Nuestros ojos se ven enfrentados diariamente a la letra escrita. Diarios, revistas, libros... publican textos, no siempre escritos con corrección.
Además, el trabajo, cualquiera sea su tipo, obliga a la redacción de informes, de comunicados, de cuestionarios.
La enseñanza curricular imparte sus conocimientos a través de la letra escrita.
En resumen, si no sabemos leer y escribir nos sumimos en un mundo laberíntico.
Pero no saber leer ni escribir no significa, exclusivamente, ser analfabetos. Significa, entre otras cosas, no saber dominar las técnicas de la escritura.
A escribir, ¡se aprende!
Nadie nace sabiendo escribir y nadie debe contentarse con los pocos conocimientos que se reciben durante el período escolar y liceal.
En general, los adultos se mantienen indiferentes a sus carencias en cuanto al dominio del lenguaje. Por lo menos, nunca lo reconocen en forma pública porque sería una forma de demostrar, según ellos, que han sido incapaces de aprovechar algo, prácticamente, natural.
Pues no es así. El ser humano está dotado para hablar y lo consigue con la imitación del lenguaje de quienes lo rodean. Hablará bien, hablará mal, dependerá de cuáles hayan sido sus modelos, pero hablará.
En cambio, salvo casos excepcionales, la escritura necesita ser enseñada. Y, resulta evidente que, por lo menos en nuestro país, no alcanza con lo que la escuela da.
Escribir es un arte que se puede aprender. Pero, para hacerlo se necesitan una serie una serie de exigencias:
1) Admitir que es un asunto que no se domina y que, en muchos casos, el no saberlo crea grandes dificultades.
Para varias personas, el enfrentarse ante una hoja en blanco en la que tienen que plasmar, por lo general, las ideas de otro, se convierte en una verdadera tortura. Y esto pasa todos los días y a todas horas en las oficinas, en las empresas, en los laboratorios, en los clubes, en los estudios, en los centros docentes...
Alguien da una orden y otro tiene que plasmar el texto por escrito.
Por otra parte, también resulta complicado escribir nuestras ideas, que tenemos tan claras en la mente. Cuando llega el momento de convertirlas en escritura, se confunden, se entreveran y nos resulta imposible expresarnos con claridad.
2) Saber que cuanto más se practica algo, mejor se hace.
Uno tiene claro que, si deja de hacer gimnasia durante un tiempo, cuando recomienza le cuesta lograr el dominio de los ejercicios.
Intentar no escribir porque resulta difícil es la mejor manera de no lograr jamás una buena expresión escrita.
La mayoría de los adultos evita redactar y, siempre que puede, le pasa el trabajo a otro. Pero, ¡atención! Rara vez le dirá que no sabe expresarse por escrito. Buscará otra excusa para evitar quedar en, lo que cree, una inferioridad de condiciones.
Sin embargo, se aprende a escribir escribiendo.
3) Tener conciencia de que la observación y la imitación sirven de mucho.
La lectura es uno de los medios más eficaces para aprender a escribir. No sólo ayuda a la fijación gráfica de las palabras, sino también enriquece el vocabulario, trasmite, indirectamente, las construcciones, la forma correcta de armar oraciones.
Todos los buenos escritores han sido y son buenos lectores.
4) Sentir verdadero deseo de avanzar culturalmente.
La correcta expresión escrita tiende puentes entre las personas. Si uno puede expresar lo que quiere de tal manera que otro lo entienda, las posibilidades de comunicación se amplían.
5) Reconocer que no es una tarea fácil ni rápida.
Lograr escribir con corrección lleva tiempo y exige dedicación, empeño y deseos.
No basta con saber, teóricamente, determinada regla gramatical, determinada regla ortográfica.
Sólo después de varias equivocaciones el conocimiento quedará grabado. Pero cada equivocación actuará como un paso adelante para el aprendizaje.
6) Aceptar que, como todo conocimiento, necesita de alguien que lo enseñe.
Aprender a escribir no es una vergüenza, sino un orgullo. Quienes deciden hacerlo y se muestran satisfechos de llevarlo a cabo deben ser tomados como ejemplo.
Nada se aprende en la vida sin que alguien, que tiene las herramientas para hacerlo, nos lo enseñe.
¿Por qué, entonces, negarse, sistemáticamente, a aprender la lengua de la que nos valemos todos los días y de la que tanto dependemos?
A escribir, ¡se aprende!
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María Antonieta Dubourg