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El retorno de Horacio Ferrer: reedición tanguera del "Romancero canyengue"

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Ilustración de Maca para el "Romancero canyengue"

Porteño de dos orillas

Vuelve un libro clave para la historia del tango, en bellísima reedición facsimilar con ilustraciones de Maca.

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Horacio Arturo Ferrer Ezcurra (Montevideo, 1933–Buenos Aires, 2014), que se hizo porteño de corazón, pero sin nunca olvidar que había nacido oriental, es el más rioplatense de los poetas lunfardescos y tangueros. Su obra sigue vigente a dos orillas, y desde el Plata se proyecta al mundo. En ese contexto se acaba de reeditar su Romancero canyengue, de 1967, “un libro clave para la historia literaria del tango” escribe José Arenas en el epílogo de esta edición de Yaugurú y Perro Andaluz Records, con ilustraciones de Maca, una carta introductoria de Cátulo Castillo, y un CD donde Horacio Ferrer dice su romancero canyengue con la guitarra de Agustín Carlevaro.

Hijo de Horacio Ferrer, oriental, profesor de Historia, y de la declamadora y cantante lírica Alicia de Ezcurra, nacida en Buenos Aires y sobrina biznieta de Juan Manuel de Rosas, ya desde la cuna vivió a dos orillas. Él mismo lo dijo, como acápite improvisado de “Balada para mi muerte”:

“Nací en Montevideo, y fue a media mañana, mi mamá tan porteña, papá tan oriental. Renacido en el medio del Río de la Plata. Me acunó en sus milongas la noche tutelar”.

En su casa, se formó rodeado por la cultura, la música y la poesía, sobre todo en la voz de su madre. Respondió a esos estímulos y ya a los cinco años, sin saber escribir, le dictaba a la madre sus primeros poemas. En esa infancia y adolescencia fermentales —con varias estadías largas en Buenos Aires— se gestó eso increíble que sería después.

Hombre múltiple

Quienes andan por los sesenta años recuerdan al personaje que componía el Ferrer ya exitoso, mezcla de erudición y desfachatez tanguera, declamación rigurosa y gestos de clown. Era el Ferrer disparado a la fama tras hacer dupla autoral con Astor Piazzolla, a partir de “Balada para un loco”, de 1969, la nueva “Cumparsita”, según Troilo.

Todavía en Montevideo, muy joven, brilló como periodista, investigador y difusor del tango de vanguardia desde el “Club de la Guardia Nueva”, fundado en 1954. Con sólo eso, hubiera merecido un lugar de prestigio en la cultura uruguaya.

Pero en 1967, con el espaldarazo de una carta–prólogo de Cátulo Castillo, escribe un libro de poesía tanguero, reo, clásico y vanguardista, el Romancero canyengue, que marcaría un antes y un después.

Mixtura

El Romancero canyengue es un libro mestizo, peculiar. Para empezar, por no incluir romance alguno. Ferrer buscaba algo parecido al Romancero gitano de Federico García Lorca, y aunque luego no le salió un romancero, dejó ese título porque le gustó. El libro combina formas canónicas, como el soneto alejandrino, con imágenes propias de la retórica tanguera y una profusión de palabras inventadas por el poeta, sorprendentes, ricas, disparatadas. Por esos años recorría caminos similares el poeta y novelista Enrique Estrázulas (1942–2016) que sobre todo a partir de Fueye, de 1968, trazó sutiles líneas de contacto con la poética ferreriana. Por ese camino de mezclar la tradición tanguera con otras influencias, escriben hasta hoy día Ignacio Suárez (n. 1944) y Miguel Ángel Olivera (n. 1943).

El poeta de aquel libro no alcanzaba todavía la desaforada y genial mezcolanza de letras que consagró en la “Balada para un loco” o “La bicicleta blanca”, pero en poemas como “De cuando Dios tocaba el bandoneón”, dedicado a Aníbal Troilo, ya la insinuaba. Piazzolla halló al letrista necesario para su música. Luego llegó la fama, merecida, que le valió a su tiempo ser candidato al premio Nobel.

El arrabal al "verre"

El “vesre” o “verre” es una de las más fértiles y complejas características del lunfardo. Tiene una mecánica de lo más caprichosa. No siempre se conservan todas las sílabas ni las letras de la palabra inicial (“batidor” se hace “ortiba”) ni el orden de las sílabas se invierte, de modo que en una repetición rápida se descubra la palabra “al derecho”. Así, por ejemplo, calzoncillo se vuelve “zoncillonca”. Es una jerga rica en expresiones figuradas: al corazón, igual que al reloj, se les llama “bobo”, porque trabajan día y noche. Gran parte de los términos lunfardos son metáforas.

El arrabal que dibuja Ferrer en sus textos, cosa del pasado, es una ficción poética de lo más eficaz a la hora de mostrar la esencia humana, que es, hasta cierto punto, intemporal. Del mismo modo, el lunfardo ferreriano —y especialmente su uso del verre— no son para nada serviles ni se reducen a copiar usos tangueros prestigiados por el gusto popular. Ferrer construye palabras de complejo verre doble, como “tocifeca”, es decir, cafecito: la palabra se parte a la mitad, se invierte el orden de las mitades y por último se invierten las sílabas de cada parte. Es dudoso que algún reo haya en verdad pedido un tocifeca, pero en los versos de Ferrer, suena como cierto.

Compasión

El lector habitual de poesía encontrará mucho valioso en este libro —y el poeta lector de otros poetas también. Hay audacia en el manejo del vocabulario, invención de palabras, imágenes inesperadas y brillantes, una mezcla perfecta entre lo reo y lo erudito, la nostalgia de un tiempo y un arrabal idos, mas no olvidados. Para el lector común, lo más conmovedor resulta la compasión profunda del poeta por la desgracia y la soledad propias y ajenas, sobre todo si las padece una mujer, compasión que se expresa en términos cristianos, aunque el Dios de los versos de Ferrer no pueda hacer por sus criaturas otra cosa que compadecerse. La “yira” de estos versos oficia misas carnales, en las que es a la vez sacerdotisa, víctima sacrificial y hostia, que si no logra dar la salvación, acerca por lo menos un instante de consuelo y olvido. Si se pasa por alto la blasfemia —que lo es— queda latiendo una honda pena humana, que deja al lector creyente rezando para que Dios se apiade de los humanos, por este mundo infernal que nos hemos hecho.

Decidor

Ferrer introduce en el ritmo de varios de sus textos algunos tropezones, que les dan un aire un tanto descangallado, y que subraya el tono melancólico de sus poemas. La prueba de que no son metidas de pata la da el CD que acompaña a este volumen, reedición del disco de 1967. En su recitación, acompañada por la guitarra magistral de Agustín Carlevaro, no hay saltos, apuros ni sílabas faltantes. El poeta —influido por su madre, gran declamadora— pensó su poesía para que fuese dicha y escuchada. De eso a las letras de canción media un corto trecho, que supo escuchar Astor Piazzolla.

En suma, un libro y un disco necesarios, que en esta reedición ganan muchísimo con el trabajo, como diseñador e ilustrador, de “Maca” (Gustavo Wojciechowski) que combina la reproducción facsimilar de la primera edición con una nueva cubierta e ilustraciones para los poemas. Valen mucho también el postfacio a cargo de José Arenas, de lo más acertado y orientador al valorar a Ferrer y su obra, tanto poética como de investigación, y la exhaustiva cronología de la vida del poeta. Lástima, no obstante, que en estas dos secciones haya no pocas erratas, alguna de ellas gruesa.

ROMANCERO CANYENGUE, de Horacio Ferrer. Yaugurú/Perro Andaluz Records, 2022. Montevideo, 94 págs. (+ un CD y postales)

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