VERÓNICA RAFFO | FERRERE ABOGADOS
Las relaciones laborales, individuales o colectivas, no son otra cosa que relaciones humanas. Y en tanto humanas, imperfectas y perfectibles. Por ello muchas veces para solucionar problemas laborales no son necesarios grandes cambios legislativos o grandilocuentes discursos, bastaría con aplicar comunitariamente reglas básicas del relacionamiento entre personas. Muchas son las que todos los días les enseñamos a nuestros hijos: respetar al otro, compartir, pedir por favor, dar las gracias, confiar y exigir. Ponerse en "la piel del otro", una receta que nos transmitió nuestra abuela y que recomiendan los expertos en negociación de la escuela de negocios de Harvard.
Perspectivas
Sindicatos y empresarios en general pecan de no aplicar esta máxima. Muchas veces mantienen posiciones maniqueas sobre temas como redistribución, productividad, crecimiento sostenido, tercerización de procesos, sin asomarse a entender lo que siente, piensa y defiende la otra parte respecto de estos temas. Sólo entendiendo al otro, podrán promoverse caminos de encuentro y generarse disparadores de confianza recíproca.
En el caso de las ocupaciones, el Gobierno, desde el año 2005 en adelante, demostró una absoluta falta de capacidad para ponerse por un momento en el lugar del otro. En este tema "el otro" tiene una dolorosa doble dimensión: una infinidad de trabajadores que quieren trabajar y quedan sujetos a la presión de un sindicato sin representatividad, ni voto secreto, ni responsabilidad legal y, por supuesto, las empresas, empresarios, clientes y proveedores que sufren la medida.
Desalojo inmediato
Ahora, sin embargo, para el Gobierno fue sencillo habilitar vía decreto la desocupación por la fuerza de cualquier dependencia pública que sea ocupada por sus funcionarios. Es que basta vivir en carne propia la situación de violencia y despojamiento que supone una ocupación, para tomar conciencia que no tiene nada que ver con el derecho de huelga que protege nuestra Constitución. Padecer directamente la "medida de lucha" logró en pocas horas lo que no habían logrado empresarios, trabajadores ni la propia OIT en cinco años.
El decreto dictado el jueves de la semana pasada determina que ocurrida una ocupación de una dependencia publica el jerarca de la misma "procederá a solicitar el desalojo" al Ministerio de Trabajo. Este organismo en "forma perentoria" tentará una conciliación sujeta a que los "ocupantes depongan su medida en forma inmediata". Si la conciliación no surte efecto, se intimará la desocupación inmediata "bajo apercibimiento del uso de la fuerza pública". Y de proseguir la situación el Ministerio del Interior procederá al "desalojo inmediato" de los ocupantes. Este proceso puede llevar muy pocas horas, como descubrieron los sorprendidos ocupantes de la Intendencia de Tacuarembó la semana pasada.
De esta forma el Gobierno está reviviendo la solución que existía para estos casos antes que el Ministro José Díaz, durante el Gobierno de Vázquez, derogara los Decretos 512 y 286 que habilitaban la desocupación de los lugares de trabajo. La diferencia es que ahora lo hace discriminando al sector privado: esas ocupaciones no pueden ser tan fácilmente desalojadas. Para fundamentar tan desagrante desigualdad, en un par de líneas de los Considerandos del decreto se argumenta que el Gobierno tiene entre sus funciones principales "el mantenimiento y protección de la totalidad de los Derechos Humanos fundamentales" y que los inmuebles ocupados están destinados a la "promoción, desarrollo y salvaguarda" de estos derechos.
Mirar y ver
El derecho al trabajo y el derecho a la propiedad, vulnerados en cada ocupación ¿no son derechos constitucionales que el Gobierno debe proteger? El impacto de las ocupaciones y otras medidas extremas trascienden los intereses de empleadores y trabajadores no ampliados, dejando de rehenes a grupos enteros de la población en general. ¿O no es esto lo que ocurre cuando no hay leche u otros alimentos, seguridad privada, salud privada o transporte público, entre otros?
Una vez más, la actual administración demuestra una asombrosa incapacidad para entender al otro y expone su situación, igualmente sorprendente, de rehén político de las contradicciones del partido de Gobierno y los anacronismos sindicales.
Muchos creemos que Cristo dio su vida por nosotros y lo conmemoramos especialmente en estos días, renovando nuestras esperanzas. Que ese espíritu nos brinde a todos la sabiduría de poder mirar al otro, verlo, sentirlo a nuestro lado y comprender su mirada. ¡Feliz Navidad!