MARÍA INÉS LORENZO
Se llamaba "Pingüi" y cada vez que yo iba al baño corría la cortina de la ducha para conversar con él sobre la escuela, mi familia, mis gustos…", recuerda hoy Verónica Sande (19) sobre el pingüino invisible que apareció en su vida cuando tenía tres años, y con el que compartió alrededor de seis meses de charlas sentada en el inodoro.
Los amigos imaginarios no aparecen sólo en películas, sino también en la vida real. Y, contrariamente a lo que suele especularse, no se asocian a conductas inadecuadas. Los niños que refieren esas presencias suelen tener un buen desarrollo de habilidades sociales y lingüísticas, dice el psicólogo Javier Regazzoni.
Es común que quienes hayan tenido uno o varios compañeros imaginarios lo recuerden vívidamente con el paso de los años porque, tiempo más, tiempo menos, ellos fueron parte importante de su infancia, afirma la psicóloga Sandra Jegerlehner.
Con ellos, "el niño genera un espacio para fantasear, conversar, pelear o jugar. Puede expresar así cosas que de otra manera se le haría inviable o no se atrevería", agrega.
El amigo se convierte en una suerte de portavoz del chico. "Puede hacer que sucedan cosas mágicas como no, e incluso puede ser el responsable de actos. Frente a esa situación hay que explicarle al niño que asuma su responsabilidad en el hecho (o sea, que fue él quien realizó tal o cual cosa y no el amigo) sin quitarle la ilusión y fantasía de su amigo invisible", sugiere la experta.
Los amigos imaginarios suelen aparecer entre los 2 y 4 años, a lo sumo 6, que es cuando se incorporan en la actividad escolar, coinciden los psicólogos, y Jegerlehner revela que es más común que salgan a luz en hijos únicos que conviven con adultos y cuya incorporación al jardín de infantes es más tardía.
Respecto a las figuras que los pequeños se crean en su mente, Regazzoni señala que pueden ser juguetes, animales, objetos o personajes, ya sea de dibujos animados o inventados. "Predominan los amigos imaginarios de la misma edad y sexo que su creador, con intereses y preocupaciones similares a las suyas", señala Regazzoni.
Muchas veces adquieren la forma de un hermano mayor o figura protectora, siendo común que le atribuyan sus gustos y preferencias, acota el psicólogo.
La presencia de esos aliados permanece durante más de dos meses en la mente de los pequeños, pero según los especialistas no es problema que se extienda un año. Es más, las conductas sociales del niño al comienzo de la aparición de su amigo suelen ser más imperfectas porque deben lidiar con la frustración que implica comportarse de manera diferente. "Es con el tiempo y a través del pensamiento mágico que implica la presencia del amigo imaginario que el chico encontrará el terreno adecuado para cumplir sus deseos en el momento y lugar que pretenda, recreando una escena de intercambio lúdico y lingüístico, ligada directamente al placer", explica Regazzoni. Y agrega que la presencia de figuras inventadas no sólo se asocia al cumplimiento de un deseo, sino también a la puesta en práctica de las enseñanzas que sus padres le ofrecieron al niño. "De ahí que ellos suelan corregir o dictar las mismas órdenes que recibieron a sus amigos imaginarios, tratando de reprender o corregir sus imperfecciones", analiza el psicólogo.
Socializar. Las figuras imaginarias generalmente ayudan en el proceso de socialización de los pequeños porque en ese terreno ellos abordan las frustraciones y repasan las directrices que recibieron, dice Regazzoni.
Los chicos construyen sus imaginaciones a través de una realidad externa e interna. "Las fantasías parten de problemas reales que ellos mismos tratan de resolver parcialmente dentro de esa fantasía", indica el psicólogo, y subraya que eso no tiene nada de malo.
Los padres no deben realizar consulta cuando sus hijos se encierran con sus amigos imaginarios en un baño o habitación, sino cuando no socializan con sus compañeros de escuela, se los ve retraídos, violentos o con mayor apetito y sueño que de costumbre, sugiere la psicóloga Jegerlehner. Aunque también son signos de alarma las crisis de llantos y temores excesivos o cuando les resulta difícil abandonar el diálogo con su compañero ficticio, dicen los psicólogos. Eso sí, todas esas conductas deben analizarse en estricta relación unas con otras para tener una idea global sobre el comportamiento del niño, señala Regazzoni.
Los padres juegan un papel fundamental cuando en la vida de sus hijos aparecen los amigos imaginarios, y su intervención en los juegos o diálogos que ellos realizan no presenta ningún riesgo, indica Javier Regazzoni, aunque también aclara que al ser una actividad íntima deberá ser el propio niño quien acepte la presencia de mayores. "El rol del adulto ha de ser el de un personaje más, que incluso luego que termine el juego podrá o no (eso es personal) explicarle al pequeño que la presencia de la figura fue creada para ese momento", sostiene el psicólogo, y revela que se podrían generar experiencias ricas respecto a los contenidos que pueden surgir de esas conversaciones. "Los padres podrán observar los miedos del amigo imaginario y el rol que cumple, pudiendo luego relacionar las fantasías, temores y necesidades de la figura fantaseada con las de su creador", dice Regazzoni.
La aparición de un amigo ficticio no connota ninguna gravedad. "Es una manera por la cual los chicos manifiestan su necesidad de vincularse con otros", concluye el experto.