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por László Erdélyi
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La guerra civil española (1936-1939) sigue presente. No tanto por la cercanía de muchos españoles que debieron huir y encontraron santuario en el Río de la Plata, sino por las fake news que alimentan el odio, el rencor y el racismo. La mentira fue un elemento de agitación fundamental y vuelve a aparecer en conflictos actuales como la guerra Ruso-Ucraniana. Como si los protagonistas fueran los mismos.
La mentira como herramienta de propaganda tuvo en Europa en los años 30 y 40 un uso extensivo e intenso. Fue la época de oro de Josef Goebbels, pero no fue el único. El nuevo libro del hispanista inglés Paul Preston, Arquitectos del terror, Franco y los artífices del odio, estudia la mentira como herramienta del terror en la Guerra Civil Española, pero no escribe una historia lineal sino seis biografías o perfiles de altos integrantes del bando rebelde que luchó contra la República española, y que construyeron o ayudaron a consolidar los mitos que justificaron los horrores. Ellos son el policía Julián Mauricio Carlavilla, el cura catalán Joan Tusquets, el escritor y poeta José María Pemán, el aristócrata y oficial de Caballería Gonzalo de Aguilera, y los generales Emilio Mola y Gonzalo Queipo de Llano.
Otro libro recién llegado actúa, a su vez, como auténtico antídoto contra los mitos o relatos que todavía sobreviven. Se trata de La Guerra Civil Española en 100 objetos, imágenes y lugares, compilado por el historiador Antonio Cazorla Sánchez y el hispanista canadiense Adrian Shubert, armado en cien breves capítulos donde cada objeto o lugar tiene su fotografía y a continuación un texto de dos carillas aportando los datos relevantes de esa historia, escritos por un equipo de 11 historiadores e investigadores.
Los 100 capítulos admiten ser leídos en cualquier orden. El de Preston requiere una lectura lineal de comienzo a fin.
Repetida mil veces. Preston afirma que el terror desatado en España por parte de los sublevados se apoyó en varias mentiras. Esa es su hipótesis central que ya había planteado en parte en un muy buen libro anterior, El holocausto español (2011), y que aquí desarrolla. La mentira dice que los republicanos eran, en realidad, un “contubernio judeomasónico bolchevique”, parte de una conspiración que buscaba la dominación mundial y la destrucción de la España tradicional y católica. Carecía de importancia un dato muy importante de entonces: que en España solo quedaban algunos miles de judíos, y algo más de masones. Pero eso no importaba. La mentira repetida mil veces caló hondo en ciertos sectores, y alimentó el odio, un odio homicida profundo y de consecuencias devastadoras.
Gran parte de los argumentos de estos antisemitas y antimasones españoles se basaron en un falso libelo muy conocido de 1902 publicado en Rusia, Los protocolos de los sabios de Sión. En ese libelo los sabios relataban la conspiración por la cual los judíos tomarían el poder en el mundo. El fin de ese texto fue provocar el odio hacia los judíos en la época zarista para justificar los pogroms y matanzas de judíos llevados a cabo en Rusia a principios del siglo XX. En España faltaba el “objeto de odio”, pero igual funcionó. Había que anular las reformas educativas y sociales de la Segunda República democrática española y terminar de una buena vez con los cuestionamientos del orden establecido. Se buscó demonizar, cosificar, convertir en bestias al enemigo, al del bando contrario, que dejaron de ser personas y pasaron a ser “los rojos”. Por razones oscuras, pero que seguro están en la psicología profunda de cierta cultura ibérica, ese odio se convirtió en sed de sangre, muerte, torturas y violación que se retroalimentó en una escalada demencial, un horror que se cobró un millón de víctimas.
Preston advierte que su libro no es una historia del antisemitismo ni de la antimasonería española, sobre la cual ya hay extensos libros, sino que elige escribir la biografía de seis individuos que pusieron a funcionar la maquinaria del odio. Por ejemplo el policía Carlavilla, “uno de los propagandistas más desagradables”. Formado en los años 20 en círculos paranoicos y conspirativos, pasó luego a escribir numerosos libros que llegaron a ser auténticos best sellers en España, uno de ellos con una venta de 100 mil ejemplares. Era un hombre de pueblo, de escasa cultura, que siendo policía fue cuestionado por corrupción, maltrato de detenidos y protección a prostitutas que trabajaban para él. Su obsesión con la masonería y el comunismo fue también parte de su “crecimiento” intelectual. Poco a poco comenzó a subir en la burocracia de la seguridad, y para 1930 el general Mola le encomendó investigar las actividades del Partido Comunista en toda España.
“Carlavilla era un conspiranoico” sentencia Preston. La prensa afín reproducía sus ataques, pues ya era un autor famoso y porque, además de las tareas de propaganda, ya estaba vinculados a grupos de conspiradores en el ejército. Franco leyó sus libros. Carlavilla también participó de un atentado fallido contra Azaña, Presidente de la Segunda República. Un libro suyo que no llegó a publicarse se titulaba “La homosexualidad de un gobernante”, contra Azaña. Material de éste apareció luego en el último libro que publicó, Sodomitas, su obra de mayor éxito. Siguió siendo un autor antisemita reconocido en la posguerra, publicando luego una edición anotada de Los protocolos de los sabios de Sión en 1963.
El siguiente paranoico de la lista de Preston, el padre Juan Tusquets, no sólo fue un clérigo importante sino que también tuvo una intensa actividad como escritor, difundiendo en sus obras el “contubernio judeomasónico-bolchevique”. Franco y Mola lo leyeron. Espió a los masones, estableció largas listas de ellos, y fue jefe de la sección judeomasónica del servicio de inteligencia militar. Tras la guerra negó estas actividades.
Luego sigue “el poeta”, José María Pemán, rico terrateniente, popular poeta y dramaturgo. Este capítulo es bastante complejo, porque Pemán tras la guerra funcionó como la cara moderada del régimen franquista. Reescribió su pasado y llegó a recibir honores públicos del Rey Juan Carlos I, quien lo condecoró, siendo reconocido tanto por la izquierda como por la derecha como un monárquico liberal. Pero Preston, con singular energía —y hasta cierto indisimulado placer— contrasta las actividades de Pemán de antes y después, pues fue “una de las figuras más tóxicas y divisivas de la extrema derecha española (...). Sus virulentas campañas de propaganda durante la guerra alentaron y justificaron la salvaje represión desatada por las fuerzas franquistas (...). Está en este libro en cuanto que incitador del odio”. Fue testigo de las matanzas durante la sublevación, y dijo que la izquierda debía ser aniquilada en “una labor de limpieza de policía, de guarnecimiento de los pueblos”. Franco lo convirtió en el propagandista oficial de los rebeldes, y llegó a denunciar públicamente “esa predilección marxista de abrir los vientres de las mujeres”, proclamando también que la obra de la Inquisición es España todavía no estaba concluida.
Todo se torna vidrioso con el asesinato de Federico García Lorca. Tanto Lorca como Margarita Xirgu —luego famosa exiliada en Uruguay— habían sido acusados de forma periódica por Pemán de “perversión homosexual”. El hombre que detuvo a Lorca dejó entrever que entre los motivos de su asesinato estaba la “rivalidad literaria” entre Pemán y Lorca, aunque —como dice Preston— la España rebelde tenía razones mucho más poderosas contra Lorca. La cuestión es que Pemán, con el tiempo, divulgó la versión de que él dejó una nota en el cuartel general de Franco señalando lo negativo de este asesinato, lo cual es un “relato directamente falso” afirma Preston. “El relato de Pemán sobre la muerte de Lorca y su reacción personal fue evolucionando con el paso de los años”. Reconocía el horror de la muerte de Lorca y declaró ser ajeno a la responsabilidad de cualquier matanza. Otro dato que aporta Preston es que Pemán participó del famoso acto en la Universidad de Salamanca donde Miguel de Unamuno pronunció su famosa frase contra los rebeldes, siendo Pemán el orador previo a la célebre intervención de Millán Astray apoyando a los rebeldes con el grito “¡Muera la inteligencia!”
El cuarto personaje de esta saga es el aristócrata terrateniente Gonzalo de Aguilera, conde de Alba de Yeltes. Un personaje temperamental y caricaturesco, encargado de atender a los corresponsales extranjeros que acompañaban a las tropas rebeldes. La relación con los periodistas no era buena y maltrató a varios. Hizo detener por agentes alemanes a Hubert Knickerbocker, periodista de la cadena norteamericana Hearst que ayudó mucho con sus artículos a la causa franquista, pero estuvo demasiado cerca de los bombardeos de la Luftwaffe a ciudades indefensas en el País Vasco. Detenido y expulsado por agentes alemanes a instancias de Aguilera, el Washington Times publicó en venganza una recopilación de comentarios antisemitas, misóginos y antidemocráticos de Aguilera. Este capítulo es complejo, intenso, y discute con altura las cuestiones morales y éticas de la cobertura de prensa en un conflicto bélico.
Los últimos dos personajes son Emilio Mola y Queipo de Llano. El capítulo dedicado al general Mola se titula “El asesino del Norte”, ya que se le adjudica el asesinato de más de cuarenta mil civiles en las provincias que controlaba. Su biografía, la enumeración de sus crueldades alimentadas por el rencor, y sus exabruptos antisemitas y antimasónicos dan tensión al relato, pero lo más interesante es cómo Preston desarrolla la cuestión de la rivalidad entre Mola y Franco, ya que Mola fue el motor y coordinador de la revuelta contra la Segunda República, autor de las “instrucciones reservadas” para instaurar el terror, y por lo tanto rival directo de Franco en el liderazgo. Como se sabe Mola muere en un extraño accidente de aviación en plena campaña vasca y a punto de conquistar Bilbao con su Ejército del Norte y con el apoyo de la Legión Condor alemana. Preston describe con datos la mala relación de Mola con los alemanes, quienes a su vez solo reconocían a Franco como único líder confiable de la revuelta.
El último capítulo, el dedicado al general Gonzalo Queipo de Llano, se titula “El psicópata del Sur”. Es quizá el más flojo, no aporta novedades y es el menos afín a la hipótesis central, la de las fake news. También es el más repugnante por los constantes alegatos del general a favor del asesinato y la violación.
Objetos concretos. La recopilación de Cazorla y Shubert, La Guerra Civil Española en 100 objetos, imágenes y lugares, se nutre del poder del objeto concreto. Es una lectura fascinante, serena, despegada de los relatos de bandos (franquista o republicano) y donde prevalece lo humano, el respeto por la condición humana. No se puede parar de leer.
Si ante el dolor lo mejor es el silencio, ante el objeto concreto lo imperioso es la reconstrucción fáctica, hallar y componer los hechos que lo rodearon, a quién perteneció, cómo llegó allí, y más. A veces ese cuadro es incompleto, como el de los azulejos con la imagen de Santa Inés fusilado por soldados anarquistas anticlericales. Los trozos que sobrevivieron casi permiten oír los disparos, los gritos y el terror en algún convento o iglesia de la diminuta Malanyanes, cerca de Barcelona. Pero no hay más detalles. No importa, esos azulejos representan a todas las iglesias incendiadas y los curas y monjas asesinados por esa furia animal.
Otra imagen conmovedora es la puerta del Cementerio de los Mártires, símbolo de la crueldad del Madrid republicano contra casi dos mil simpatizantes de la sublevación. El espíritu de la época obligaba a aniquilar cualquier disenso interior —algo común a ambos bandos. En esta matanza muchos fueron omisos —políticos republicanos que intuían lo que iba a ocurrir y aun así dejaron hacer— pero otros fueron ferozmente activos, como los agentes soviéticos de la NKVD, el comisariado secreto de Stalin.
También hay un cuaderno escolar donde se analiza en manuscrito infantil un problema matemático con bombas, a pedido del maestro (si el bombardero lleva tantas bombas, y su capacidad es tal, ¿cuántas más podría llevar?). El cuaderno está escrito en italiano, es de 1938 y pertenece al niño Josep Maria Garcia-Planas, que recién había escapado de la guerra junto a su familia. Encontraron santuario en un pueblo del noroeste de Italia.
Otros objetos son las cajas de restos mortales que se encuentran en el Valle de los Caídos (más de treinta mil), un tanque soviético T-26 capturado a los republicanos y pintado con los colores monárquicos, el monumento a los caídos en Madrid en los jardines del templo de Debod, un frasco de laxante encontrado en posiciones republicanas de Rivas Vaciamadrid (en las trincheras es habitual hallarlos junto a frascos de vitaminas, ambas para complementar o paliar la mala alimentación de las tropas), o un casco italiano hallado en Guadalajara. No falta, claro, la pequeña cámara de fotos Leica en manos de Gerda Taro.
Los objetos hablan, simples y directos. No hay proclamas sino información. Porque como dicen ambos compiladores, no se es prisionero de la historia sino de la ignorancia.
ARQUITECTOS DEL TERROR, de Paul Preston. Debate, 2021. Barcelona, 522 págs. Traducción de Jordi Ainaud i Escudero.
LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN 100 OBJETOS, IMÁGENES Y LUGARES, editada por Andrés Cazorla y Adrian Shubert. Galaxia Gutenberg, 2022. Barcelona, 430 págs.