DANIELA BLUTH
Ya le contaste que yo gané el concurso de belleza que organizamos en el club?", pregunta un hombre de unos 60 años con un palo de billar en la mano. "Sí, hasta que te sacaron la peluca y vieron que eras pelado", le contesta otro desde una de las mesas de la cafetería.
Como esa, las bromas en el Club Silver Gate, en la calle Jaime Zudáñez, se suceden una tras otra. A veces son más pesadas, otras de salón. Es que allí se respira aire de camaradería, y camaradería de otra época, de los años en los que había tiempo para conversar, para compartir un cigarrillo y hablar de fútbol, o probar las aptitudes en ese juego que se aprendió de los padres.
Así es el clima en "el Silver", como le dicen los parroquianos de toda la vida, un club que pasa inadvertido en el corazón de Pocitos, pero que está allí hace 90 años. Como él, quedan pocos, aunque ese singular ambiente se repite en lugares como el Club Uruguay, el Club de Golf o La Estacada, todos ellos centro de reunión de jugadores de bridge, "remi", tute, dominó, ajedrez, conga, "canastón" y un larguísimo etcétera, tan amplio como las preferencias de sus asiduos concurrentes.
Algunos nacieron en el fondo de la casa de uno de sus fundadores, otros funcionan en edificios cargados de historia, donde las paredes contagian ganas de sentarse y conversar. Y otras son instituciones deportivas que encontraron en las mesas de juego un gancho para retener a sus socios en tiempos en los que la concurrencia empezaba a mermar.
Las luces dentro del local del Silver Gate, de casi 800 metros cuadrados, están todas prendidas, pero el clima es de intimidad. Si en su interior se permitiera fumar, seguramente una nube blanca lo cubriría todo. Pero ahora no, el aire es limpio y cálido, pues por increíble que parezca allí hay calefacción central a leña. Es un punto nada menor si se tiene en cuenta que la amplia mayoría de sus socios -unos 170- supera las seis décadas. "El 90% somos jubilados y del barrio, aunque alguno viene de un poco más lejos", dice Eduardo Darré, afiliado hace 12 años y saliente secretario de la Comisión Directiva.
El Silver nació en 1921 a impulso de un grupo de vecinos que jugaba a las bochas. "El domingo 25 de septiembre, don Ambrosio Pastorino -bochófilo de alma limpia- junto a un grupo de amigos, inaugura una cancha de bochas en un terreno de su propiedad ubicado en la calle 6 de abril (ahora Zudáñez), entre Luis de la Torre y Francisco Aguilar, acera Sur", cuenta un libro de páginas amarillentas que recoge la historia de los primeros 50 años de la institución. "Su objeto era sencillo y simple: distraer ratos de ocio, hacer camaradería y estrechar vínculos de amistad y vecindad en la práctica del deporte de las bochas".
Se jugaba cuando el tiempo lo permitía, pues la cancha era al aire libre. En verano había gente hasta la madrugada; en invierno algunos ni se sacaban el poncho. Cuando el grupo de jugadores creció, el club se mudó a otro terreno sobre Jaime Zudáñez, a cinco cuadras del anterior. La cancha también era abierta, pero el predio estaba cercado por un muro de ladrillos y la entrada cerrada por un portón de hierro con tejido de alambre. Para evitar la mirada de los curiosos, el portón se revistió con una chapa galvanizada, cuyo brillo dio pie a que "el ocurrente don Vicente Gómez Arosteguy" lo llamara Silver Gate.
Durante años el club se dedicó exclusivamente a las bochas, con resultados exitosos. Muchos de los trofeos de aquella época decoran las vitrinas de la actual sede, cuya cancha significó todo un lujo: era techada. Sin embargo, eso no impidió que el juego cayera en desuso: pocos interesados y un alto costo de mantenimiento. "Hace unos diez años decidimos sacar las bochas y hacer un estadio de billar", dice Darré refiriéndose a las dos mesas de paño verde rodeadas por barandas y cantina como telón de fondo. De todos modos, a lo que más se juega en el Silver es a las cartas.
Todos los días -excepto los domingos- entre las dos de la tarde y las ocho de la noche, unas cincuenta personas se juntan alrededor de las mesas a ejercitar la mente por algún vintén. En general, subsiste la siguiente máxima: el que juega a una cosa, juega a todo. Darío Pimentel, uno de los socios más antiguos, empezó como jugador de bochas, pero se fue adaptando y ahora se suma a cualquier partida. Ex jefe de información del diario El Día recuerda cuando ir al club era encontrarse con muchas fuentes de información. "Siempre me iba con alguna noticia", dice.
Una sola piña. Que durante las partidas los jugadores levantan la voz, eso nadie lo discute. Los hombres más que las mujeres. Los malos jugadores más que los buenos. Sin embargo, no es habitual que se armen peleas, mucho menos que alguien tire una piña. En 25 años jugando al tute "cabrero" en el Club de Golf de Punta Carretas, Ricardo Piria vio un solo intercambio de puños. Los involucrados fueron dos amigos "de toda la vida" y asiduos jugadores en el bar El Golfista. "El que tiró la piña, que fue el que provocó, se autoexcluyó por tres meses, pidió disculpas y a partir de ahí nunca más pasó nada", dice Piria. Después de aquel incidente, son más cuidadosos.
En su caso, influye la naturaleza del juego: en el tute "cabrero", como su nombre lo indica, la gracia está en hacer enojar al otro. "Vos, según la carta que tiras, puedes beneficiar a uno o reventarlo. Y a veces revientas a uno por gusto. O lo haces para beneficiarte tú", explica Piria, que aprendió el juego de sus padres y es uno de los fundadores del grupo que se reúne cada jueves en el bar del club.
En total, hay alrededor de 30 hombres que juegan, pero son unos diez los que van con regularidad. Como se precisan cinco participantes, los que quedan afuera de la ronda aprovechan para comer y tomar algo. Antes compraban pasta en La Spezia y una cocinera la preparaba, pero los tiempos cambiaron, el club creció, y ahora hay servicio de restaurante. Allí corren las minutas, con vino, whisky o refresco, según la preferencia de cada jugador. La gran comilona es a fin de año en la casa de algún socio y, por lo general, no da el tiempo de jugar.
CAEN LA FICHAS. Para el grupo de veteranos que juega al dominó cada miércoles en la sede náutica de La Estacada, en pleno faro de Punta Carretas, la comida es tanto o más importante que la partida de fichas. Se juega antes y después del almuerzo, que preparan ellos y puede ser parrilla, pasta o el capricho del que esté a cargo. Empiezan alrededor de las doce y están hasta las tres o cuatro de la tarde. Paradójicamente, al impulsor del grupo, Nino Pirelli, no le "atrae demasiado" el dominó. "Vengo por los amigos. No me gusta quedarme quieto, por eso no juego, pero hago todo lo demás".
En este grupo, en el que hay dos cincuentones y el resto supera los 60, se toman "pocas copas". Llevan su propia botella de whisky y le ponen un precio a la medida para cubrir el costo. El que toma más, se va con tres o cuatro tragos.
Allí no juega por dinero, pero en la mayoría de los clubes sí. Las sumas nunca son elevadas -entre 100 y 200 pesos- y las pérdidas casi nunca superan los 500. A la conga, por ejemplo, se juega por diez pesos. "En algunos, si no se pone algo de dinero no tienen interés ninguno", advierte Pimentel.
El grupo de tute tiene un sistema de diezmo -que se guarda para la comida de fin de año- y un administrador, Jorge Rossolino, quien lleva las estadísticas.
Damas bienvenidas. La expresión de los veteranos se transforma cuando se les pregunta por las mujeres. Es que desde hace algunos años, por diferentes razones (léase falta de dinero o escasez de socios), casi todos los clubes abrieron sus puertas a las damas. La excepción es el grupo de tute del Golf. En una oportunidad sumaron mujeres, pero "la cosa no funcionó".
"Sin las mujeres era otra cosa, los hombres se insultaban por gusto, ahora hay que cuidarse", reflexiona Pimentel. En el Silver hay dos grupos femeninos que van todas las tardes y una mesa mixta los martes y viernes. Blanquita, Gladys, Fanny, Rosa, Elsa, María Elsa y Ofelia son algunas de las que juegan al "remi", una variante del rummy. Se conocen de toda la vida y cansadas de "recibir en sus casas", se mudaron para el club, donde sólo se tienen que preocupar de jugar. Empiezan alrededor de las dos y terminan sobre las siete, amenizando la tarde con cortados y bizcochos. Cuando alguna cumple años, lo festejan en el club con un almuerzo, torta y velitas. "Por suerte acá son todos muy educados", destaca una de ellas mientras reparte las barajas.
En el tradicional Club Uruguay de la Ciudad Vieja, donde el bridge es un clásico de cada tarde, las mujeres son protagonistas hace años. Primero -y según los estatutos- las esposas de los socios podían usar los servicios del club; años más tarde -modificación de los estatutos mediante- las damas se pudieron asociar por sí mismas. Hoy, son muchas las mujeres que se reúnen con amigas a tomar el té y jugar unas partidas. El Salón Inglés, que hace honor a su nombre con el verde de sus paredes, en el segundo piso, invita a quedarse. Es amplio, luminoso y en verano se puede acceder al balcón sobre la Plaza Matriz.
Como emblema de otro Montevideo, en el Club Uruguay todos los días se juega cartas con un sistema de mesa libre, los sábados hay torneos y los miércoles un after office en el que "un grupo de amigos se junta a conversar y tomar una copa". Empezaron siendo cuatro, ahora son 18. "Uno de nuestros principales problemas es la falta de interés de la gente para juntarse y disfrutar de las viejas tertulias que heredamos de nuestros antepasados. Se ha perdido el tiempo para la conversación", se lamenta el presidente de la Comisión Directiva, Jorge Ucar Easton.
Desde 2006, el Club Uruguay forma parte de la Federación Iberoamericana de Clubes Sociales, lo que le permite a sus socios una suerte de corresponsalía en los clubes más exclusivos de la región, España y Portugal. Entre sus afiliados (alrededor de 200) hay muchos profesionales -sobre todo escribanos- y empresarios.
Las escaleras de mármol, las molduras de madera y la majestuosidad de ese edificio de más de 120 años, lo vuelve un lugar especial. Sin embargo, no es un gigante fácil de mantener. Por eso, Ucar Easton está permanentemente pensando formas de acercar el club a la gente. En las próximas semanas se va a dictar un curso de bridge para principiantes en el que podrán participar socios y no socios (invitados). Pero Ucar Easton tiene proyectos aún más ambiciosos como transformar una parte abandonada del edificio en un lujoso spa, con entrada independiente por Juan Carlos Gómez. Sólo le falta un inversor.
En cualquier caso, el objetivo de estos refugios es siempre el mismo: lograr el justo equilibro entre mantener la identidad y perdurar en el tiempo. Adaptarse sin cambiar la esencia, una cuestión para nada sencilla. Es que justamente parte de su encanto radica en que, al abrir sus puertas, allí se respire aire de otros tiempos.
El club de carlitos
18 de Julio y Convención. Cinco de la tarde. Menos de diez grados a la intemperie. Allí, sobre una mesa de caballete en la vereda, juegan un partido de ajedrez "El Enzo" y "El Depredador". La iniciativa tiene nombre y apellido: Carlos Ferrari, propietario del kiosco de diarios de la esquina. Las partidas de ajedrez "blitz" o "relámpago" -se juega tres minutos por cronómetro- convocan unas 20 personas por día desde 1978. Si uno levanta la vista, un local abandonado quizás materialice un sueño de mucho tiempo: fundar un club donde además de ajedrez haya otros juegos, una cafetería y rincones de lectura.
De política, mejor ni hablemos
De mujeres y fútbol sí, de política no. Así son las reglas -no siempre escritas- en los clubes sociales montevideanos.
En el Club Uruguay, la prohibición de hablar de política está en sus raíces. "Somos liberales y entendemos que cada uno tiene derecho a su pensamiento. Evitamos las discusiones políticas y religiosas", dice Ucar Easton. Y agrega: "No hacemos del club una tribuna política". Sin embargo, los intendentes de la capital son socios honorarios. Siguiendo las reglas de protocolo, al comienzo de cada administración se los invita a almorzar; a Ana Olivera la están esperando.
En La Estacada nadie pregunta sobre las preferencias políticas, aún cuando muchos de sus concurrentes son militares retirados. Por ser vecino, el expresidente Julio María Sanguinetti es socio honorario desde 1985.
Al Silver Gate siempre fueron muchos integrantes de la Suprema Corte de Justicia e hinchas de Nacional; la división política nunca estuvo tan clara. Hace poco más de un año, se afilió al club un asiduo visitante: el nacionalista Gonzalo Aguirre, que vive a pocas calles de allí. Aguirre va los sábados al mediodía, toma una copita, conversa mientras mira alguna mesa de juego y se va. Quienes se cruzan con el exvicepresidente destacan sus conocimientos de tango, basquetbol y caballos. "Se acuerda de todo, da gusto estar con él", coinciden.