REBAR
Según la revista "Forbes", Román Abramovich es el décimoquinto hombre más rico del mundo. Gran mérito el suyo, porque no es fácil llegar a ser multimillonario. Los 23 mil millones de dólares que ha venido deslizando pacientemente por la ranura de su "chanchita", le impusieron renunciamientos de toda índole, privándole de placeres como el de andar en ómnibus: fumar los puchos que van dejando los amigos y, de pasada, afanar los ceniceros; contemplar en una heladería los precios de las especialidades de la casa y, al final, tener que pedir humildemente "uno de crema"... No, no piensen ustedes que con plata todo se disfruta. Hay que saber adaptarse al bolsillo lleno. Es bravo.
El magnate ruso de 41 años ha superado los malos ratos, haciendo algunas compritas que invitan a suponer que dispone de un aceptable poder adquisitivo, nacido tras la caída del Muro de Berlín y cuando Boris Yeltsin también se caía, de puro beodo. Grandes sectores de la economía rusa fueron privatizados, y el joven Abramovich pronunció una frase que, traducida al castellano, significa más o menos "Esta es la mía". Atacó con varias propiedades en Rusia y en la británica Sussex: adquirió, con loable esfuerzo, un televisor de 29 pulgadas y se quedó prendado del fútbol inglés; le gustó cómo jugaba el Chelsea, y decidió apoderarse del Club. Más tarde, hizo lo mismo con el brasileño Corinthians y el CSKA de Moscú.
Creó el rubro "Gastos menores", y ahí descargó las facturas por la compra de diversos yates, dos submarinos, un Boeing 767 y una Ferrari FXX, de carrera. Para matizar esta operación por tierra, mar y aire, les hizo una broma a las autoridades de la ciudad rumana de Brasov, interesadas en adquirir el lengendario castillo de Drácula (construido en 1378 sobre la cumbre de una roca) para transformarlo en parque temático: Roman echó una ojeada a su billetera, vio que con su contenido alcanzaba, y el año pasado les birló el castillito pagando, al contado rabioso, 80 millones de dólares. Palpitando que no iría hasta allí ni en Navidad, buscó un futuro confortable en Londres y mandó construir la mansión más cara de Inglaterra, en la aristocrática zona de Knigtbridge (libre de asentamientos). Valor del bulín, 300 millones de dólares.
Abramovich no puede vivir sin mujer a su lado, sin apremios de hora. Seperado de su esposa, Irina, en 2007, enganchó (sin hallar resistencia) a Dasha Zhukova, una ex modelo compatriota que pasó los últimos tres o cuatro de sus actuales 25 años, jugando en dobles con el tenista Marat Safin, sobre pista acolchonada y a puertas cerradas. Con ella, Román estrenó hace poco el "Eclipse" navegando por el Mediterráneo sin peligro de que confundan a la nave con una barquita de pescadores. Recientemente, el hombre se ha destapado con un regalito para Dasha que no cae en la vulgaridad de las cursilerías terrenas: le ha obsequiado una parcela de 40 hectáreas en la Luna.
¡Bien, Román, bien!... Y dígame: ¿no le sobra algún billetito para UNICEF?