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La condición anónima

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EL PROBLEMA de Lowell Lake, treintañero casado y sin hijos, secretario de redacción de un semanario sobre plomería, es que no tiene una vida plena y acaba de darse cuenta. Así comienza la tercera de las cuatro novelas que el estadounidense L. J. Davis escribió entre 1968 y 1974, antes de dejar la literatura de ficción y dedicarse de lleno al periodismo (en Harper`s, The New York Times, Mother Jones, etc.), y a escribir algunos libros sobre escándalos financieros y magnates de la industria. Una pena, porque su pasta de narrador nato queda de manifiesto sin sombra de duda en cada página de Una vida plena (1971).

Lowell Lake es una mezcla aproximada entre el hombre sin atributos de Musil, un Bartleby sin rebeldía y un Holden Caulfield maduro y sin hermanita que proteger. En pocas palabras, un perdedor asumido sin restos para dar combate serio pero jodido por la lucidez. La clase de hombre que estudia literatura porque "siempre había sido su materia favorita y no lo comprometía a hacer nada específico en su vida posterior". O que el día antes de casarse tiene una crisis de pánico -luego de advertir que su novia judía masca chicle ruidosamente- y escapa hacia Nevada, pero a medio camino se arrepiente y regresa al tálamo nupcial para encarar un matrimonio cuyo yugo está definido así: "Habían terminado los días en que podía no pasar por el dormitorio de ella". Pero también la clase de hombre capaz de empecinarse en un sueño hasta convertirlo en pesadilla. Es lo que le ocurre cuando comienza a escribir una novela, y cuando compra una mansión derruida y ocupada que perteneció a un héroe militar y aventurero -impagable la biografía del ficticio Darius Collingwood- con el propósito de restaurar su esplendor. No lo consigue, claro, y el acierto de Davis es gestionar su fracaso con un humor corrosivo y lento y rematarla historia con un golpe de efecto demoledor.

Antes, hay una sumatoria de episodios risibles que muestran la nulidad de Lake y su conmovedora (o estúpida) ingenuidad: el malentendido que le permite entrar en la Universidad de Stanford (la misma donde Davis se recibió de historiador); un casual encuentro con su padre en la carretera que deriva en persecución cuando Lake trata de esconderse para no explicar de dónde viene; el peregrinaje hacia una Nueva York decepcionante; la firma de una compraventa complicada hasta extremos absurdos cuando un sencillo trámite de coima preestablecida no es respetado en sus rituales; o cualquiera de los diálogos ácidos que mantiene con su esposa, mujer infinitamente más práctica que él pero igual de obtusa y perdida.

Una vida plena no es sólo la novela del extravío de un personaje (en Nueva York, en la vida) sino de una generación y un país. Transcurre a fines de los sesentas, y aunque Davis silencia el marco de guerra (Vietnam), lo resume colateralmente en un panorama social y económico de depresión, intolerancia, insolidaridad y evasión; los expulsados de la mansión Collingwood dan cuenta de esa "otra América" pobre y loca. Y el crimen que pudo hacer a Lowell Lake visible -y ese es el centro de su drama personal: ser anónimo en la sociedad del éxito- queda de golpe borrado, porque su víctima es tanto o más invisible que él. Así, una salpicadura de sangre parece "mermelada de frambuesa", una tragedia se vuelve estilizada comedia negra.

Lawrence James Davis (1940- 2011), igual que Lake, compró, restauró y se fue a vivir a una vieja propiedad en Brooklyn. Todo indica que le fue mejor que a su personaje, y que su anonimato fue (algo) menor. Por lo menos terminó varias novelas y ésta en particular le salió redondita.

UNA VIDA PLENA, de L. J. Davis. Ed. La Bestia Equilátera, 2012. Buenos Aires, 254 págs. Distribuye Gussi.

Cáustico retrato

LOWELL LAKE es la quintaesencia de la mediocridad. Con una licenciatura en letras, trabaja como secretario de redacción en un semanario dedicado a la plomería. Tolera a su esposa y es tolerado por ella. Cierta mañana comienza a preguntarse por qué sus días son tan previsibles. Para explicarlo la novela enfoca los primeros años de Lake. Se narran algunos episodios de una infancia y una juventud insulsas, inertes. Lawrence J. Davis plantea esto con un tono irónico, inteligente. Destacan por su comicidad los amoríos con su futura esposa y el intento de huida del joven Lowell previo al casamiento.

La conclusión es clara al promediar la novela: se impone un cambio de vida. Lake no encuentra mejor forma de realizarlo que comprarse una casa enorme y arruinada en la peor calle de Brooklyn. Convence a su mujer de visitar una inmobiliaria y en adelante cada decisión será peor que la anterior. Sin embargo, esta es la primera vez que su vida tiene un propósito. Es la primera vez que toma decisiones.

Las energías de Lake se concentran en la remodelación de la casa donde a fines del siglo XIX vivió Darius Collingwood. El contraste entre la vida de éste y la del protagonista es notorio. Collingwood fue un aventurero, estafador y mercenario que perdió su vida en Brasil participando en las guerras de Joao VII. Lake es la expresión más decadente de la clase media.

Destacan hacia el final las descripciones de los negros que habitan Brooklyn. Desde la perspectiva de Lake son ante todo una amenaza que no llega a amedrentarlo tanto como a su suegra. No se interesa por ellos pero tampoco los desdeña. Pautan con su presencia el tragicómico final.

Esta novela, publicada por primera vez en 1971, reveló a Davis como un observador cáustico de su realidad. Las entusiastas opiniones de Jonathan Lethem (amigo de la infancia de uno de sus hijos) sobre su obra son la razón de su redescubrimiento.

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