@|Quisiera hilvanar un comentario sobre el reciente llamado a sala de la Ministra de Economía Azucena Arbeleche, en cuanto pareciera marcar un hito en la historia parlamentaria del país.

Me refiero al objeto de ese llamado, según lo definió el propio miembro interpelante, circunscrito a una cuestión puramente ética, ajena a toda percepción jurídica.

En sustancia, se trataba de un acto administrativo dictado por el Ministerio de Economía, por el cual se otorgaba una exoneración tributaria a un jerarca del actual gobierno. Sabido es que los actos administrativos sólo pueden impugnarse por razones de legalidad o de mérito. Pero en el caso ocurrente, el interpelante planteó su llamado a sala invocando una razón de orden moral relativa al proceder de la ministra. Toda una novedad.

La interpelación adquirió entonces un carácter exótico ajeno a los usos parlamentarios, sustituidos por la pretensión más o menos luterana de señalarle a la ministra Arbeleche el camino de la rectitud moral. Y aquí fue cuando empezó a claudicar, toda vez que la impecable exposición de la ministra en el orden jurídico abrió el camino para que el interpelante, ya en solitario, se dedicara a desgranar sus ideas paleosocialistas sobre el mundo actual.

Como se sabe, la moral es un fenómeno psicológicamente puro que se da en la intimidad de la conciencia de cada uno. Por eso se dice que la moral es autónoma, por oposición al derecho que es heterónomo. Filosóficamente, no hay una sola moral, sino que existen varias que, incluso, cambian con los tiempos y los grupos sociales. De ahí la imposibilidad lógica de determinar verdades morales con validez universal. Pretender lo contrario, sería una verdadera aporía, es decir, algo que carece de toda racionalidad. Que fue en sustancia el residuo final de la interpelación (Para quien guste del tema, puede verse con provecho “Filosofía Moral” de Félicien Challaye).