El atraso cambiario como problema

La expansión excesiva del gasto público y el financiamiento del déficit fiscal con deuda externa presionan a la baja el tipo de cambio real.

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Uno de los temas recurrentes de la actualidad es el encarecimiento de nuestro costo de vida medido en dólares. Ese fenómeno, conocido como atraso cambiario, dada su persistencia y su magnitud actual, trasciende el debate académico y pasó a preocupar al sector empresarial que opera en el sector transable, tanto sea exportador o industrial dedicado al mercado interno, dado su impacto adverso en la operativa o viabilidad de su empresa.

Como contracara, los asalariados se benefician, pues potencia su poder de compra de bienes importados y servicios de turismo, tanto en la región como en el resto del mundo. El crecimiento del gasto en bienes duraderos (automóviles) es su demostración más elocuente. Una realidad que atempera la potencia de los reclamos de los perjudicados, generando una disyuntiva en el seno de la opinión pública, del cuerpo político y del propio gobierno. Escenario que incentiva buscar responsables y discernir soluciones inmediatas para lo que es un tema de resolución compleja.

Los datos muestran que el tipo de cambio real tiene una tendencia decreciente constante de más de 15 años, que el propio Banco Central hoy reconoce. Por tanto, es un fenómeno con larga data, que trasciende fases diferentes de nuestro ciclo económico y que términos de intercambio favorables disimularon su impacto sobre el sector transable. Hoy la realidad es otra dada su permanencia, progresividad y dificultades que acarrea. La génesis del problema es fiscal y no de índole monetario. Aunque el Banco Central puede distorsionar el tipo de cambio real de equilibrio, apreciando, durante la ejecución de su política antiinflacionaria, ese efecto es temporal.

En realidad la interrogante es saber cuál es el tipo de cambio real de equilibrio de largo plazo, y su desvío con el actual.

Como se dijo, cualquiera fuera la métrica usada en su cálculo, la apreciación cambiaria viene en aumento convirtiéndolo en un fenómeno permanente. Alguien podría argumentar que la apreciación cambiaria obedece a cambios estructurales que aumentan la productividad total de sus factores de producción, lo cual tiende a apreciar su moneda. Ello se explica por un salto considerable en las capacidades de su mano de obra para generar valor gracias a mejor educación, el aumento de la inversión que a su vez introduce cambio tecnológico, o al desarrollo de nuevas actividades de punta que expanden la frontera de producción. Si bien en nuestro país hubo desregulaciones, mejoras en la infraestructura y las comunicaciones, estas son insuficientes para explicar el nivel de apreciación cambiaria actual. Tampoco la inversión directa extranjera tuvo la magnitud y permanencia que explique esa realidad, porque gran parte de su impacto sobre el tipo de cambio se diluye cuando en alto porcentaje son bienes de capital importados.

Entonces, la forma adecuada de abordar el tema es analizarlo desde la arista del desequilibrio fiscal permanente y su impacto sobre el tipo de cambio real de equilibrio vigente. El exceso de gasto público (de por sí elevado) financiado con ahorro externo en dólares (deuda) es, a mi entender, una de las causales principales de la apreciación del tipo de cambio real. Hecho equivalente a una sobre oferta permanente de dólares, que se asemeja en sus efectos sobre el tipo de cambio a recibir un flujo permanente de inversión directa extranjera. Con el diferencial que esta última ayuda a mejorar la productividad total de los factores de producción y por tanto, genera más crecimiento, en tanto que el gasto público tiene un aporte escaso o casi nulo sobre la productividad, pues en su mayoría se destina a pagar salarios, jubilaciones o transferencias. A su vez, con la característica que ese gasto aumenta el precio relativo de los bienes no transables respecto al sector transable, adicionando presión a la baja del tipo de cambio real. Se puede argumentar que el gasto público es necesario pues genera estabilidad social y protege valores esenciales. Pero eso no soslaya como hecho económico objetivo, su propensión a generar apreciación cambiaria en el largo plazo.

A su vez, en el mismo sentido actúan dinámicas de fijación salarial desalineadas con el valor de la productividad del trabajo, impuesta por acuerdos laborales rígidos. Además las regulaciones innecesarias son equivalentes a un deterioro del tipo de cambio real, que una devaluación nominal de la moneda no compensa. Estos ejemplos sirven para capturar la complejidad de una variable que resume la sustancia esencial del funcionamiento del sistema. Conclusión que señala como regla para mejorar el tipo de cambio real de forma permanente, la ejecución de reformas estructurales en los mercados de factores, eliminar regulaciones innecesarias y reducir el gasto público. Evitar la descoordinación de la política monetaria con la realidad fiscal para evitar adicionales sobre el tipo de cambio real es una regla básica de la buena gestión macroeconómica. Pero la génesis del problema y cómo resolverlo, está en esferas ajenas a los cometidos bancocentralistas.

Por último, el cuerpo político debe entender su importancia para no demorar en la ejecución de reformas. En lo inmediato, entender que la expansión excesiva del gasto público y el financiamiento del déficit fiscal con deuda externa presionan a la baja el tipo de cambio real, proyectándose en una trayectoria donde su daño menor es lastrar el crecimiento. En su efecto más nocivo figura el riesgo de fragilizar la estabilidad macroeconómica, al colocarla en la antesala de una crisis de balanza de pagos. Estamos muy lejos de esa realidad, pero nunca esta demás la advertencia.

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