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Por las cumbres de Argentina: la ruta que recorre volcanes de 6 mil metros de altura

En las alturas de Catamarca. Los Seismiles y el Balcón de Pissis constituyen un tramo que concentra las mayores elevaciones del planeta después del Himalaya.

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Porque no todo es playa y turismo de compras.

Por: Cristina Noble / La Nación -GDA

Hay lugares que rozan el cielo: picos nevados de montañas que superan los 6.000 metros de altura sobre el nivel del mar, volcanes que se confunden con las nubes blanquísimas que danzan a su alrededor como fantasmas y se reflejan en el celeste de los lagos, en sus aguas salitrosas que parecen espejismos en un paisaje desértico. Si uno se detiene por un instante en medio de esa inmensidad, algo cambia en la percepción, la emoción se mimetiza con ese paisaje de vértigo y quietud y es el fin de las palabras.

Se trata de una zona cordillerana con las elevaciones más altas del planeta después del Himalaya: Los Seismiles, el tramo de una ruta que serpentea la puna catamarqueña custodiada por cimas de más de seis mil metros, de ahí su nombre. Esos picos se elevan alrededor de la RN 60, desde Fiambalá hasta llegar al Paso de San Francisco, el límite con Chile.

También desde Fiambalá se alcanza el Balcón de Pissis (con 6.792 metros sobre el nivel del mar, el volcán inactivo más alto del mundo). Son 155 kilómetros, pero el tiempo para recorrerlos está sujeto al clima. Se asciende por la RN 60 hasta que, a pocos kilómetros de andar, se inicia un desvío hacia el oeste por senderos de tierra y ripio. En ese momento comienza la aventura propiamente dicha con su cuota de vértigo, porque para acercarse lo más posible a las cimas de los volcanes hay que abandonar la seguridad de la ruta y adentrarse en soledad (es muy raro cruzarse con otras personas) por sendas apenas demarcadas o por meros rastros surcados por otros viajeros.

Este recorrido, en rigor, exige vehículos 4x4 para encarar sus bajadas y subidas por terrenos arenosos y escarpados. Para evitar apunarse, en Fiambalá se venden pastillas de ajo que, según sostienen los baqueanos, ayudan bastante.

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En la ruta de los volcanes.

Mientras se asciende por la alta puna se pueden distinguir campos de piedra volcánica, salares y quebradas. A lo largo de esos precarios senderos, en los que se bordea más de un precipicio, domina el paisaje árido, salpicado con setos amarillentos y arbustos rastreros: son como mojones solitarios en medio de un páramo. En determinado momento, antes del desvío hacia el Balcón de Pissis y tras pasar por el Portezuelo de las Lágrimas, aparece a lo lejos un tono rosado que fascina; no se trata de la luz del crepúsculo: es la laguna de Los Aparejos teñida de color salmón por la gran manifestación de flamencos que en primavera cubre su superficie.

A medida que se avanza, el paisaje se vuelve casi lunar, aunque habitado en ciertos tramos por vicuñas, guanacos, ñandúes, zorros, burros, cóndores y algunos pajaritos. Unos kilómetros más de trepada y el premio bien vale la pena. Después de una fuerte pendiente en zigzag que quita el aliento, se encuentra el acceso al codiciado balcón natural de Pissis.

Desde una altura de 4.520 metros sobre el nivel del mar, la visión panorámica abarca una escena cruzada por líneas en azul, turquesa o verde: son las lagunas del Pissis enmarcadas por destellos blancos que emiten los salares. Como trasfondo, el cuadro se completa con varios de los picos de Los Seismiles: el Tres Cruces, Nacimiento, Olmedo, Dos Hermanas y con sus seis cumbres nevadas, el majestuoso Monte Pissis.

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A medida que se avanza, el paisaje se vuelve casi lunar.

Fiambalá, la base

De vuelta en el pueblo, la propuesta es adentrarse en su cultura centenaria, cuya fundación ocurrió a fines del siglo XVII. De aquella época datan la Iglesia de San Pedro, de adobe, joya de arquitectura colonial que es Monumento Nacional desde 1941 y sigue orgullosamente en pie. Otro punto de interés histórico es el Museo del Hombre, un espacio donde se exhiben objetos encontrados en las montañas cercanas, fotos de andinistas subiendo a Los Seismiles y dos momias incaicas de hace 600 años. Los guías aconsejan no perderse las dunas mágicas de Saujil, montañas de límpida arena de más de 100 metros de altura, ubicadas a solo 10 kilómetros de Fiambalá.

Pasando Saujil y Medanitos, y transitando 30 kilómetros hasta Tatón, se puede ver otro grupo de grandes dunas. Una de ellas es la más alta del mundo, su cima alcanza los 2.845 msnm. Se la conoce por el nombre de quien la descubrió, “Federico Kirbus”, un periodista, escritor y divulgador de la geografía e historia de la Argentina .

Pero hay más. Otro imperdible en Fiambalá son sus aguas termales. No están muy lejos, a solo 17 kilómetros de su pequeño centro. El complejo termal tiene 15 piletas y está en una fantástica quebrada a los pies de la cordillera. En la primera piscina el agua brota a 45 grados de temperatura y cae en cascada. Se recomienda bañarse en esas aguas curativas bajo un cielo estrellado, puede ser una interesante propuesta para ir en pareja (las termas cierran a las 12 de la noche). Otro dato importante: la reserva de turnos para ingresar a las termas se hace, sí o sí, en el pueblo.

Otra visita imprescindible es a los viñedos de la zona: los sabores de sus vinos de altura son reconocidos internacionalmente. Existen pequeñas y grandes bodegas: están las orgánicas artesanales como Abaucán que sólo produce 5.000 botellas al año y otras más industriales como Tizac. Los principales varietales instalados en la región son el Cabernet, el Chenin, el Syrah y el Torrontés.

Vale mencionar que un vino de Fiambalá, el Llama Negra, compitió recientemente con vinos de San Juan, Salta, La Rioja y Mendoza y fue premiado en otra edición del “Concurso de vino artesanal y casero”.

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