Elvio E. Gandolfo
LA OBRA LITERARIA relativamente breve del escritor alemán W. G. Sebald (cinco libros, ya traducidos al castellano) trata temas de una variedad notable: la relación entre Stendhal y las campañas napoleónicas o el amor, la decadencia de los balnearios y las poblaciones chicas, el viaje de Joseph Conrad al Congo y su descubrimiento del horror colonial, seres poco conocidos aplastados por la pérdida de la memoria o el idioma, la amplitud erudita de Thomas Browne, la caminata por los paisajes rurales o las grandes ciudades como método de descubrimiento, la estadía de Franz Kafka en un hospital de Riga, entre muchos otros. Pero no ha sido ese elemento el que lo ha convertido para muchos en uno de los dos o tres escritores europeos más importantes de finales del siglo XX.
Por una parte la variedad aparente y el tono, matizado y sutil, disimula una unidad de fondo feroz y decidida, como ocurre en los autores que escriben en alemán con quienes se lo suele comparar: Franz Kafka, Robert Walser, Thomas Bernhard. Por otra, a veces la entrada en su mundo al azar, o marcada por la disponibilidad bibliográfica del momento, puede llevar a confusiones transitorias.
DOS EQUIVOCACIONES. De sus cinco libros en este momento se consiguen con facilidad en las librerías sólo dos: Austerlitz y Sobre la historia natural de la destrucción. Si sólo se leen esos dos títulos se puede llegar a la rápida conclusión de que estamos ante un nuevo "escritor sobre el Holocausto" o sobre el desastre nazi. Además Austerlitz es su único libro escrito sin división de capítulos o partes, donde la segunda mitad une de modo magistral los trastornos psicológicos y personales de su protagonista con la memoria perdida de la infancia, relacionada con el Holocausto. También narra la recuperación instantánea del idioma de esa infancia (el checo) en cuanto Austerlitz reencuentra a una niñera que ha conservado el pasado como única manera de conservar su propio pasado personal. El impacto del mundo perdido y encontrado será a la larga demasiado intenso para él, pero tendrá el resultado concreto de hacerle recobrar su identidad real.
Sobre la historia... muestra a un Sebald distinto por completo al resto de sus libros. El texto principal es un ensayo que analiza con lucidez implacable la negativa intensa, incluso incomprensible de los alemanes a escribir sobre la "tormenta de fuego" de los bombardeos aliados en las décadas siguientes. Los muy pocos ejemplos en contrario (Hans Erick Nosack, Heinrich Böll, Alexander Kluge) resultan claras excepciones que confirman la regla. El texto que completa el volumen, "El escritor Alfred Andersch", es un trabajo prolijo de demolición de un autor con doble moral. Abre el apetito sobre la actividad con la que Sebald se ganó la vida en Inglaterra, donde vivió desde los años ’60: profesor de literatura alemana en la Universidad de East Anglia.
En segundo lugar, si se hojea el libro que le permitió gozar de cierta fama por primera vez, pueden encontrarse párrafos que pueden llevar a considerarlo un escritor "ecológico": los capítulos III y VII de Los anillos de Saturno, donde habla con su estilo inconfundible de la contaminación del mar y de la quema de los bosques, o de las pestes que abaten a los olmos. En ambos casos la tendencia sería a considerarlo hasta cierto punto un autor testimonial. En caso de serlo, sin embargo, su mundo no puede ser más complejo y personal.
LA ENFERMEDAD Y LA CURA. El núcleo de lo que escribe Sebald es esa enfermedad o estado de ánimo que durante siglos se bautizó como melancolía. Las caminatas, la investigación de los rincones menos transitados de la historia, la tarea de hurgar en archivos o en bibliotecas ajenas, y muy en especial la charla con personajes que tienen la misma dolencia o percepción de lo real, conducen siempre en esa dirección. Lo notable es el modo en que su especial manejo de lo literario lo aleja de la depresión, para acercarlo a un modo de enfocar la historia humana, natural o privada con una lucidez que descubre y revela (a veces con las herramientas de la poesía y el humor) las capas superpuestas de lo real. Un segundo núcleo, unido inextricablemente al primero, es el funcionamiento de la memoria y el tiempo. Para Sebald borrar cualquiera de los dos ámbitos es borrar la experiencia. Cuando contempla una represa en la página 38 de Vértigo, sabe que su aparición no ha cambiado sólo el paisaje: "ha rectificado el curso de la corriente, cuyo nuevo aspecto hará que el recuerdo, en poco tiempo, se desvanezca".
En sus páginas, Sebald sufre dolores de cabeza, angustias paralizantes, leves alucinaciones. En Vértigo (que algunos prefieren traducir como "mal de altura") cree ver a Dante en una calle, y no mucho después a Luis II de Baviera. En agosto de 1992 emprende un viaje a pie por el condado de Suffolk "con la esperanza de poder huir del vacío que se estaba propagando en mí después de haber concluido un trabajo importante". El paseo durará exactamente un año y la contemplación de la destrucción o el recuerdo lo dejarán en un estado de inmovilidad absoluta en el hospital de Norwich, donde su mente comenzó a estructurar el libro. Poco antes de morir, en un reportaje, confesaba un temor: "Me he convertido en algo así como una existencia ambulante y encaro con cierto pánico lo que me resta de vida."
La lectura progresiva de sus libros muestra hasta qué punto la literatura fue en él un resultado de ese itinerario permanente, y a la vez la cura del núcleo de inmovilidad que podría absorberlo todo. Esos libros son poco formales. Vértigo (1990) reúne cuatro textos, dos sobre Stendhal y Kafka, intercalados con dos sobre el propio Sebald "en el exterior" y en su "ritorno in patria." Los anillos de Saturno está dividido en diez capítulos de temas distintos, unidos por el hilo secreto de Thomas Browne y su melancolía. Los emigrados tiene cuatro partes, donde Sebald investiga o conversa sobre un dueño de casa, su maestro de infancia Paul, su tío Ambros, y el pintor Max Ferber, a quien conoció en Manchester, al llegar a Inglaterra. Sobre la historia natural de la destrucción (1999) fue un sólido interludio ensayístico y crítico. En Austerlitz, publicada muy poco antes de su muerte, conoce al personaje del título, y después deja de verlo durante casi veinte años. Sus largas charlas en cada encuentro le permiten conocer su experiencia personal y entregar su libro más parecido a una novela.
EL RADAR INTERIOR. Como en la famosa frase, más que buscar Sebald encuentra. Parece tener un aparato perceptor interno que lo acerca automáticamente a los núcleos que le interesan. Es probable que Vértigo haya sido impulsado por una crisis afectiva. Comienza con "Beyle o el extraño hecho del amor". Aunque al principio habla sobre todo de los rastros terribles de la guerra napoleónica, expone al fin el poder alucinógeno del amor. Lo ejemplifica con una rama cristalizada que un minero le regala a una de las amantes de Stendhal (o Beyle): "El duradero proceso de la cristalización, que había transformado la rama muerta en una verdadera maravilla, le parecía a Beyle, como él mismo explica, una alegoría del crecimiento del amor en las minas de sal de nuestras almas."
En la segunda parte, "All’estero", el radar comienza a funcionar. Habla de que viajó de Inglaterra a Viena para salir de una "época especialmente mala". En el trayecto de Viena a Venecia tuvo un sueño con las vastas extensiones de Argentina. En una de sus transiciones sutiles, habla de Casanova preso, que permaneció inmóvil ante una ventana durante ocho horas enteras: "La melancolía no quiere abandonarle. Se acercan los días de la canícula" (situación que repetirá él mismo en la primera página de Los anillos de Saturno). Tiene los disfrutes clásicos del viajero: "Ante nosotros, extinguiéndose, se hallaba el esplendor de nuestro mundo, de cuya contemplación, como en una ciudad celestial, no podemos saciarnos". Después pasa un 1º de noviembre completo en su habitación, y hace la unión entre la meditación y sobre todo la cavilación y la falta de impulso vital que redondearía en la idea de que se escribe con la cabeza y no con el cuerpo. Como siempre, se mete en cualquier lado porque no sabe cómo elige los locales que frecuenta en las ciudades extranjeras, y come cualquier cosa, muchas veces que no le agradan en absoluto.
A esa altura aparece lo que podría denominarse el humor de la melancolía: su forma de ser, más que una decisión conciente, lo lleva a extremos de torsión que hacen sonreír al lector, y a veces reír a carcajadas, como en Kafka, o en Borges, o en Faulkner. Valga como ejemplo el momento en que viaja en un ómnibus con un matrimonio y dos gemelos, idénticos a Kafka. Les pide a los padres que le envíen una fotografía de los dos hijos, y advierte de inmediato que es tomado por "un pederasta inglés de viaje por Italia, digamos que por placer". De hecho las fotografías generalmente pequeñas, y a veces de doble página al azar (sin un sentido ilustrativo, como en un álbum de recortes), son un modo de reconocer de inmediato uno de sus libros, aunque le falten las tapas y todo dato del autor.
Un contacto breve con alemanes que hablan y lo agotan, lo lleva a acostarse con dolores detrás de la frente. Después sigue trabajando en la mesa de la hostería donde para, "con papeles y apuntes extendidos a mi alrededor, haciendo líneas de conexión entre sucesos que distaban mucho entre sí y que a mí me parecían formar parte del mismo orden." Cuando Luciana, la encargada que le alcanza la mínima ingesta de café y tostadas para seguir trabajando, le pregunta si es periodista o escritor, le contesta "conforme a la realidad" que tampoco él lo tiene muy claro. Al salir a caminar, pasa un perro y apunta: "como todos los perros sin dueño, parecía caminar en diagonal respecto a la dirección en que se mueve."
En "Viaje del Dr. K. a un sanatorio de Riva", escribe justamente porque Kafka fue allí cuando sufría opresión y trastornos visuales. Y en las tres semanas que pasó en un hospital de hidroterapia conoció a una mujer con la que estableció una relación, con la condición casi explícita de la inestabilidad y la brevedad, aunque importante por el mero hecho del contacto y la comprensión, o hasta el amor.
Cuando al fin Sebald se acerca a W. (como le llama a su aldea natal en los libros) se emociona cuando ve desde lejos un grupo de gallinas que se ha atrevido a salir muy lejos en campo abierto: "En términos generales, no sé qué es lo que a veces me conmueve tanto de determinadas cosas o seres vivos." Al llegar redescubre que para él el pueblo sigue ubicado más en el extranjero que cualquier otro lugar que conozca. Apunta al pasar que cuando niño consideraba que toda gran ciudad venía con ruinas incluidas (dato que unido a otros terminó por decidirlo a escribir años después Sobre la historia natural de la destrucción). Cuando al fin hablan con un amigo del pasado concuerdan en que después de pensarlo mucho, las cosas casi siempre terminan por ser más enigmáticas que antes. Y en que el pasado se va volviendo más ridículo, o incluso espantoso, a medida que se acumulan pruebas de su carencia de supuesta normalidad. Al fin decide que sus notas han llegado a un punto "donde o seguía para siempre o ponía punto y aparte." Y termina una página después, con una dantesca escena imaginaria del incendio de Londres.
GENTE AFUERA. Muchos opinan que Austerlitz es el mejor libro de Sebald. Pero su estilo es tan parejo, y la cuidada dispersión de sus temas tan presente en todos que, mucho más que en otros autores, cada libro parece una faceta de un diamante central. El elemento principal es un estilo de alto voltaje literario, que mezcla la intensidad lírica con la capacidad de emocionar secamente (valga la paradoja), como impulsado por el pudor a no utilizar el horror personal o histórico directamente, negándose a explotarlo. Un factor técnico importante es que Sebald mezcla lo que dice un personaje, o un texto, o un diario íntimo con su propia voz, sin usar comillas. De esa forma logra una unión particular de todos los elementos, salpicada de aforismos como éste: "la realidad, como sabemos, siempre es diferente a todo".
Los emigrados incluye las historias de cuatro emigrantes principales, aunque siempre unidos a muchos más. Las dos historias principales y más extensas son las dos últimas: el tío abuelo Ambros Adelwarth y el pintor Max Ferber. El primero formó parte de los numerosos parientes de Sebald que fueron a "hacer la América". El segundo es un artista (más tarde famoso) interesado en pintar y rasquetear su propia obra, como si le interesara sobre todo, dice Sebald, la producción de polvo. Más breves, las dos primeras tienen que ver con el Dr. Henry Selwy, que le alquila una casa, y con su maestro de primaria Paul Bereyter, cuyo suicidio sobre las vías del tren hace que Sebald emprenda uno de sus numerosos trayectos para reconstruir el pasado en la medida de sus posibilidades. Tanto el pintor como el maestro sufrieron en ese pasado la herida incurable de la persecución y el asesinato de los padres por los nazis, como ocurriría luego con Austerlitz. Como dice el autor: "cada vez me doy más cuenta de que ciertas cosas tienen como un don de regresar, inesperada e insospechadamente, a menudo tras un larguísimo período de ausencia."
Los personajes secundarios son memorables. Madame Landau, que conoció al maestro Paul y comprendió que los paisajes alpinos "le hicieron comprender por primera vez en su vida las contradictorias dimensiones de la nostalgia". O Therese, la tía de América que empezaba a sufrir apenas llegaba al pueblo: "a veces no sabía a ciencia cierta si estaba deshecha en lágrimas porque por fin volvía a estar en casa o porque ya le espantaba el regreso." El caso del tío Ambros es más grave: correcto hasta la desesperación, acompaña como valet a Cosmo, más que un jugador empedernido, un jugador que gana empedernidamente. El tío termina abrumado por entero por su melancolía en un manicomio donde le aplican cientos de electrochoques, con su total aceptación, porque (como le cuenta a Sebald alguien que lo vio en la época) "cada uno de sus gestos, todo su porte erguido hasta el final equivalían en realidad a una petición continuamente reiterada de permiso para ausentarse."
Como ejemplo del estilo de Sebald, de su modo de ir siguiendo una frase hasta su conclusión un tanto inesperada, puede citarse su párrafo sobre Suiza, lateral en el tejido de Los emigrados, pero fundamental para darle su sabor: "Por mucho que la belleza y la diversidad de los paisajes suizos, que a la sazón casi se habían desvanecido de mi memoria, que me emocionaran profundamente a mi regreso desde la Manchester llena de hollín y abocada a su ruina; por mucho que la visión de las lejanas cumbres nevadas, los bosques de alta montaña, la luz del otoño, los cursos de agua y los campos helados, y los árboles frutales florecidos en los prados me llegaran al alma mucho más de lo que yo podía haber previsto, por diversas razones, que en parte tienen que ver con el modo de vida suizo y en parte con mi existencia de maestro, no aguanté mucho tiempo en Suiza."
EL INVENTARIO. No es casual que Los anillos de Saturno fuera el primer libro de Sebald que tuvo una repercusión considerable al traducirse al inglés. En la superficie se suma a la vasta cantidad de volúmenes miscelánicos que suelen escribir los anglosajones, desde Thomas de Quincey hasta Oliver Sacks, con quien Sebald tiene más de un punto de contacto (la vastedad de intereses, la alta calidad de escritura, uno desde la ciencia y el otro desde la literatura). Incluso tiene un papel central en el libro la figura de otro miscelánico casi oceánico, Thomas Browne. Sebald comienza por hablar del destino de su cráneo, y reproduce más tarde parte del catálogo de una especie de museo de curiosidades de Browne, donde destaca, en inglés, "un extracto muy magnificado de Cachundé empleado en las Indias Orientales contra la melancolía."
Alrededor de los temas de los diez capítulos, los núcleos tradicionales de Sebald se trenzan una y otra vez. Habla de una profesora de románica, Janine, a quien compara con el Ángel de la Melancolía de Durero. Una estela de avión en la ventana del hospital donde está internado es "el comienzo de una grieta que desde entonces ha surcado mi vida." Se duerme viendo un programa de televisión, y una suave culpa lo lleva a investigar las relaciones entre Joseph Conrad y Roger Casement, el primer europeo que denunció las atrocidades de la conquista belga del Congo.
En ese capítulo V usa su capacidad de definición extrema: el padre rebelde y polaco de Conrad es enviado a un sitio donde hay un "invierno blanco" y "un invierno verde", según soplen vientos helados o caigan lluvias. Después dice: "En el invierno blanco todo está muerto, en el invierno verde todo está a punto de morir". Tanto su padre como Casement terminan por entregar la vida por sus ideas. En otros capítulos sigue el rastro desde un pequeño ferrocarril con un dragón que ve en su paseo inglés hasta la rebelión china que llevó al poder a la cruel y decidida emperadora Cixi. Después se centra en Algernon Charles Swinburne, el famoso poeta, que sufría crisis nerviosas y tenía un aspecto de "freak", a tal punto que le costaba encontrar un sombrero de su tamaño. En la Moat Farm conoce a Alec Garrard, que lleva más de veinte años construyendo un modelo del templo de Jerusalén, con dos mil personas que lo pueblan. Cuando una tormenta brutal destruye una cantidad insólita de árboles, y provoca un apagón, se sorprende contemplando un cielo puro de estrellas, como el que veía en su infancia alpina "o en sueños sobre el desierto".
En el capítulo final describe minuciosamente la producción y el comercio de la seda, y encuentra entre los tejedores que vivían atados a sus telares, los escritores y la gente que en general piensa, rasgos en común: "uno no se hace fácilmente una idea de la impotencia y los abismos a los que a veces puede arrastrar a una persona la reflexión constante, que no concluye con el denominado cese de jornada, y la sensación que penetra hasta los sueños de haber prendido el hilo equivocado".
EN CASA. Tampoco cuesta comprender que Sebald sea mirado de reojo en su propio país natal, Alemania. No sólo vivió treinta y cinco años en Inglaterra, admirándola. No sólo describe en sus libros cómo no sólo él sino también otros sienten un rechazo visceral incluso ante el idioma cuando lo oyen (aunque para él sea aquel en el que escribe). Además trajo a primer plano en la segunda mitad de Austerlitz y en Sobre la historia natural de la destrucción las heridas brutales que la marea nazi dejó no sólo en la historia sino en la psiquis y el espíritu de los sobrevivientes. El tema había aparecido una y otra vez en los libros anteriores, pero de modo pasajero y mezclado con otros temas.
W. G. Sebald nació en la región alpina de Baviera. A los 21 años se fue, y vivió 35 años en Inglaterra, enseñando literatura alemana y creando un departamento de traducción en la Universidad de East Anglia. Vivía allí, pero no podía escribir sino en alemán. Se autodefinía como alguien que había crecido "en una familia posfascista alemana". El 14 de diciembre de 2001 iba viajando con su hija en una carretera de Norwich cuando chocó con un camión. La hija sobrevivió.
Aquella infancia tan cercana a la guerra, aquellas grandes ciudades donde las ruinas eran parte del paisaje, se habían acercado mucho en los últimos años. Por la cantidad de veces en que menciona en su obra la presencia de la melancolía, de la parálisis, incluso de la tentación de no sentir el impulso vital, podría hablarse casi de un destino encontrado. Pero estaba planeando escribir al fin sobre su vida en Alemania.
Entre las muchas cosas que lo fastidiaban (las revistas de los diarios dominicales, Bélgica, Suiza) estaba la superabundancia de escritores: "Antes, en Suiza, por dar un ejemplo, había dos escritores, Max Frisch y Friedrich Durrenmat. Ahora, y le estoy hablando adrede de un país muy pequeño, hay tantos escritores como tipos de yogures." En todo caso W. G. Sebald es uno de los dos o tres escritores de lengua alemana que vale la pena leer en la segunda mitad del siglo XX.
En la tierra natal
Patricio Pron, (Desde Alemania)
AUNQUE ES PROBABLE que a los libros de W. G. Sebald se los "trabaje" en los departamentos de Germanística de las universidades alemanas, rara vez se los ve en librerías. No es que los títulos no estén en ediciones de bolsillo (están) ni que Sebald no goce de cierta reputación (de la que justamente goza), sino que, de alguna forma, se lo percibe como alguien que escribe "desde otro sitio", ocupado por polémicas que no se corresponden con el campo literario alemán. Esto es paradójico y en el fondo injusto, ya que fue Austerlitz el libro que por primera vez dio por tierra con el prejuicio de que no se podía escribir acerca de la guerra desde el punto de vista de las víctimas alemanas. El mismo Sebald cuestiona este prejuicio en un ensayo publicado en español con el título de Sobre la historia natural de la destrucción. Tras Austerlitz el tema se "blanqueó", Günter Grass escribió A paso de cangrejo, y empezaron a aparecer libros no sólo literarios sobre el tema, narrando historias enterradas durante más de cincuenta años en las conciencias de los sobrevivientes. Uno de los productos más claros de la valiosa intervención de Sebald puede verse en las librerías alemanas en estos días: un libro de gran tamaño que reproduce las fotografías de cadáveres calcinados durante los bombardeos a las ciudades alemanas que Sebald comenta y muestra en sus libros en tamaño chico, a veces visualmente casi ilegibles. En gran tamaño muchas de esas fotos son intolerables.
Los libros
LOS TRES PRIMEROS títulos de W. G. Sebald fueron publicados por Debate: Vértigo (1990), Los anillos de Saturno (1995) y Los emigrados (1996). Por los problemas que trajo aparejados el aumento de las monedas extranjeras, hoy y hasta nuevo aviso sólo puede aparecer algún ejemplar en las librerías de viejo de Montevideo. Circulan en cambio ediciones recientes de Anagrama de sus dos últimos libros: Sobre la historia natural de la destrucción (1999) y Austerlitz (2001).