Lord Longford en las fronteras del bien

Luciano Álvarez

El séptimo conde de Long-ford nació en 1905 con el nombre de Francis Aungier Pakenham. Aunque irlandeses, los Longford eran protestantes y militares. Siendo muy joven, Frank -era el apelativo que prefería- renunció a ambas condiciones; también al partido Conservador, al cual se había afiliado a los 20 años.

Tales eventos sucedieron cuando conoció en Oxford a Elizabeth Harman, con quien se casó y tendría ocho hijos. La pareja se integró al partido laborista y más tarde se convirtieron al catolicismo, Frank en 1940 y Elizabeth en 1945.

Longford inició su vida política como candidato laborista por la ciudad de Oxford en 1938, y llegó a desempeñar los puestos de Lord del Almirantazgo (1951), líder de la Cámara de los Lores -entre 1964 y 1968- y ministro de Estado para las Colonias.

Elizabeth fue una activa militante por los derechos de la mujer y se presentó al Parlamento en 1942, y otra vez en 1950. Luego renunció a la política activa, se volcó a la investigación histórica, y obtuvo merecido renombre como escritora especializada en el género biográfico. Frank también desarrolló una vasta obra como escritor. Como su esposa, fue un vigoroso activista de los derechos humanos.

La reforma de los sistemas carcelarios era su obsesión. Cada semana visitaba al menos a un preso, interesándose genuinamente en cada situación y procurando asistirlos.

En 1956 creo la fundación "New Bridge", para la rehabilitación de los presos. Entonces, a su vasta obra agregó una serie de trabajos sobre el tema: "Causes of crime" (1958) y "The Idea of Punishment" (1961).

En 1967 recibió un pedido de visita de Myra Hindley, condenada a cadena perpetua. Elizabeth no dudó en advertir a su marido -entonces Líder de la cámara de los Lores- de lo inoportuno del encuentro.

Cuando su esposa insistió en que no visitara a "ese monstruo", Longford le respondió con calma: "No discrimino a quien ayudo. Ningún ser humano merece ese epíteto, ni está más allá del perdón".

Myra Hindley y su novio Ian Brady eran conocidos como "los asesinos del páramo".

Myra, criada por su abuela, había sido una buena alumna; su cociente intelectual estaba por encima de la media; era líder, atlética y responsable, también era católica practicante. Una crisis emocional, causada por la muerte accidental de un amigo, le hizo abandonar los estudios a los quince años. Su destino se torció definitivamente a los 16, cuando conoció a Ian Brady, un escocés de 23, con antecedentes penales, admiración hacia los nazis y tendencias sado-masoquistas. Su única vocación conocida era el delito.

Luego de abandonar el sueño de convertirse en un gran ladrón de bancos, Brady optó por la violación y el asesinato de niños.

El 12 de julio de 1963 cometieron su primer crimen. A este siguieron otros, cada cual más horrible. En un caso, Myra grabó en cinta de audio los gritos de una niña que rogaba por su vida.

La pareja fue arrestada en 1965. Apenas dos meses antes se había suprimido la pena de muerte en el Reino Unido. El 6 de mayo de 1966, fueron condenados a cadena perpetua.

Si bien los crímenes fueron ideados y cometidos por Brady, quien sufría de esquizofrenia paranoica, Hindley nunca negó su responsabilidad: fue ella quien engañó a los menores para que se subieran a una furgoneta, les condujo hasta su novio y observó cómo las víctimas eran torturadas, violadas, asesinadas.

Treinta años después de los hechos, Myra Hindley, en una carta que publicó el diario "The Guardian", dijo: "Yo conocía la diferencia entre el bien y el mal, y me preocupaba por ello, aunque encerré esos sentimientos".

Esa era la mujer a la que Lord Longford decide visitar en 1967.

Longford insta a Myra, de 25 años, a volver a los valores de aquella joven descarriada a los 16. Pronto, la mujer se muestra convencida de retornar a la vida de fe y recuperar la inocencia perdida. Inteligente, astuta y manipuladora, no tardó en convencer a Frank que había sido corrompida por Brady y estaba completamente regenerada, transcurridos apenas dos años desde su condena.

Longford no era meramente ingenuo; creía por sobre todo en la fuerza curativa del perdón.

Emprende una campaña a favor de la liberación de Hindley, en contra de la opinión de sus compañeros parlamentarios, de la opinión pública y hasta de su propia familia (Elizabeth se unirá a su lucha más tarde, convencida por la inagotable perseverancia de su esposo).

Lord Longford sostiene su campaña durante largos años, en una peripecia llena de indescifrables contradicciones. Por fin, en 1987 se entera, por la prensa, que la pareja acababa de confesar otros dos asesinatos, además de los cinco por los que habían sido condenados. Más doloroso aún resulta que Hin-dley no sólo guardó silencio durante 20 años sobre los dos niños desaparecidos, sino que se negó a informar sobre el paradero de los cadáveres.

El epíteto de "Santo tonto" pobló las portadas de los tabloides británicos y el prestigio público de Lord Longford sufrió daños considerables.

Myra Hindley y Frank tuvieron un último encuentro a mediados de los 90, por pedido de la criminal. Durante el mismo Myra le habría dicho: "Si hubieras estado en el páramo a la luz de la luna cuando fue el primer asesinato, sabrías que la maldad también puede ser una experiencia espiritual".

Aun luego de haber escuchado ese despropósito moral, Longford no renegó de una experiencia que concibió como una exploración sobre el perdón y las fronteras de Bien.

Myra Hindley murió en el 2002, sin recobrar la libertad. En el 2008 Ian Brady cumple su cadena perpetua en el hospital psiquiátrico de Ashworth en Liverpool; quiere morir, no come, pero los médicos lo alimentan con una sonda gástrica, avalados por un juez.

Francis Aungier Pakenham, séptimo Conde de Longford, murió el 3 de agosto de 2001.

Su viaje hasta las fronteras del bien no fue vano. El Car- denal O`Connor, arzobispo de Westminster, ponderó su aporte al insoslayable debate sobre las cárceles:

"Discutir públicamente acerca de la cárcel, las razones por las que alguien debe estar en ella, cuánto cuesta y qué hacer con los presos, es absolutamente fundamental para una sociedad democrática y humana", dijo.

Tony Blair, entonces Primer Ministro, lo recordó como aquel que siempre estuvo dispuesto a "luchar por aquello que nadie tiene el valor de luchar", un hombre apasionado por la integridad y la humanidad, y un gran reformador comprometido con la modernización de la ley y al mismo tiempo profundamente caritativo con las personas".

"Fui muy influida por mi padre", sostuvo una de sus hijas Antonia Fraser, novelista e historiadora: "Parecía que vivía en campaña, era muy valiente, no temía ser ridiculizado, como lo fue en su campaña por la reforma de las cárceles. Bueno... sí, a nadie le gusta que se burlen, pero él siguió adelante."

Recientemente pudo verse en HBO, el telefilm "Longford" (2006) donde Tom Hooper y el guionista Peter Morgan volcaron con singular calidad esta historia.

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