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El origen del estado moderno

El nuevo libro de Francis Fukuyama sobre la creación del orden político.

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The economist

¿Por qué la insistencia de la Iglesia Católica en el celibato al terminar el siglo XI le dio a los europeos una ventaja temprana sobre otras sociedades para establecer el Estado de Derecho? La respuesta en el estimulante The Origins of Political Order ("Los orígenes del orden político"), el nuevo libro de Francis Fukuyama, es que el celibato era una de varias reformas importantes instrumentadas por el Papa Gregorio VII, que resultaron en el desarrollo de una ley canónica, una a la cual hasta los reyes estaban sujetos. Gregorio consiguió fama eterna por forzar al hombre más poderoso de Europa, Enrique IV, el Emperador de la Sacro Imperio Romano, a pedirle perdón en Canossa.

El celibato fue vital en la batalla contra la corrupción y la búsqueda de renta dentro de la Iglesia, ambas típicas consecuencias del patrimonio. Las reformas le dieron a la Iglesia la altura moral para evolucionar hacia lo que Fukuyama describe como "un institución moderna, jerárquica, burocrática y ordenada por ley" que estableció su autoridad en los asuntos espirituales, y al hacerlo preparó el terreno para el crecimiento del Estado secular.

Fukuyama comienza su propia búsqueda de los orígenes del orden político con el salto de las pequeñas bandas de cazadores a tribus. Eso trajo la "llegada del Leviatán" o el estado coercitivo. Fue un desarrollo al que se llegó, en parte, por la creciente complejidad de sociedades fundadas a partir de la agricultura, pero más por los desafíos organizacionales de conducir la guerra a una escala aún mayor.

Con una erudición impresionante, el autor viaja a través de China, India, el mundo islámico y diferentes regiones de Europa buscando los principales componentes del buen orden político y viendo como y por qué surge (o no) en cada lugar. Los tres ingredientes críticos, afirma, son un estado fuerte, la aplicación del Estado de Derecho a todos los sectores de la sociedad, y que los gobernantes rindan cuentas por sus actos.

El primer estado moderno, cree Fukuyama, fue la dinastía Qin en China, fundada en el 221 antes de Cristo. Muchos de los mecanismos de control perfeccionados por los Qin se habían desarrollado durante los previos 500 años de la dinastía Zhou, cuando un grupo de pequeños estados guerreros comenzaron a fusionarse. Esos elementos incluyeron un liderazgo militar basado en el mérito, combinado con una conscripción masiva y una burocracia reclutada de un equipo administrativo permanente seleccionado en base a su habilidad y no a conexiones familiares. Los Qin fueron más lejos, asaltando cada sector de la sociedad en su despiadado intento por establecer una forma de dictadura proto-totalitaria.

El extremismo de los Qin fue también su perdición y fue rápidamente remplazado por la más duradera dinastía Han, que buscó compromiso con las elites aristocráticas y la legitimación a través de un confucianismo revitalizado. El Estado Han duró más de 400 años. Pero fue siempre vulnerable a lo que Fukuyama llama "el problema del mal emperador" sumado a la inalterable tendencia humana de crear lazos de parentesco para conferir riqueza, poder y status. Como observa Fukuyama: "Hay una correlación inversa entre el poder del estado centralizado y el de los grupos patrimoniales. El tribalismo… se mantiene como la organización política por defecto, aun después de los estados modernos".

Gran parte del libro está dedicado a la lucha entre los gobernantes, intentando formar estados poderosos mientras combaten la asombrosa habilidad del patrimonialismo para mellar sus esfuerzos sin importar las medidas que hubiera que tomar para torcerle el brazo. Los emperadores chinos favorecían la colocación de eunucos en las posiciones jerárquicas. Los gobernantes musulmanes, desde los abasíes del siglo VIII al sultanato Mameluco en Egipto y los otomanos, desarrollaron la esclavitud militar para aliviar el nepotismo y los conflictos internos creados por las lealtades tribales.

Los mamelucos eran una suerte de nobleza de una única generación, que solo le debía lealtad al sultán. Los jenízaros, las tropas esclavas de elite de los emperadores otomanos, no tenían permitido casarse. Pero al final, ambos sistemas decayeron cuando, primero los mamelucos y después los jenízaros se volvieron grupos de interés lo suficientemente poderosos como para subvertir los estados centralizados que tenían que defender.

Fukuyama hace una comparación interesante entre la Francia del siglo XVII, donde el absolutismo real era menos absoluto de lo que aparentaba en Inglaterra. Tras la guerra civil y la revolución de 1688 Inglaterra fue el primer país en combinar los tres ingredientes del orden político virtuoso: estado fuerte, de derecho y con rendición de cuentas. El problema en Francia era que el rey no se sentía lo suficientemente fuerte como para desafiar los derechos legales de la aristocracia. Pero se le negaba el Estado de Derecho al campesinado y a las ascendentes clases comerciales que sufrían con las necesidades de dinero para pelear las guerras y que el rey conseguía a través de los impuestos. Inglaterra en esa época de ninguna manera podía considerarse una democracia, pero la idea de rendir cuentas había estado en todos los niveles de la sociedad por siglos, creando las condiciones para una monarquía constitucional y una economía dinámica.

A pesar de que este primer volumen termina con la revolución francesa, su mirada es relevante para entender los estados modernos. Por ejemplo, está China con su increíblemente sagaz burocracia centralizada, un Estado de Derecho débil y la ausencia de una rendición de cuentas. O India con su estado débil, pero mucha más responsabilidad y una casi pedante aplicación de la ley.

También aporta la vara para medir las chances de que el despertar árabe llevará a las tres pruebas del orden político (no tanto, por lo menos por ahora). Fukuyama aún es el hombre abarcador que nos dio "el fin de la historia", pero también tiene un buen ojo para iluminar los detalles.

EL LIBRO

The Origins of Political Order se editó en abril en el Hemisferio Norte. No hay traducción al español. En Amazon.com sale 19,25 dólares.

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