Ignacio de Posadas me prestó un libro. Su título en inglés, “The story of Russia”, escrito por un conocido autor sobre temas rusos, Orlando Figes. Como hubiera dicho Henry Kissinger: “Required reading”. De obligada lectura para entender a Rusia, la situación actual y el porqué de esta terrible guerra con Ucrania.
En solo 300 páginas resume mil años de historia, en un relato interesante y coherente. Su estilo es cómodo, elegante, aparentemente fácil de seguir. Pero su contenido, al margen de incluir anécdotas y citas amenas e ilustrativas, tiene la densidad del mercurio, si lo comparamos con un líquido. Los que hemos leído biografías de los personajes que transitan este libro, como las de Ivan, el Terrible; Pedro, el grande; Catalina II, la grande; Nicolás I; Alejandro I y III; Lenin; Stalin… (no bajan de 500 hojas), así que Figes hace y logra un tremendo y exitoso esfuerzo de síntesis.
Cuenta lo que es clave de Rusia; el relato vivido, enseñado y transmitido de generación en generación, donde no prima necesariamente la veracidad ni la secuencia de las razones, atribuibles a eventos fundacionales o determinantes de su pasado. Más bien son historias de corte positivo, heroicas, que obvian los errores y horrores. Un dato ilustrativo podría ser la decisión en tiempos de Stalin de plantar una gran barrera de árboles para proteger del viento a futuros cultivos. Pero la tierra carecía de los suficientes nutrientes para dicho plantío. La solución pergeñada para dicha obra fue la de traer presos de los gulags, hacerlos cavar fosas, pegarles un tiro en la nuca y luego enterrarlos en donde se llevaba a cabo la plantación (La Hora 25 de C. V. Gheorghin). Más grave aún, su culpabilidad por haber haber sido claves en el puntapié inicial de ambas guerras mundiales. En la primera (compartida con el Imperio austrohúngaro, ya que al movilizar sus tropas indujo a Prusia a atacar y en la segunda, firmando el pacto (Ribbentrop - Molotov, 23/8/1939), que facilitó el ataque conjunto a Polonia. Y es aquel conocido dicho: “No hay dos sin tres…”.
Estos eventos y otros más han sido maquillados por la censura y la educación oficial de los rusos, de los soviets y, nuevamente, por los rusos de la actualidad para justificar sus actos, esconder sus designios imperiales o mezquinos, así como incompetencias y errores de cálculo. Putin acepta algunos de esos cargos pero, al mismo tiempo, se escuda afirmando que las grandes naciones hacen todas lo mismo.
Saliendo al cruce de acusaciones hace referencia a EE.UU., al puntualizar que tiraron sobre Vietnam del Norte -un pequeño país del tercer mundo- más bombas que las usadas durante toda la Segunda Guerra Mundial. No menciona que Vietnam del Norte invadió el sur y EE.UU. trató de defenderlos, como lo hizo con éxito en Corea del Sur. También acusa a EE.UU. por su invasión a Irak (difícil de contrarrestar sus argumentos en este caso), su intervención en los Balcanes, en Libia, etcétera. Putin no quiere y no acepta lecciones occidentales de comportamiento. Los considera un insulto a su soberanía.
Recuerdo una instancia, a principios de la primera década de este siglo, cuando Putin era parte del G 8 o del G-20, reunidos en alguna capital europea. Mirando por TV creí percibir entonces lo ninguneado, que debe haberse sentido por la manera informal y tonta del trato acordado. Bush (h) no le daba ni cinco de atención y Putin seguía parado o sentado solo, al fondo. Debe haberse jurado nunca volver a ser humillado de manera semejante. Él, quien puede destruir al mundo con sus 6000 ojivas nucleares. No era el trato que correspondía, habrá pensado enfurecido. Y así EE.UU. perdió la oportunidad de incorporar a este país. Tantas razones había para hacerlo. Nos unen la tradición cristiana, la raza, la música, la literatura, el deporte, la conquista espacial, la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo islámico, el calentamiento global… Sin embargo, todo eso no se tuvo en cuenta.
La ruptura ocurrió con la expansión de la OTAN. En 1999 Polonia, la República Checa y Hungría fueron admitidos. Putin consideró este hecho como una traición, esgrimiendo la promesa verbal de James Baker, secretario de Estado nortemericano, de no avanzar sobre lo que era la frontera entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Cinco años después: Bulgaria, Rumania, Estonia, Letonia y Lituania fueron admitidas. También Georgia, Moldavia, Armenia y Ucrania desean hacer lo mismo.
El ruso y los suyos se sintieron amenazados por el avance y la influencia de los valores (cuestionables algunos, detestables otros), que terminarían por conquistar a su país, apropiándose de sus recursos. Putin le advirtió a occidente cuál era su postura respecto de las consecuencias de una constante intromisión de occidente usurpando zonas de influencia rusa. Esto no sería tolerado. Rusia dejaría de jugar por las reglas, cansadis de hacer advertencias desoídas.
Sabemos cómo continuó esta controversia. En ningún momento aceptó que esos países quisieran unirse a la OTAN como protección para no ser invadidos (por Rusia (*). Y a la UE, para acceder a un estilo de gobierno no autoritario y gozar de bienestar económico.
Respecto a Ucrania, la narrativa rusa es que es parte de su nación desde sus orígenes, desde tiempos de Kievan Rus, por el parecido de su lengua, su ADN, los lazos familiares e historia. Son hermanos. La secesión de Ucrania fue urdida por intereses maquiavélicos y corruptos y no por el legítimo deseo de ser independientes. Obvió de su análisis el resentimiento causado por la gran hambruna de Stalin (4, 5 millones de muertos) para doblegarlos en los años 30. Putin se confundió. Creyó en ese relato y de allí su error de cálculo. Pensó que podía en un golpe de mano, con unos 120.000 efectivos, adjuntar en pocos días a ese país. Pensó que los recibirían con flores.
Frente a la acérrima defensa de los supuestos “hermanos”, Putin pasó a acusarlos de nazis . (**) Terrible ahora la conquista.
(*) Este año se sumaron Suecia y Finlandia.
(**) Parte de los ucranianos prefirieron apoyar a los alemanes en la 2.da Guerra Mundial.