Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|La violencia en Medio Oriente ha alcanzado niveles de brutalidad que estremecen al mundo. El conflicto entre Israel y Gaza no es nuevo, pero la reciente escalada ha puesto en evidencia una verdad inquietante: cuando el terrorismo se adueña de la escena, la tragedia se vuelve cotidiana y la paz parece una utopía inalcanzable.
Hamás, con su ataque del 7 de octubre de 2023, demostró que su objetivo no es la coexistencia, sino la aniquilación del enemigo. El secuestro y asesinato de civiles israelíes, el uso de escudos humanos y la estrategia de atrincherarse entre la población de Gaza exponen la crueldad de una organización que instrumentaliza el sufrimiento para avanzar su agenda. En respuesta, Israel ha desplegado una ofensiva devastadora, con un saldo de miles de muertos, en su mayoría civiles palestinos. Cada bomba lanzada y cada vida perdida alimentan un ciclo de odio que refuerza las narrativas extremistas en ambos bandos.
La comunidad internacional se encuentra atrapada en la dicotomía de condenar el terrorismo sin justificar las represalias desmedidas. El dilema ético es profundo: ¿cómo erradicar a un grupo que utiliza la violencia como herramienta política sin sumir a toda una población en la desesperanza? La respuesta, hasta ahora, ha sido insuficiente y tardía. Las resoluciones de la ONU quedan en papel mojado, mientras las potencias juegan su ajedrez geopolítico con la sangre de inocentes.
Más allá de lo inmediato, el conflicto Israel-Gaza es un reflejo de un choque cultural e ideológico más amplio. Occidente, con su visión secular y democrática, se enfrenta a una región donde la religión y la política están entrelazadas en formas incomprensibles para muchos. La incomprensión mutua y los intereses cruzados han convertido a Medio Oriente en un polvorín donde la paz es el primer rehén.
Cuando el terrorismo domina la escena, no hay vencedores, solo víctimas. La verdadera solución no vendrá de más misiles ni de discursos incendiarios, sino de un compromiso genuino con el diálogo y el reconocimiento del otro. Pero mientras la violencia sea el idioma predominante, la esperanza seguirá siendo una palabra vacía en una tierra donde la muerte dicta las reglas.