Oscar Brando
VARIAS veces inició Stendhal (seudónimo de Henri Beyle, Grenoble 1783-París 1842) su autobiografía antes de darle forma extensa en Vida de Henry Brulard. Fechado en 1822 se conservó un texto breve que simulaba haber sido escrito luego de la muerte. No era un mal año aquel para sentirse muerto. En 1821 había tenido que dejar, luego de siete años, a su adorada Milán y en ella a Métilde. Pensó pegarse un tiro. En un epitafio deletreado a su salida de Italia había resuelto declararse milanés. El fragmento de 1822 termina con una frase decisiva: "Estaba enamorado de su madre que perdió a los siete años". La afirmación regresa en otro escrito autobiográfico, más decidido, de 1833: "Mi madre era una mujer de muchísimo talento, su padre la había adorado. Henriette Gagnon tenía un temperamento generoso y decidido; lo comprendí más adelante. Tuve la desgracia de perderla cuando yo tenía siete años y ella treinta y tres. Estaba locamente enamorado de ella, no sé si ella se daba cuenta; murió de parto pronunciando mi nombre..."
En 1832 Stendhal parecía haber reunido los motivos necesarios para escribir su vida: había regresado al paisaje italiano que le despertaba la felicidad de vivir y sentado en el monte Janículo de Roma pensaba: "Voy a cumplir los cincuenta; ya va siendo hora de conocerme. ¿Qué he sido? ¿Qué soy?". Sin embargo todavía dudaba: ¿cómo armonizar el placer de escribir esas memorias y de llevar a cabo el examen que su conciencia le reclamaba con el fastidio que al lector podía causar la profusión de los "yo" y los "mí"? La indecisión retrasó la solución. Pero ya en 1835 descubrió que estaba madura: era ahora o nunca y, un poco a los tumbos, comenzó a darle forma al relato de su vida.
En los dos primeros capítulos de Vida de Henry Brulard tantea la materia. Se marea entre los datos, va hacia adelante y hacia atrás, hace el recuento de sus amores..., se define un amante desgraciado. Observa que su vida está encubierta por la vivacidad de las sensaciones y que al escribirla la descubre. Stendhal se debate entre el "yo" romántico y el imperativo clásico de distancia; entre la emoción, alerta por una vida sentimental, y la lucidez de verse en ella desde la serenidad de lo vivido. Para un lector del siglo XXI leer la Vida de Henry Brulard es una experiencia que desacomoda. Acostumbrado a los tormentosos diarios y autobiografías escritas en el siglo pasado, la pregunta de Stendhal: "¿qué ojo puede verse a sí mismo?", tal vez le despierte recelo.
A partir del tercer capítulo Stendhal define el carácter de sus páginas. Ordena la cronología desde el primer recuerdo y traza el dibujo de sus afectos infantiles y juveniles. Su abuelo materno es el "excelente Henri Gagnon", admirador de Voltaire, guía y protector del pequeño Henri, pero algo pasivo ante quienes lo acosan ("hombre prudente a lo Fontanelle que no quería librar batalla por mí"). Los enemigos son su padre, Joseph-Chérubin Beyle, "extremadamente poco simpático", a quien el niño detesta, y la tía Séraphie, hermana de la madre, un espíritu árido y santurrón, que acusa al niño por no haber llorado la muerte de su madre. En el centro, por supuesto, la madre muerta. "Mi madre, Madame Henriette Gagnon, era una mujer encantadora y yo estaba enamorado de ella. (...) Deseaba cubrir a mi madre de besos y que no estuviera vestida...". El recuerdo transgrede, con mentida inocencia, la prohibición del incesto y se asoma al abismo de la necrofilia. Funda sobre esa doble violación la "vida moral" de Henry Brulard.
¿Por qué cambiarse el nombre, preguntará el lector? ¿Se trata, como anuncian la contratapa y otras noticias autorizadas, de una "autobiografía novelada" que exige la invención de un personaje? No es evidente que así sea. El relato es fiel a la memoria infiel de Stendhal. Cuando no recuerda con exactitud dice "creo", "habría que confirmarlo". Si miente un dato luego lo desmiente: no, querido lector, no estuve en la campaña de Austria con Napoleón, como afirmé antes. Un afán lábil de precisión se revela en algunos croquis que el mismo escritor dibuja para que se entienda mejor la escena. El cambio del apellido, más que a un afán novelesco parece responder a la negación del padre; la adopción del Brulard, tomado de un fraile con quien se compara por lo feo, es máscara y estigma.
Hay, en la tupida trama de la biografía, otros itinerarios menos lúgubres. La disposición aristocrática de su mirada le permitió solazarse con las bellas artes: pintura, música, literatura. Se dice que no siempre atinó y en el caso de la música, que fue una de sus grandes pasiones, Berlioz lapidó sus escritos por ignorantes y pretenciosos. Pero tuvo gustos inimputables: no se equivocó con Shakespeare, quiso "hacer comedias como Molière y vivir con una actriz", abominó de Racine y sus rigores. La vida pública se pegó a sus decisiones. Contra su padre y su tía (siempre contra todo, decía Merimée) cultivó un espíritu liberal al tiempo que antiburgués; adolescente, creyó en la Revolución y desde el 18 Brumario transitó los corredores militares y burocráticos de la política imperial admirando a Napoleón. Afirmó sin pudor: "Tenía y tengo aún los gustos más aristocráticos; haría cualquier cosa por la felicidad del pueblo, pero creo que preferiría pasar quince días al mes en la cárcel antes que vivir con los mercachifles".
Fue, a pesar de todo, un hombre interiormente solitario, un egótico abrumado por el tedio que dejó centenares de páginas de reflexiones íntimas. Tuvo briznas de la megalomanía de Goethe; como Merimée cultivó un "españolismo" temperamental. Se lo adhirió a la gran corriente novelística del siglo XIX en la huestes del realismo, pero escribió sin duda para el futuro. Se dio cuenta, y en su Vida de Henry Brulard creó un hipotético lector de 1880 al que le preguntó una y otra vez qué iba a entender él de todo ese mundo. Se equivocó por poco. Inédita a la hora de muerte, Vida de Henry Brulard se publicó por primera vez en 1890. l
VIDA DE HENRY BRULARD, de Stendhal, Buenos Aires, Alfaguara, 2004. Distribuye Santillana. 450 págs.
Historia
EL OBJETIVO de la investigación en ciencias humanas no es sólo adquirir nuevos conocimientos sino también poner en duda el saber establecido. El texto de Diego Bracco: Charrúas, guenoas y guaraníes se caracteriza justamente por replantear una serie de cuestiones relativas a las culturas indígenas del Río de la Plata y su interacción con la sociedad colonial española.
Utilizando una extensa documentación inédita, explora de forma erudita los acontecimientos históricos a lo largo de tres siglos. La presencia española y portuguesa, así como la de los diversos pueblos indígenas, es analizada tanto en sus rivalidades mutuas como en las formas de colaboración bajo sistemas de alianzas siempre cambiantes.
Un actor central fue la sociedad jesuítico-guaraní, que en el límite de la avanzada castellana se convirtió en el principal foco colonizador. Importante también fue la introducción de la ganadería que modificó profundamente los hábitos de vida y que se convirtió en fuente de contrabando, disputas y guerras; es que el espacio de frontera que se generó fue un vasto territorio sobre el que nadie tuvo un poder permanente.
En el transcurso del siglo XVIII se produce un verdadero retroceso de las sociedades indígenas. Además se generó un cerco en el radio de acción de los llamados "infieles" (término usado frecuentemente en los documentos de la época), que en opinión del autor sucumbieron no tanto por las derrotas sufridas en las guerras sino por la progresiva pérdida de su potencial reproductivo. Es contra algunos de estos "infieles" que la Compañía de Jesús mantuvo mayores hostilidades; por el contrario, con los pueblos guenoas las relaciones parecen haber sido de una cierta colaboración.
Las sucesivas fundaciones de Montevideo y Río Grande ejercieron una profunda presión sobre las misiones jesuitas obstaculizando su abastecimiento ganadero. La avanzada portuguesa sirvió además de refugio para todo tipo de individuos indeseables para el régimen español.
Uno de los aspectos centrales y novedosos del libro es la demostración de la preponderancia guenoa en los territorios al oriente del río Uruguay, así como el cuestionamiento de la sobrevaloración que se ha hecho hasta ahora de la presencia charrúa. El autor considera que esto último es producto de la generalización a partir de documentación posterior, y no sería reflejo de la situación real en los primeros tiempos de la conquista.
Pero sin duda una de las afirmaciones más polémicas de Bracco es la que sostiene que "los gauchos fueron el más letal de los enemigos de las culturas indígenas"; la razón indicada es que esos individuos marginales a los intereses e ideología de las autoridades españolas estuvieron en mejores condiciones para competir por los recursos de la región.
La obra, que marca un jalón importante en los estudios históricos nacionales, cuenta además con el reconocimiento de investigadores tan prestigiosos como Daniel Vidart y Eduardo F. Acosta y Lara.
N. R.
Infantil
ES UNA novela uruguaya que de algún modo sigue el modelo de Enid Blyton, por el cual una familia o grupo (que incluye invariablemente niños) va a despejar misterios en escenarios naturales extraños o recónditos.
Esta vez, la familia Cazaventura, integrada por madre, padre, niño, niña y viejo tío, abandonan las pacíficas sierras de Villa Serrana para seguir la propuesta de un ex compañero de liceo de la mamá. Se trata de un brasileño-peruano que no olvida a la vieja amiga de la adolescencia, y que le pide ayuda para despejar misteriosas desapariciones de animales en la Amazonia, donde tiene una hacienda que protege las especies.
Lo interesante del libro no es solamente el concepto de aventura y relato de viaje aplicado a un grupo de uruguayos que se toman una avioneta y atraviesan Sudamérica en busca del bien y la verdad, sino el clima antropológico que se respira constantemente.
Como en el inolvidable repertorio de Salgari, este viaje a través de mundos exóticos permite a la voz narradora explicar plantas, insectos, costumbres aborígenes, tipos humanos, leyendas y actitudes de animales. Por supuesto que hay malvados, como en toda novela de aventuras, que deben ser enfrentados y castigados por los héroes. En este caso los malvados son los contrabandistas de animales que depredan la selva y liquidan la fauna americana.
Hay también en este libro componentes mágicos, como los sueños premonitorios del pequeño Martín, o la jineteada de Joaquín Almeida sobre una anaconda maravillosa sobre el río Amazonas.
Helen Velando es una verdadera "ídola" para las jóvenes generaciones de lectores que se han formado a través de la ebullición que está viviendo la literatura juvenil e infantil uruguaya. Con este libro continúa la línea de la narración de una historia con varios personajes muy definidos, la descripción de paisajes americanos y un fuerte componente moral aplicado a la defensa de la Naturaleza y a las relaciones humanas.
La autora escribe para niños y adolescentes uruguayos con modelos familiares del siglo XXI, por eso su visión de las relaciones entre hermanos, de la diferencia que produce el género o la pareja igualitaria entre esposos (con madre universitaria), señalan un propósito de adaptar la literatura infantil a los tiempos que corren, saliendo de los viejos modelos de algunos clásicos.
El libro puede subyugar además por la cercanía: el Amazonas está ahí, no tan lejos del Uruguay en definitiva, y pertenece a ellos también por su condición de americanos.
A. B.