La tarde fría y serena como la mirada de un asesino profesional, observó al hombre de Huracán, desapasionadamente. Estaba sentado en la tribuna con la cabeza hundida entre los brazos cruzados sobre las rodillas. En el profundo hueco que reconocía en el escalón de abajo, gris como la vida, le parecía ahora que podía leer la última línea de una crónica anunciada por las deudas y los abandonos, los desatinos y las divisiones a los que, como en toda familia que se desbarranca, genera la búsqueda de los culpables. Un niño con gorrito blanco, le tocaba el hombro con deditos endurecidos, intentando despertarlo de la pesadilla.
Dejemos la escena de la tristeza de un hombre que sintetiza el dolor de una hinchada y algo peor: la sospecha de que tardarán mucho en retornar a la Primera división. Miremos hacia la otra tribuna, allí donde se canta que de la Boca, de la Boca salió el nuevo campeón. Un carnaval desatado tras el impiadoso cuatro a cero, que ahora mismo disimula toda la mediocridad de un triunfo que sólo pudo consolidarse en el segundo tiempo, cuando la pobreza de Huracán bajó la cortina de sus modestos sueños y no tuvo otra que resignarse a competir en Segunda a partir de la temporada próxima y que por lo menos tenga aspiraciones, como será la de volver nuevamente a la categoría de privilegio.
Un par de horas antes, también los de River celebraron el triunfo con baile sobre San Lorenzo y el estadio, repleto, asistió a una especie de locura colectiva que hacia el final, se había olvidado de la extenuante carga de desaciertos acumulados antes, cuando en el primer tiempo todos se miraban como preguntándose qué hacían allí, ateridos, helados y aburridos.
Pero Boca y River están allí, otra vez dueños de todo, después que Vélez mostró, como la línea de la humedad en las paredes de un río indica la baja de las aguas, hasta dónde se ha caído la calidad del campeonato. Fue el sábado a la noche, cuando Olimpo, un equipo sin un solo dios a su favor, le ganó bien a ese líder que no acertó ni los pases a su propio arquero, en el colmo de la imprecisión y la mediocridad. La mala noche velezana dejó el campo abierto para las alegrías de los grandes en ese domingo de estadios tomados por asalto, por decenas de miles de personas dispuestas a dirimir a grito peleado, quienes son los mas grandes. Una lucha, si se quiere, más entretenida que el propio fútbol que son capaces de jugar "xeneizes" y "millonarios", los dos grandes del fútbol argentino, esos que concentran las parcialidades mayoritarias como lo indica la historia del propio país y su idiosincrasia.
La euforia de los cuatro a cero de los dos, de River y de Boca, sin importar la catadura futbolística de los adversarios, ni la pobreza de los espectáculos, dominó el domingo. Nada más importó. Todo a ganador se apuesta en el fútbol, y mientras se gana se pasa por ventanilla, y se cobra. Ya quisiera ese hombre al que quizás su hijo aún no pudo llevarse a casa, que su equipo fuera un ganador criticado por los periodistas.