Tres visiones literarias del albatros

Hugo García Robles

LAS LETRAS, para no mencionar otras artes, han consagrado una apreciable batería de referencias que amparan a un amplio catálogo de aves. Allí se acumulan citas ilustres que incluyen ruiseñores, golondrinas, palomas, cóndores y águilas. A veces la mitología ha fraguado como en el caso del ruiseñor y Filomela, personas sucedáneas que otorgan al pájaro una leyenda adicional, generalmente dramática.

Es probable que el albatros no tenga igual prestigio en los diccionarios de símbolos que el águila, definida como "reina de las aves", pero es igualmente cierto que las alusiones y los protagonismos que le conciernen merecen una especial atención.

Por lo menos dos poetas de la talla de Baudelaire y Coleridge y el novelista Herman Melville, con diferentes intenciones y estilos, han recurrido al albatros como parte sustancial de sus obras.

UN AVE PECULIAR. La Enciclopedia Británica se extiende sobre el albatros. Más de doce especies de un ave que se caracteriza por su gran tamaño y, dato muy difundido, por la enorme dimensión de sus alas. La especie exulans es el ave viviente de mayor envergadura: más de 3,40 mts. También el plumaje ofrece variantes. Todos los individuos de esta singular criatura se reconocen por su capacidad para permanecer sin movimiento alguno de sus poderosas alas en extensos planeos apoyándose para ese ejercicio aéreo en las corrientes de viento.

Como se dice en el poema de Baudelaire, el albatros suele seguir los navíos, no para participar de las metáforas y resonancias alegóricas que lo invocan, sino por la muy vulgar necesidad del alimento. El pico de estas aves no desdeña los restos que liberan las embarcaciones.

Se dan cita en islas aisladas de remotas aguas oceánicas y allí cumplen con el apareamiento después del ritual de cortejo que suele ir acompañado de roces de las alas y un graznido bajo. De ese acto proviene un solo huevo blanco de color y de buen tamaño que es empollado por la pareja que lo engendró, turnándose el macho y la hembra en la tarea progenitora.

EL POETA ASIMILADO AL PÁJARO. Ha sido moneda corriente que la virtud del canto haya hecho camino en la poesía lírica cuando de aves se trata. Gorjeos y trinos iluminan con sonidos gratos al oído y la metáfora recurrente responde a esta visión auditiva. En "El albatros" de Baudelaire no es por esa virtud, por otra parte ausente en el ave, el motivo por el cual protagoniza el famoso poema. Apoyándose en la costumbre de seguir las naves, el poeta francés describe al albatros instalado sobre la cubierta y ridiculizado por la tripulación. Se le quema el pico con una pipa de caña corta ("brule-guele") o, se imita su torpe marcha, penosa por el estorbo de sus grandes alas, plegadas "como remos" a sus costados.

Los versos finales dan un sentido a esta doble vida del pájaro. Airoso en la plenitud del vuelo que le permite enfrentar tormentas y reírse del arquero. Pero lo que no pueden las tempestades ni la flecha en el caso del albatros es equiparable a la desgraciada experiencia del poeta: exilado en medio de los gritos, sobre el suelo, sus alas de gigante le impiden caminar.

LLAMADA AL PIE DE PÁGINA. El lector de Moby Dick puede sorprenderse de la descripción y comentarios que realiza Ismael a propósito de la primera vez que vio a un albatros. El hecho de que ese texto aparezca como llamada al pie de página subraya la condición aparentemente complementaria del relato central que es, obviamente, la loca persecución del capitán Ahab tras la ballena blanca. Aparentemente, porque también el catálogo de ballenas en el capítulo titulado "Cetología", al igual que otros no menos explicativos y eruditos en torno al cetáceo que engendra la pasión malsana de Ahab, aportan el mecanismo de un respiro a la acción central. No otra cosa significa el canto de las naves en "La Ilíada" de Homero o el largo tramo sobre la conformación social del estado de Tennessee en la novela de Faulkner Intrusos en el polvo. Y parecería que ese alejamiento temporal del eje principal de la narración alimenta al lector con un reclamo que lo mueve, internamente, a desear el retorno de lo que se ha dejado de lado. Lo diferido cobra, paradójicamente, mayor presencia por su silenciamiento.

En la cita Ismael recuerda esa primera visión del pájaro. La blancura del albatros y su aparición en la nave después de una tempestad conduce su pensamiento hacia lo absoluto. Dios se sugiere en los "ojos inexpresables" del albatros y sus alas resuenan en la experiencia del marinero referidas a Abraham inclinado ante los ángeles. Ismael lo dice a texto expreso: es una experiencia mística la que el ave que no conocía despierta en él. Interroga a un marinero quien le dice que se trata de un "goney", nombre que la gente del mar sajona otorga al albatros. Y el texto no omite la referencia a la balada de Coleridge, que Ismael confiesa no haber leído todavía cuando tropezó con el albatros.

HISTORIA DEL VIEJO MARINERO. En la obra de Samuel Taylor Coleridge, el tramo que se reconoce como "poesía demoníaca", incluye la "Rima del viejo marinero". Es un largo poema en siete partes que reviste una formulación policoral, tejido por las confesiones del viejo marinero al joven invitado de una boda. El marinero cierra el paso al invitado, forzándolo prácticamente a escucharlo, en un relato donde la superstición de la condena que persigue a quien mata un albatros es parte fundamental. Pero otros elementos se suman, con las acotaciones que en el margen del poema va dejando caer Coleridge, como un texto paralelo que sintetiza y complementa el cuerpo central del poema.

En el poema, el albatros es expresión de la condenación y al mismo tiempo de la salvación del hombre porque en los últimos versos se consagra el carácter sagrado de todo lo creado por Dios, el ave incluida. Y el invitado que recibe la larga confesión del marino, después de la confusión en la que lo sume el relato escuchado, amanece, al día siguiente, dice el poema, "más triste y más sabio".

Baudelaire ve en el albatros una parábola de la condición del poeta, Coleridge desentraña de la superstición marinera una lección ética y Melville apunta hacia la divinidad y lo absoluto. Las alas del ave antártica baten en distintas direcciones que no se oponen ni se complementan. Poseen cada una su propio curso y sentido aunque el albatros haya inspirado por igual a Baudelaire, a Melville y a Coleridge.

Creadores con vuelo

SAMUEL TAYLOR Coleridge (Gran Bretaña, 1772-1834) fue poeta lírico, filósofo, y notable crítico literario. Se interesó por la filosofía de Kant y la mística de Boehme, fue el autor de Poemas misceláneos (1796), y junto a William Wordsworth publicó el volumen Baladas líricas (1798), hito del romanticismo que incluía "La balada del viejo marinero". Suelen mencionarse entre sus mejores poemas "Escarcha a medianoche" y "El ruiseñor", y como su principal libro en prosa Biografía Literaria (1817).

Herman Melville (1819-1891) nació en Estados Unidos, y aunque su reconocimiento fue tardío, hoy es considerado uno de sus mejores novelistas. La ruina de sus mayores lo lanzó a una dura vida marinera, reflejada en su obra: vivió entre indígenas, estuvo preso en Tahití, conoció Hawai, y de ahí se embarcó en una fragata de la marina de su país. En 1850 se estableció en una granja de Massachussetts y por entonces se hizo amigo de Nathaniel Hawthorne, a quien dedicó su obra maestra Moby Dick (1851). Sin éxito comercial e incomprendido por la crítica, Melville tuvo que ganarse la vida como inspector de aduanas. También es el autor, entre muchas otras obras, de Los cuentos del Mirador (1856) y Billy Bud, completada en 1891, poco antes de morir, y publicada en 1924.

Charles Baudelaire (Francia, 1821-1867), es considerado el fundador de la poesía moderna. Después de perder a su padre cuando niño, sufrió mucho durante su infancia y adolescencia. Luego bohemio y sifilítico, dilapidó su herencia. Leyó y tradujo a Edgar Allan Poe, y participó en la revolución de 1848. Consumió hachís y se dedicó a la crítica de arte, y en 1856 le vendió a un editor Las flores del mal. Después de su publicación al año siguiente, la obra provocó un escándalo por "ofensa a la moral pública". En Los paraísos artificiales (1860) relató sus experiencias con drogas. Igual que el albatros, supo que las alas de gigante no siempre ayudan.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar