Redacción El País
Los pies son una verdadera obra de ingeniería. En apenas unos centímetros concentran 26 huesos, 33 articulaciones y más de un centenar de músculos, tendones y ligamentos. Su función es compleja: deben ser firmes para impulsar cada paso y, al mismo tiempo, flexibles para amortiguar el impacto.
Cuando el arco plantar pierde firmeza, la distribución del peso se altera y otras articulaciones —como rodillas y caderas— se ven obligadas a compensar. Eso abre la puerta a dolores y molestias que muchas veces se atribuyen a la rodilla, pero cuyo origen está mucho más abajo.
Uno de los ejemplos más frecuentes es la sobrepronación, cuando el pie se inclina demasiado hacia adentro. Este movimiento arrastra a la rodilla y genera lo que se conoce como valgo dinámico. A la larga, no solo duele la rodilla: también puede aparecer molestia en la cadera o en la zona lumbar.
El rol clave del calzado
El tipo de zapato que usamos a diario tiene un peso decisivo en la salud del pie. Una amortiguación exagerada puede desconectarlo del suelo y restarle estabilidad, aunque en algunos casos —como en personas con pies especialmente inestables— esa característica se transforma en aliada.
Las hormas angostas, en tanto, comprimen los dedos y debilitan la musculatura. Por eso, el mejor calzado no es el más caro ni el que promete tecnologías milagrosas, sino aquel que respeta la forma natural del pie y le permite moverse con libertad.
Rutinas simples para fortalecer
No todo depende del calzado. Hay ejercicios fáciles que ayudan a mejorar fuerza, equilibrio y estabilidad. Algunos recomendados son masajear la planta del pie con una pelota o una botella congelada, arrugar una toalla con los dedos para activar el arco plantar, caminar en puntas de pie o realizar elevaciones de talón en un escalón.
Este último se destaca por ser integral: fortalece los gemelos, activa el arco y mejora el equilibrio. Practicados de forma regular, estos gestos sencillos ayudan a prevenir lesiones, corrigen desbalances y contribuyen a una mejor postura en general.
Al fin y al cabo, cuidar los pies no es solo evitar juanetes o callos: es invertir en la salud de todo el cuerpo.