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hernán sorhuet gelós
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La espada de Damocles” que representa el peligro que afrontamos ante el cambio climático causado por los seres humanos, cada vez debe ser tomada más en serio.

El acostumbramiento que provoca la persistencia del tema en las agendas nacionales e internacionales, en los cónclaves y documentos de los especialistas, en los medios de comunicación, no debe engañarnos acerca de su real peligro. Es el mundo académico y científico el que, con total objetividad, nos mantiene bien informados al respecto.

Desde 1988 contamos con el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Reúne a los mejores científicos de mundo quienes, en forma honoraria se dedican a evaluar los conocimientos científicos relativos al cambio climático que están disponibles, para poner a disposición de los dirigentes políticos y gobernantes del orbe la mejor información disponible acerca de cuál es la situación actual, y recomendarle las medidas más convenientes a tomar para combatir con éxito al calentamiento global.

El informe de este año nuevamente es enfático. Para 2025 se alcanzará el punto máximo de emisiones de gases de efecto invernadero a escala global, pero su ritmo de aumento ha disminuido como resultado de las medidas adoptadas por muchos países.

El comité señala que si disponemos de las políticas, la infraestructura y las tecnologías adecuadas para realizar cambios en nuestros estilos de vida y comportamientos, para 2030 podremos reducir las emisiones de gases de invernadero a escala global en un 40%, y para 2050 en un 70%.

Desde luego los esfuerzos y logros conseguidos son muy dispares. Hay países que lideran y otros que están muy lejos de poder contribuir positivamente con este esfuerzo.

Lo que no admite discusión es que hay que tomar con muchísima seriedad la advertencia de los expertos del IPCC porque es lo que marca la evidencia científica.

La amenaza del cambio climático es cada vez mayor, y su mejor cómplice es la inacción.

No será nada fácil impedir que el calentamiento global supere el 1.5º C en las próximas dos décadas, con el actual modelo de desarrollo y los estilos de vida generalizados. Pero hay que intentarlo por todos los medios.

Reconocemos la interdependencia del clima con la dinámica de la diversidad biológica, los ecosistemas y las personas. Por lo tanto, las ciencias naturales, sociales y económicas deben estar cada vez más estrechamente integradas, a la hora de planificar el desarrollo y diseñar las estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático.

En ese sentido debemos revalorizar los procesos de restauración de los ecosistemas degradados, porque sabemos que cuando están sanos son mucho más resilientes al cambio climático, y prestan sus esenciales servicios ambientales de manera eficaz. Esos servicios son intangibles; mantienen la vida y el bienestar -como la regulación del clima, la depuración del agua y el aire, el control de la erosión de los suelos, etc.

Todo conduce hacia la sostenibilidad en el uso y consumo de los recursos, pero también al cuidado cada vez más esmerado del ambiente. Sin esta base es imposible edificar sociedades más justas y equitativas que las actuales.

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