LA MECA | JAVIER OTAZU/EFE
La peregrinación a La Meca es uno de los fenómenos más elocuentes de la globalización, pues salvo la religión islámica, poco más une a la torre de babel de los peregrinos llegados desde los cuatro rincones del mundo.
Bereberes del Rif marroquí y filipinos de Mindanao, chinos del Iugur y sudaneses de Darfur, todos se mezclan en esta ciudad de Arabia Saudita que una vez al año acoge a una población transeúnte de más de dos millones de personas que vienen a cumplir con una de las cinco obligaciones del Islam.
Se oye hablar turco y persa, wolof a los senegaleses, urdu a los paquistaníes, pastún a los afganos, y no hay lengua franca que sirva, pues el árabe solo es el idioma de un tercio de los peregrinos y apenas un quinto del mundo musulmán. Además, es posible ver todos los colores de piel posibles en los seres humanos.
Los hoteles en esta ciudad, que consta, además del santuario, únicamente de hoteles y comercios, están tomados por contingentes de peregrinos de uno y otro país, que cuelgan sus banderas en las ventanas y muestran mensajes en los alfabetos más insospechados.
ARMONIA. Y pese a todas estas diferencias, resulta difícil imaginar hasta qué punto reina la armonía entre los fieles, unidos por el cemento de la fe y olvidados al menos durante esta semana de las barreras de clases y razas.
Contrariamente a lo que sucede en un mundo islámico donde es moneda corriente segregar a las mujeres de los ámbitos públicos, los dos sexos conviven en La Meca con toda naturalidad, y las mujeres cumplen con los ritos de la peregrinación codo a codo con los hombres.
De este modo, La Meca es el único lugar del mundo musulmán donde las mujeres rezan mezcladas con los hombres, sin ser relegadas a esa parte de la mezquita donde pueden ver sin ser vistas.
RITUALES. Ayer era el último viernes previo a los rituales de la peregrinación, que comienzan mañana domingo, y por este motivo la mezquita de La Meca, la que alberga la Kaaba (la Piedra Negra), estaba repleta.
Horas antes de la plegaria de ayer, que es la más importante de la semana en el mundo musulmán, los 18.000 metros cuadrados que ocupa el santuario estaban llenos, además de gran parte de los patios exteriores.
Pacientemente, unos y otros se hacían sitio para colocar sus esteras, bajo un sol de justicia que, en pleno enero, dejaba una temperatura de más de 30 grados en el inclemente mediodía.
Pese a que tal vez dos tercios de los asistentes no entendía al predicador Saud Ibrahim al Charim cuando tomó la palabra, escucharon educadamente su discurso sobre las obligaciones de los peregrinos y la fortuna que tienen de estar en La Meca en estas fechas sagradas.
Los fieles se levantaron después en un ordenado caos y unos se fueron al hotel, otros se dirigieron a la Kaaba y los más hicieron tiempo hasta la próxima plegaria de la tarde, pues en La Meca hay poco más que hacer que rezar, orar y elevar plegarias al Cielo.
Tres horas después, los fieles se presentaban como un solo hombre de nuevo ante el santuario para cumplir con sus oraciones. Igual que un ejército, se postraron, se sentaron o se levantaron a la voz de "Allahu Akbar" (Dios es grande).
Pocos ejércitos hay más diversos y variopintos, y al mismo tiempo tan obedientes.
76 muertos
La peregrinación a La Meca se vio ensombrecida el jueves por el derrumbamiento de un edificio de ocho pisos que durante las celebraciones hacía las veces de hotel para alojar a los peregrinos.
En el último balance emitido ayer en la tarde por el Ministerio del Interior de Arabia Saudita, se indicaba que 76 personas habían fallecido y 62 estaban heridas.