aquí hay un odio de Occidente a sí mismo, que es extraño y que solo se puede considerar como algo patológico; Occidente intenta, de manera loable, abrirse lleno de comprensión a valores externos, pero ya no se ama a sí mismo; de su propia historia ya sólo ve lo que es execrable y destructivo, mientras que ya no está en situación de percibir lo que es grande y puro.

Muchas palabras

Hay muchos libros de Ratzinger en español. Algunos de ellos son de temas religiosos (El espíritu de la liturgia, La iglesia, rostro de Cristo), biográficos (Juan Pablo II) o académicos como Dialéctica de la secularización, sus diálogos con Habermas.

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