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CABEZA DE TURCO

Opinión | La pistola en la sien

Lo mío era mi preocupación obsesiva por no perder el vuelo

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Washington Abdala

Me estaba quedando en su casa. Ya me quería volver a mi país. Era el último día de mi pasaje por allí. Vivía en la época donde recién aprendíamos a decirnos las cosas sin miedo a que nos arrestaran por pensar distinto. Todo era reciente. Mis amigos hacía tiempo que residían en aquel país donde la libertad no era un tema. El avión salía en unas horas. La experiencia con los aviones era casi nula por lo que mi nivel de ansiedad era descomunal. Mi amigo me dijo: tu vuelo sale a las dos de la tarde, tengo que ir a trabajar, te tomás el bus acá a seis cuadras y andá despacio por la nieve, ojo con patinar.

Cuando me levanté a las nueve de la mañana hice mi valija. Me tomé una leche con unos copos de maíz, algo exótico para mí. Miré por la ventana: todo blanco, nunca había visto la nieve.

A las once de la mañana me vino el nerviosismo. Se me ocurrió salir de la casa un rato antes por precaución. Salí, el frío era atroz. Volví.

Me quedé cavilando. En la casa, que era grande y tenía cuartos alquilados, salió un individuo al corredor, me gritó algo y me llamó. Pensé que era de algún país que no conocía, no le entendí el idioma. Me gritó de vuelta bien fuerte, estaba con una campera Levis manchada de grasa y un pantalón negro decolorado. Era un individuo pelirrojo, gesto adusto, un tipo viejo para mí en aquella época. Por alguna estúpida razón pensé que pedía ayuda.

Cuando subí a ver que decía, advierto que me estaba apuntando con un arma. No entendía la razón de eso, solo continué subiendo por la escalera con el revolver en dirección a mi pecho. Cuando llegué, y estuve a medio metro de él, me seguía apuntando. Y me grita: “¿No tienes miedo carajo?” Y no era que no tuviera miedo, es que no entendía en lo más mínimo la situación. Lo miré, no le contesté, gritó algunas locuras más en un spanglish, me pegó en el hombro con el arma y me hizo sentar mirando hacia abajo en la misma escalera. Él se sentó detrás mío a tres escalones superiores. Sus zapatos rozaban mi espalda.

En ese instante, me di cuenta, por la forma de hablar que estaba en un viaje de algo, patinaba las erres, cortaba las frases y decía incoherencias. Nunca giré la cabeza hacia atrás, solo sentía el griterío demencial de su delirio.

De repente, sentí el cañón del revolver en la sien y él tipo gritando “sos nada”. Lo mío era mi preocupación obsesiva por no perder el vuelo, el rechazo al frío, pensé que tenía que ir al baño antes de irme, esas cosas de todo ser “inmortal” que no entiende que lo están por pelar y sigue en su máquina rutinaria como si nada.

Allá, a las cansadas, se calló. Yo seguía rígido como una estaca, absorto creo. Pasó como media hora. Me puse de pie y sin mirar atrás empecé a descender. Al llegar al cuarto de mi amigo, giré mi cuerpo y vi que el tipo estaba dormido, con el arma en la mano, caída y recostado hacia atrás.

Seguí en mis cosas, logré invisibilizar ese momento así me fui a la parada del bus. Me costó llegar al aeropuerto, cuando lo hice, algo pasó con el avión, un leve retraso.

Al rato estaba sentado volando. Empecé a sudar mucho, comencé a pensar esas últimas horas y tomar conciencia que un cretino me pudo haber matado sin razón alguna. Una sensación de angustia se apoderó de mí. No entiendo como no reaccioné, como no me defendí, como no hice nada. Solo dejé fluir todo sin comprender el momento. Hasta hoy sueño con el rostro de ese tipo. Luego supe quién era, su nacionalidad y su alienación. Debí tener pánico, por suerte no me di cuenta de nada. De nada, absolutamente de nada. Gracias a eso estoy vivo.

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