Paz y arrogancia

Finalizando el año y con un gobierno que lleva 10 meses trabajando, déjenme referirme a la esperanza, esa necesidad intrínseca que tenemos de esperar tiempos mejores, más venturosos, donde prime la hombría de bien.

“La esperanza diferida enferma al corazón” dice la sentencia del Libro de Proverbios.

Es difícil para muchos sobrellevar la idea de algún desencanto cuando se les niega la esperanza.

Se toma como verdad que la esperanza es esencial para la vida…porque ¿como seria creer que las cosas pueden empeorar, esperar el fracaso y anticipar la derrota? Eso es apenas concebible.

Durante los buenos tiempos, quienes se inclinan por el optimismo dicen que la esperanza es indicadora de tiempos aún mejores; en los malos tiempos es consuelo, porque nos sostiene la idea del alivio o del rescate, de una recompensa o por lo menos, de justicia. Sin duda la esperanza es una virtud independientemente de sus resultados ; es un valor intrínseco , un fin en si mismo, aliada del coraje y la imaginación, una actitud positiva llena de posibilidades y aspiraciones.

Esa esperanza vigente que anida en el corazón de los compatriotas, es la que nos debe mantener enhiestos y expectantes por los cambios que se deberían procesar… Esperanza para que la educación se transforme ; esperanza en que la calidad de vida no se erosione, sabedores que la pérdida de seguridad constriñe nuestra libertad. No nos acostumbremos a “festejar” los males menores en materia de seguridad; reivindiquemos nuestros derechos y colaboremos siendo buenos ciudadanos. Esperanza en las reformas estructurales que se deberían hacer…y que debatidas eternamente, alguna vez puedan concretarse: así la reforma del estado que incluya una gestión profesional de sus servidores, así una diligente y beneficiosa inserción internacional, así mejorar la infraestructura existente, así en una actitud de tolerancia y respeto hacia el otro…que debe de primar como premisa previa a todo relacionamiento humano.

Si bien es buena cosa observar como levantaron una copa en homenaje a los 90 años del Presidente Sanguinetti, éste, el Presidente Orsi y los Presidentes Lacalle Herrera y Lacalle Pou, lo que denota una democracia sostenible, también es cierto que no nos ponemos de acuerdo en temas esenciales, que hacen a la vida de la gente.

Seguimos constatando las condiciones de vida de muchos niños y adolescentes. Uno de cada dos de los citados, viven en un lugar que no tiene las condiciones para su desarrollo, según Unicef. La vivienda y el entorno funcionan como un reproductor de la desigualdad social y se entiende por la citada Unicef que el problema no ha sido suficientemente visibilizado en las políticas públicas.

Seguramente no sea el mejor día para expresar estas cosas y habría muchas más de tenor similar. Pero no podemos seguir navegando en el mar de la tranquilidad..., por no abordar corrientes de agua más intensas, que por ahí nos hacen naufragar por momentos, pero que en definitiva lograrán convertirnos en un país en vías de desarrollo y con crecimiento. En buen romance, hagamos transformaciones que nos visibilicen otro Uruguay y no el de la penillanura suavemente ondulada. Con esa penillanura, hay más de 200 mil ciudadanos que viven en 600 asentamientos...

En el fondo somos arrogantes, porque creemos que contamos con todas las respuestas. Nos erosiona el ego. La arrogancia es una fachada que suele esconder un profundo miedo al cambio. El arrogante hace todo lo posible para no modificar su postura rígida frente a la vida. Eso le pasa a nuestra sociedad y a nuestros gobernantes. Con esa aversión al cambio, somos un manual de buenas intenciones y de retórica cansina que no le cambia la vida a la gente. Y el sayo es general...

Y que la esperanza referida, nos traiga paz.

La paz es la condición necesaria para la educación, las artes, la formación de relaciones humanas. Es cuando se puede crear música, levantar las cosechas, construir viviendas y monumentos. La paz le brinda a la sociedad un tiempo para reflexionar que es cuando la mayoría de las cosas buenas tienen su comienzo.

Debemos aprender a convivir, que no refiere simplemente a una situación de trato frecuente. Debemos profundizar dicha convivencia que exige una decisión marcada para lograr un trato sin fricciones, una buena voluntad decidida y firme para evitar el choque a veces involuntario y espontáneo de los reflejos anímicos. Es de desear que el año entrante nos encuentre imbuidos de una predisposición hacia el otro, por lo menos, amistosa; identifiquemos al radicalismo como un enemigo a desterrar e incorporemos la buena fe en nuestros actos, siempre portadora de un haz luminoso en la búsqueda del encuentro.

Y parafraseando a Ortega y Gasset cuando se refirió a los argentinos, enfaticemos.....”Uruguayos a las cosas”.

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