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Crecimiento económico uruguayo: tendencia y ciclo 2020-25

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Es un cliché decir que las perspectivas económicas para Uruguay están marcadas por un alto grado de incertidumbre.

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Pero efectivamente, hoy las dudas sobre el panorama global, regional y local son mayores a las habituales; incluso más allá de la pandemia. Con todo, en tiempos de presupuestos quinquenales, es ineludible asumir un escenario básico a sabiendas que esta vez su contenido informativo podría ser menor que lo usual.

La variable más importante ha sido siempre el crecimiento del PIB efectivo para el quinquenio. Sin embargo, considerando la implementación de una nueva institucionalidad fiscal en base a una regla que definirá metas estructurales para las finanzas públicas (ajustadas por ciclo), también se vuelven muy relevantes el crecimiento tendencial y la brecha de capacidad. Ésta última, que refleja la distancia de la actividad económica respecto a su nivel de tendencia, puede calibrarse con variables “observables” como el desempleo y la subutilización del capital físico, o indicadores “no observables” como una estimación del propio PIB tendencial.

Actualmente, es obvio que la economía opera lejos de su potencial y del pleno empleo. Considerando que en 2019 el Ministerio de Economía y Finanzas estimaba la capacidad ociosa en 3%, es probable que ahora esté cerca de 10%, dada la caída de la actividad. Como consecuencia, la recaudación impositiva aparece deprimida y menor a la estructural, mientras algunas partidas del gasto público están cíclicamente exacerbadas. Así, el déficit fiscal estructural (ajustado por ciclo) sigue siendo hoy menor al efectivo.

Durante los próximos años, la brecha de capacidad se irá moviendo (cerrando) en función de las trayectorias del PIB tendencial y el efectivo.

El crecimiento tendencial depende de las contribuciones estructurales del capital humano y físico, así como de los aumentos sistemáticos de la productividad de dichos factores. Implementada la nueva institucionalidad fiscal, dichas estimaciones provendrán de una encuesta anual a un Comité de Expertos independientes (analistas, académicos y otros economistas). Mientras tanto, podría asumirse que el crecimiento tendencial de Uruguay, aquel consistente con condiciones externas normales y un uso equilibrado de los factores productivos, está entre 2 y 3%. Una cifra en ese rango surge de asumir supuestos plausibles sobre la inversión en capital físico, el aporte del trabajo, sus calidades e intensidad de uso y la productividad total de dichos factores.

Que el crecimiento tendencial esté entre 2 y 3% no sólo pauta el ritmo de expansión estructural de la recaudación, en ausencia de aumentos tributarios, sino que topea el incremento real anual para el gasto público, tal como quedó establecido en la Ley de Urgente Consideración. Dicha regla es complementaria a la que se fije para el resultado fiscal estructural.

En torno a ese crecimiento tendencial, que tiende a ser muy estable, fluctuará cíclicamente el crecimiento efectivo del PIB, determinado por el contexto global y regional, así como por la evolución del COVID-19 y las políticas macro. Estará también el efecto positivo de la segunda planta de UPM.

Así, tras la contracción del PIB cercana a 4% implícita en el consenso para 2020, que incluso sería más aguda bajo las nuevas Cuentas Nacionales, cabría esperar para 2021 un rebote mayor a dicha caída, luego un bienio de crecimiento sobre el tendencial, para converger a éste hacia 2024-25. Esto también asume que la pandemia —con vaivenes— tiende gradualmente a controlarse, así como y un escenario extrarregional mucho menos desfavorable que el observado en el último quinquenio.

Como he planteado en columnas anteriores, además del rebote del crecimiento mundial liderado por China y Estados Unidos, el mayor impulso provendría de las condiciones financieras más expansivas, la tasa de la Fed en cero por largo tiempo, la debilidad global del dólar y la recuperación de los precios de las materias primas.

Esto también favorecería a Brasil y su moneda, más allá de sus problemas internos, con rebote de la actividad y mejores perspectivas de crecimiento, como ya refleja la Bolsa de San Pablo. La gran duda en la región es si Argentina podrá capitalizar ese mejor entorno extrarregional y cuál serán los efectos netos sobre Uruguay de su abaratamiento en dólares (muy negativo), su reactivación (incierta) y los flujos de personas e inversiones hacia nuestro país (positivos).

En cuanto a las políticas macro locales, el nuevo programa quinquenal debería contemplar una reducción creíble del déficit estructural, quizás hacia el entorno de 2,5% del PIB al final del período, para facilitar una política monetaria (cambiaria) más expansiva, sobre todo en los próximos dos años. Esto requiere una mejor institucionalidad para el Banco Central, prudencia en las políticas salariales y consolidar el incipiente mayor anclaje de las expectativas de inflación. Con eso, dada la capacidad ociosa actual, se podrían seguir validando caídas adicionales de las tasas de interés de corto plazo, quizás al entorno de 5%.

En síntesis, aunque la incertidumbre es alta, Uruguay podría estar pasando de un escenario de “viento en contra” a uno cautelosamente optimista de cierto “viento de cola”. Vendrían probablemente años de crecimiento sobre el potencial de 2-3%, pero con un descenso muy lento de la capacidad ociosa y del desempleo.

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