Ícono de la decadencia

A partir de ahora, cada vez que alguien quiera explicarle a un extranjero cómo es la gestión del Frente Amplio en la ciudad de Montevideo, no será necesario nada más que llevarlo a conocer el recientemente inaugurado “Parque Mauá”. Inaugurar con épica y orgullo semejante monumento a la decadencia -con vidrios rotos, ruinas por todos lados y vegetación cubriendo las edificaciones- sirve para visibilizar con total claridad la desidia estructural con la que la izquierda gobierna la capital.

Durante años, quienes viven en Barrio Sur y Palermo -y buena parte de la ciudad- esperaron una verdadera valorización de ese predio privilegiado de la rambla. Un espacio estratégico, con historia, frente al Río de la Plata, capaz de convertirse en un polo cultural, turístico y económico de primer nivel.

Esperábamos un proyecto atractivo, ambicioso y osado, algo que ayudara a revertir el proceso de degradación notorio en el que se encuentra esa parte de la ciudad. Hubiera sido claramente preferible entregar la explotación del área a la iniciativa privada, con obligaciones claras hacia la comunidad y el espacio público. Existió un proyecto presentado por la empresa que opera la conexión fluvial Montevideo-Buenos Aires, que contemplaba infraestructura portuaria, espacios públicos abiertos y áreas comunes gratuitas. Un proyecto ambicioso, de largo plazo, que podía transformar de verdad una zona hoy deprimida.

También hubo otro proyecto que planteaba torres de vivienda y oficinas, un centro de conferencias y un parque público. Claro, ambos proyectos iban de la mano de la inversión privada, privilegiaban la sinergia público-privada y requerían comprender que la empresa privada puede ser, muchas veces, una gran aliada de lo público.

Pero como ninguno de los intendentes parecía tener claro qué quería para Montevideo, y como un “grupo de vecinos del barrio” se movilizó para que nada pasara, finalmente nada pasó.

La postura de estos vecinos de Barrio Sur, que celebraban como propia la inauguración de las ruinas, es conocida. Muchos son los mismos que tampoco quieren que pase nada en el predio de la ex Facultad de Veterinaria.

Deberían releer -o leer- a Jane Jacobs, quien, sin ser ni por asomo neoliberal, siempre destacó el valor para la ciudad de las zonas con usos mixtos: comercios, empresas, viviendas y plazas. La idea de que todo deba ser una gran plaza o un centro cultural completamente público es un camino inequívoco hacia la pérdida de valor de los espacios.

Lo que se presentó el viernes fue realmente mínimo. Da gracia y pena ver el orgullo con el que tantas autoridades nacionales, departamentales y municipales se reunieron para anunciarlo. Se limpió el terreno, se realizó algún restauro parcial, se pintaron las ruinas y se instalaron unos pocos focos de iluminación. Nada más. Grafitis sin control, estructuras provisorias que parecen andamios de obra y una inversión ínfima para el tamaño del anuncio. El contraste entre el relato y la realidad es brutal. Y aun así, se organizó una inauguración oficial, con discursos grandilocuentes y autocelebratorios.

Los discursos del acto inaugural terminaron de desnudar el problema. La alcaldesa casi se conmueve hablando de “justicia urbanística”, “democratización del espacio” y “logros de la ciudadanía” frente a un predio semivacío, sin proyecto ni inversión relevante.

Todo suena más a desesperación por épica y por anuncios que a política pública. El intendente, por su parte, nos avisa que “vendrán más”. Por favor, no es necesario. De verdad.

Lo bueno es que, con los espacios públicos, existe una forma muy simple de zanjar estas discusiones sin caer en debates bizantinos donde todo es opinable. Cuando un espacio público está bien pensado, la ciudadanía se apropia rápidamente de él: la gente lo usa, lo llena de vida, de propuestas culturales, de emprendimientos y de actividades. Más aún cuando se trata de un lugar tan hermoso de la ciudad. Por el contrario, cuando lo que se inaugura es un anuncio apurado, mal planificado y peor ejecutado, la degradación se profundiza, la gente no va y el lugar se transforma en otro predio inhóspito más, de esos a los que los padres dudan en llevar a sus hijos.

Inaugurar un predio en ruinas con épica política sería apenas una tontería en otro contexto. Pero en este caso es algo más: es el símbolo de una época y de una forma de gobernar. De gobernar sin visión de ciudad, sin ambición de grandeza ni de belleza. Montevideo merece mucho más.

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