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Las mayorías ya no son silenciosas

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Lo que pasó en la noche del miércoles fue muy significativo. Antes, cada vez que el sindicalismo llamaba a una propuesta masiva, más allá de la mayor o menor respuesta de los trabajadores, quienes discrepaban con la medida marcaban un bajo perfil.

Frecuentemente se daba el caso de muchas personas que eran contrarias a una huelga y no sindicalizadas que, de todas formas, se abstenían de asistir a los lugares de trabajo, para evitar ser estigmatizadas con el viejo e infamante mote de “carneros”.

En otro tipo de protestas, como las marchas multitudinarias, quien no estaba de acuerdo solía no asistir, optando por un silencio precavido.

Pero la noche del miércoles pasado, todo cambió.

La decisión del Pit-Cnt de convocar a un caceroleo fue de una falta de dignidad tan obvia, que las habituales mayorías silenciosas esta vez no callaron.

Replicaron de manera fuerte y clara que la central sindical no tenía ningún derecho a protestar así contra un gobierno que a escasos días de asumir, gestiona una crisis sin precedentes de manera ejemplar. El olor a podrido de un aprovechamiento demagógico del miedo y los perjuicios que afloran por la emergencia sanitaria, generó en esas mayorías una saludable reacción de rebeldía republicana.

El olor a podrido de un aprovechamiento demagógico del miedo y los perjuicios que afloran por la emergencia sanitaria, generó en esas mayorías del país una saludable reacción de rebeldía republicana.

Se terminó el temor a los prepotentes, a los que fundamentan su posición menoscabando al adversario y atribuyéndole siempre la defensa de intereses espurios. La decisión de estos autoproclamados adalides de la moral no solo fue severamente cuestionada por la opinión pública, sino que además generó espontáneamente una contraprotesta, que consistió en salir a cantar el Himno Nacional, a la misma hora. Incluso en las redes sociales se leyeron innumerables testimonios de ciudadanos que declaraban haber votado el año pasado al FA, pero que consideraban totalmente injusta una protesta de este tenor.

Fue tal la indignación que la central sindical se vio forzada a recular: sacó de la galera que el caceroleo “no era contra el gobierno”, como si este método de protesta que nació contra el dictador Pinochet y se replicó contra los tiranos de varios países de América Latina, fuera un modo normal de relacionamiento entre partes. El presidente del Pit-Cnt Fernando Pereira empezó entonces a desplegar todo tipo de malabares retóricos. A medida que los periodistas que lo interrogaban le transmitían la bronca de la gente, él seguía relativizando y pasterizando una decisión cuyo carácter confrontativo era inocultable.

En el colmo del afán autojustificatorio, declaró a radio El Espectador que “buscamos mil opciones y no encontramos otra que esta” (sic). Qué poca imaginación, ¿no? Pero sin duda el momento en que se lo vio más a la defensiva fue al ser entrevistado por Daniel Castro en canal 4, a escasos minutos del inicio de la desafortunada convocatoria.

Allí jugó a victimizarse, denunciando que quienes lo criticaron “no le dejaban ejercer su libertad de expresión”. Curioso comentario, que presupone que la libertad propia se garantiza solo invalidando los argumentos en contrario del prójimo. Y más curiosa aún, proviniendo de alguien que se sienta todos los días al lado de Marcelo Abdala, un dirigente que pasó a la historia por la proeza de haber felicitado al narcodictador genocida Nicolás Maduro “en nombre de todo el pueblo uruguayo”.

En su estrategia defensiva, Pereira usó la técnica goebbeliana de atribuir todos los males a un solo enemigo, y el cartón ligador fue, cuándo no, el diario El País. Sin nombrarnos, se quejó de “un solo diario” que es el que supuestamente lo agravia. Recomendamos en cambio a Pereira que lea el editorial de El Observador de ese día, cuyo título, “Miseria y mezquindad”, lo dice todo. O que escuche las declaraciones del frenteamplista Alfredo García en el programa “Esta boca es mía”, abominando de la decisión sindical. También puede leer las opiniones contrarias a la protesta, nada menos que de la secretaria general de Adeom, Valeria Ripoll.

O preguntar si son todos editorialistas de El País los miles de uruguayos que salieron a los balcones antenoche, para entonar el himno y aplaudir al personal de la salud.

Lo importante de todo esto es que algo quedó demostrado: las mayorías ya no son ni serán más silenciosas. Frente a la prepotencia, la arbitrariedad y la demagogia, los uruguayos, más allá de sus preferencias políticas, no callan más.

Así que es bueno que tomen nota de esta experiencia: antes de volver a disparatar, tengan en cuenta que después la reculada puede ser muy vergonzante.

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