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La Biblia de los vampiros

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Silvio Galizzi Flores

DOM ANTOINE Augustin Calmet fue un fraile benedictino que vivió en pleno Siglo de las Luces, ya que nació en 1672, en la región francesa de Lorena, y murió en 1757, en París. A pesar de ser un destacado exégeta bíblico y haber escrito la Historia del Antiguo y Nuevo Testamento y de los judíos no es por dicha obra monumental (y presumiblemente densa, si se toma en cuenta que consta de 23 volúmenes), que es recordado y reeditado hasta nuestros días. Por el contrario, el recuerdo de Calmet viene de que también escribió dos libros que analizan entre otros, el tema de los vampiros. El primer volumen lo tituló: Tratado de las apariciones de los ángeles, de los demonios y de las almas de los difuntos, y el segundo: Disertación sobre los revinientes en cuerpo, los excomulgados, los upiros o vampiros, brucolacos, etc. Luego estas obras se fundieron en una sola: Disertaciones sobre las apariciones de ángeles, demonios, espíritus, resucitados, y vampiros de Hungría, Bohemia, Moravia, y Silesia.

El estudio, que traducciones posteriores optaron por abreviar como Tratado sobre los vampiros fue publicado según unos en 1746 y según Luis Alberto de Cuenca, a quien corresponde el prólogo de esta edición, en 1749. Con el tiempo la obra se transformó en una especie de Biblia sobre los vampiros, en un manual de vampirología, en un compendio donde se reunía todo el dudoso saber sobre estos seres y sus andanzas por Europa oriental.

Siendo abad del monasterio de la orden de San Benito de Sénones, en Lorena, Calmet comenzó a interesarse por un singular modo de apariciones que, según su Tratado, había comenzado a divulgarse unos sesenta años atrás. Entabló relación con muchos viajeros, clérigos y misioneros de aquellas remotas tierras, lo que le permitió reunir suficientes datos como para elaborar su Tratado. Este segundo volumen ocupado del tema vampírico, es el que se ofrece en la presente edición.

Brucolaco, upire, strigoi, reviniente, vurdulak, lamia, no son más que distintas denominaciones para designar a la misma criatura: el vampiro. Criatura que es, según el folklore de muchos países, un ente maligno que se alimenta de la sangre de los seres vivos para mantener su particular existencia. Este personaje aparece en la casi totalidad de las culturas, ya sean europeas, americanas, africanas u orientales, adquiriendo en algunas de ellas el carácter de una deidad demoníaca. En la globalizada cultura contemporánea, el prototipo de vampiro más popular es el de origen eslavo: un ser humano convertido después de morir en un muerto vivo, en un depredador, en un espectro sediento de sangre.

DE TODO TIPO. Los vampiros de Dom Calmet no siempre cumplen con tales premisas. Si bien desfilan por esta compilación las historias de vampiros que sí chupan la sangre de los vivos, también están las de los revinientes inocuos que retornan al hogar simplemente para exigir que se le siga colocando un plato en la mesa o para reclamar sus zapatos, y no para hartarse con la sangre de sus familiares. Se acumulan así ejemplos de resucitados que regresan para contar lo que han visto en la otra vida, ya sea por propia iniciativa o porque así se lo habían prometido a alguien; de muertos que mastican en sus tumbas como cerdos y devoran su propia carne; de gentes que van en peregrinación después de muertos; de excomulgados que son expulsados del seno de la tierra consagrada. En fin: visiones y fantasmas de todo tipo. Por otra parte, los testimonios y documentos recolectados por el fraile no se limitan a Europa Oriental, sino que también abarcan a Inglaterra, Grecia, Holanda e incluso Perú.

Calmet concluye su obra pretendiendo haber demostrado de modo tajante que la resurrección de un hombre propiamente muerto solo puede ser obra de la omnipotencia divina y nunca del demonio, como aseguraban los testimonios recabados. Sostiene que "Todo esto no es más que mera ilusión y la consecuencia de imaginaciones alteradas y de fuertes prejuicios".

Es más que probable que su propósito al escribir esta obra no fuera otro que el de destruir lo que no consideraba más que supersticiones. Infortunadamente para sus intenciones, el efecto que logró fue precisamente el contrario. Tal como le ocurrió al Prof. Abronsius en el film La danza de los vampiros (The Fearless Vampire Killers, Roman Polanski, 1967), quien en su afán por destruirlos no hizo otra cosa que diseminar a los vampiros por toda Europa, Calmet no consiguió más que sembrar la semilla que luego germinó en obras de la talla de "Carmilla" de Sheridan Le Fanu, Drácula de Bram Stoker y "El vampiro" de John Polidori, que quizás no hubieran sido posibles sin la existencia previa del Tratado. Si el precio a pagar por todos estos clásicos es tener que soportar la actual moda del vampirismo, es un precio no resulta excesivo, a pesar de mamarrachos tales como la saga Crepúsculo.

el desprecio y la burla. Dom Calmet pretendió curarse en salud ya desde de su propio prefacio: "los que los creen verdaderos me acusarán de temeridad y de presunción, por haberlos puesto en duda, o incluso haber negado su existencia y su realidad; los otros me echarán en cara haber empleado el tiempo en tratar esta materia, que pasa por frívola e inútil en el espíritu de muchas gentes de buen sentido". No pudo evitar sin embargo convertirse en el blanco del desprecio y la burla de sus contemporáneos ilustrados, que pasaron a considerarlo el más firme campeón de la superstición.

Su destino a partir de la publicación fue más bien gris, y hasta los católicos dejaron de tomar en consideración sus antiguos tratados bíblicos. Hoy su nombre se encuentra casi en forma exclusiva dentro de las bibliografías sobre vampirismo, siendo el abad de Sénones quien acuñó la definición de vampiro utilizada en el Diccionario infernal de Collin de Plancy : "Se da el nombre de upiers, upires o vampiros en Occidente; de brucolacos en Medio Oriente; y de katakhanes en Ceylán, a los hombres muertos y sepultados desde hace muchos días que regresaban hablando, caminando, infectando pueblos, maltratando a los hombres y a los animales y, sobre todo, sorbiendo su sangre, debilitándolos y causándoles la muerte. Nadie puede librarse de su peligrosa visita si no es exhumándolos, cortándoles la cabeza y arrancándoles y quemándoles el corazón. Aquellos que mueren por causa del vampiro, se convierten a su vez en vampiros".

Existía hasta el momento al menos una edición en castellano del Tratado (colección La cabeza de Medusa, Mondadori, 1991), muy difícil de conseguir. Aparece ahora esta edición de Reino de Goneril, más cuidada, y embellecida por grabados y reproducciones de Munch, Durero, Goya y Doré. Se trata de un libro-objeto de singular riqueza, tanto por su forma como por su contenido.

TRATADO SOBRE LOS VAMPIROS, de Antoine Augustin Calmet. Reino de Goneril, Madrid, 2009. Distribuye Laregold/Libros de la Arena. 300 págs.

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