Revoluciones en paz con final bueno y malo

| A LO LARGO DE LA HISTORIA HAY NUMEROSOS CASOS DE SOLUCIONES Y CAMBIOS DE GOBIERNO A RAÍZ DE MASIVA Y PACÍFICA PRESIÓN POPULAR. SERBIA Y UCRANIA SON ELOCUENTES EJEMPLOS

THE ECONOMIST | LONDRES

El poder del pueblo ha existido durante muchos años. El siglo XX fue tan terriblemente sangriento que resultó fácil pasar por alto el poder de los boicots pacíficos, huelgas, desobediencia civil y protestas públicas en muchas de las grandes sublevaciones de los últimos cien años. En su libro La fuerza más poderosa, Peter Ackerman y Jack Duvall relatan algunos de los hechos: la sublevación popular en Rusia, en 1905, la campaña de Mahatma Gandhi por la independencia de India, la resistencia de los daneses a los nazis, la movilización por los derechos civiles que lideró Martin Luther King en Estados Unidos, el triunfo del sindicato independiente Solidaridad en los tiempos de la dictadura comunista en Polonia, el ruidoso sonido de los caceroleos en Chile, en 1983, que marcaron el comienzo del fin para Augusto Pinochet, las manifestaciones que derivaron en el derrocamiento de Ferdinand Marcos del gobierno en Filipinas, en 1986, las protestas de Tiananmen, China, en 1989, entre otras. Pocos de los mencionados hechos provocaron un cambio rápido de régimen o de situación, pero todos demostraron ser germinales: plantaron las semillas del cambio.

Josef Stalin y Mao Tse Tung se salieron con las suyas, debido a que nadie se atrevió a arriesgar una guerra mundial para enfrentarlos, así como Pol Pot en Camboya y los genocidas de Ruanda también hicieron lo que quisieron porque a nadie le importó lo suficiente como para frenarlos. Pero, los últimos dinosaurios de la Unión Soviética quedaron sin fuerza y hasta los matones que Erich Honecker tenía en Alemania Oriental decidieron no usar la violencia para impedir la masiva emigración de sus ciudadanos a a Occidente, a través de Hungría, lo que aseguró el derrumbe del comunismo en Europa.

DERROTADO. En Alemania Oriental, pequeños grupos de defensa de las mujeres, de los derechos civiles y ecologistas, que habían estado incubando de manera silenciosa en la Iglesia Luterana, de pronto emergieron con confianza. Luego se produjeron concentraciones masivas en Berlín Oriental, Dresden, Leipzig y otras ciudades, de las que surgió el grito de "¡Somos el pueblo!" Fue demasiado, hasta para un sistema despiadado y de control monolítico.

El hecho de que el comunismo fuera derrotado de manera gloriosa e incruenta, hizo estremecer a todos los déspotas del mundo, y causó euforia a los oprimidos. Los implacables blancos racistas que sostuvieron el férreo régimen del apartheid en Sudáfrica, se dieron cuenta que no podían resistir de manera indefinida: más que nunca, el uso de la fuerza, que constituyó su tradicional respuesta a los boicots pacíficos, huelgas, manifestaciones y a los movimientos de defensa de los derechos civiles, los hizo aparecer desesperados, les despojó de toda pretensión de respetabilidad y democracia. En febrero de 1990, Nelson Mandela salió de la prisión, y en 1994, los integrantes del régimen fueron expulsados en elecciones democráticas. El poder popular no fue el único responsable del cambio de régimen, ni todo se hizo sin violencia. El principal movimiento —el Congreso Nacional Africano— tenía una fuerza guerrillera. Pero, las acciones despojadas de violencia, sin duda, jugaron un gran papel en la caída del apartheid.

Si bien el camino era empedrado y el cultivo demostró ser débil, la democratización igual avanzó a lo largo de Africa en la década de los ’90. Países como Benin, Cabo Verde, Etiopía, Gambia, Ghana, Madagascar, Malaui, Mali, Mozambique, Senegal y Tanzania, Uganda o Zambia, se libraron de sus dictadores, avanzaron hacia un sistema de múltiples partidos, y varios fueron impulsados a hacer algo similar, después de una serie de huelgas, manifestaciones y otros actos de protesta pacífica.

AMPLIA REPERCUSIÓN. En Europa, una vez que los más estrechamente controlados satélites de la Unión Soviética habían sido colocados en el camino democrático, Yugoslavia fue el siguiente lugar liberado del autoritarismo y Slobodan Milosevic resultó el gran objetivo de la acción popular. El demagogo de los Balcanes, que había ascendido al poder imponiendo el temor a las masas serbias, fue expulsado en octubre de 2000 por las mismas masas que reaccionaron en contra de él. Después de 13 años, en los que había empobrecido a su pueblo y lo condujo a la derrota en dos guerras, Milosevic intentó ignorar la victoria electoral de su rival. Esa actitud provocó la reacción de los ciudadanos: centenares de miles de personas salieron a las calles de Belgrado, y muchos tomaron por asalto el Parlamento yugoslavo. Fue crucial que numerosos integrantes de la Policía y las Fuerzas Armadas cambiaron de bando.

La onda expansiva de ese derrumbe se sintió en lugares tan distantes como Costa de Marfil, en Africa, donde en el año 2000, las protestas callejeras que invocaban abiertamente el ejemplo de Yugoslavia, expulsaron al general Robert Guei de la Presidencia que había tomado un año antes.

Tiranías más grandes comenzarían a desmoronarse en poco tiempo. El gobierno autoritario de Georgia cayó en 2003 como consecuencia de una revolución pacífica generada, en parte, por tres semanas de protestas que congregaron a decenas de miles de ciudadanos en las calles.

En marzo de 2005 se produjo el colapso del gobierno títere de Líbano, después que casi un millón de manifestantes desafiaron una prohibición a las protestas establecida por los amos sirios que movían los hilos del poder. A fines de abril, las tropas de Siria fueron retiradas de territorio libanés, poniendo fin a 29 años de intervención militar.

A esa altura, el impopular Presidente que estuvo en el poder en Kirguizia —otra ex república soviética— durante 15 años, tuvo que huir después de un mes de manifestaciones que culminaron con una regocijante invasión de varios edificios del gobierno. Le llamaron la "revolución tulipán", a continuación de la cual todas las miradas se dirigieron a otros gobiernos perversos de Asia Central: Kazajistán, Tajikistán, Turkmenistán y especialmente Uzbekistán, cuyo presidente, Islam Karimov, dio órdenes a sus tropas para que abrieran fuego contra cientos de civiles, tras una sublevación por la que culpó a terroristas islamistas.

A VECES FALLAN. No debe presumirse que las revoluciones populares siempre conducen al bien. Algunas pueden estar mal desde el comienzo como en Nepal y algunos países de Africa. Por ejemplo, en Bolivia, sublevaciones masivas se han parecido, a veces, al imperio de la turba. Un país con larga tradición de golpes de Estado —casi 200, entre 1825 y 1980— ha luchado por afianzar la democracia, ha cambiado a cinco Presidentes en los últimos cinco años. Gonzalo Sánchez de Lozada fue expulsado del gobierno en 2003, apenas 15 meses después que triunfó en las elecciones, como consecuencia de violentos enfrentamientos provocados por su plan de vender gas natural a Estados Unidos a través de Chile. "Las guerras del gas", protagonizadas en general por protestas de indígenas, resurgieron al año pasado y obligaron a irse a otro presidente: Carlos Mesa.

Desde el pasado domingo, Bolivia tiene un nuevo presidente, Evo Morales, surgido de elecciones justas en las que arrasó. Por tanto, las políticas nacionalistas e izquierdistas de los protagonistas de las protestas ganaron con el transcurso del tiempo. Pero, ello no sirve de justificativo para las sublevaciones anteriores.

SEGURIDAD Y EL PETRÓLEO PESAN MUCHO

Al iniciar su segundo mandato, el presidente George W. Bush dijo que "es política de Estados Unidos buscar y apoyar el crecimiento de los movimientos e instituciones democráticos en cada nación y cultura, con el gran objetivo de terminar con la tiranía en el mundo".

La promoción de la democracia, ahora es objetivo nacional de países como Gran Bretaña, Canadá, Alemania y Holanda.

También ocurre que las elecciones, en ocasiones, no son libres. Es cierto que las elecciones de por sí no constituyen el sistema democrático. "Como norma, la electocracia no debe confundirse con democracia", apunta Richard Haas —fue director de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado, de 2001 a 2003— en su libro "La oportunidad".

Haas advierte que "no es deseable ni práctico que se haga de la promoción de la democracia una doctrina de la política exterior".

Asia Central está cerca de Afganistán, por lo cual Estados Unidos mantiene una base en Kirguizistán y tuvo otra en Uzbekistán, hasta que fue expulsada en julio de 2005. Uzbekistán también es uno de los países a los que ha "entregado" sospechosos de terrorismo. De manera similar, en función de los intereses de la seguridad energética, ha apoyado a Ilham Aliev, el déspota de Azerbaiján, y dado la bienvenida a la línea de bombeo y distribución que ahora pasa por su país. La política del petróleo también hace difícil que Estados Unidos vaya a apoyar el poder popular en Arabia Saudita y otros países árabes.

DESILUSIÓN "NARANJA"

Quizás los revolucionarios más desilusionados son los militantes "anaranjados" de Ucrania, que vieron como su antiguo héroe, el presidente Viktor Yushchenko, tuvo negativa gestión a raíz de disputas, divisiones y acusaciones de corrupción en el ámbito de su gobierno. Divergencias sobre privatizaciones determinaron la decisión del Presidente de destituir al gobierno de la primera ministra Yulia Timoshenko, quien fue figura destacada de la revolución "naranja". También se desilusionaron con el Parlamento, cuando puso fin con un voto de retiro de confianza al segundo gobierno encabezado por el primer ministro Yury Yekhanurov, por considerar que había cedido demasiado a Rusia en el diferendo planteado por el suministro de gas natural. El gobierno sigue transitoriamente en funciones.

Una encuesta realizada por Freedom House de Estados Unidos, indicó que 60% de los ucranianos, incluyendo 44% de quienes habían apoyado las protestas de 2004, consideran que su país se encuentra en la dirección equivocada.

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