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Los 33: historia que movió al mundo

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"Los 33" cumple aceptablemente con lo que cabe esperar de una película así.

Hay por lo menos un par de maneras tontas (quizás sean más) para acercarse a esta dramatización del derrumbe en la mina chilena de San José en 2010, y el posterior rescate de los mineros sepultados bajo los escombros.

Una de ellas es enojarse porque está hablada en inglés y porque en sus papeles principales hay varios intérpretes angloparlantes, lo que constituiría un atentado a la identidad cultural latinoamericana o alguna entelequia similar. En términos artísticos puede no ser la mejor opción, pero a nivel de producción resulta casi inevitable que una película sustentada por capitales norteamericanos se incline por ella, y para vender la película en el primer mundo prefiera tener a Antonio Banderas, a Juliette Binoche, a Lou Diamond Phillips, a Rodrigo Santoro o a Gabriel Byrne que a un ignoto elenco de tercermundista. Es algo así como protestar porque los Kolossals de Hollywood ambientados en la antigua Roma están hablados en inglés y no en latín (hay que estar tan loco como Mel Gibson para rodar una película hablada en arameo o en maya, y a sus espléndidas La pasión de Cristo y Apocalypto terminaron insultándolas por otros motivos).

La segunda objeción idiota (que también ha sido hecha) consiste en cuestionar la película sosteniendo que se trata de un operativo de la derecha chilena de cara a las próximas elecciones, para relanzar la figura de Sebastián Piñera, encarnado en la pantalla por Bob Gunton. Más allá de que hoy la derecha no necesita hacer nada en Chile para serrucharle las patas del sillón a Bachelet (de eso se encargan algunos de los propios correligionarios de la presidenta), no es cierto que, excepto por algunos encuadres que acentúan en el personaje un perfil de autoridad, la película pinte a Piñera como un héroe. Más bien se lo ve como un oportunista al principio indeciso, que a medida que se desarrollan los hechos entiende que el gobierno tiene que hacer algo o va a quedar carbonizado para toda la zafra. Si hay algún héroe gubernamental en la película es más bien el ministro de Minería Laurence Golborne (Rodrigo Santoro), quien acicateado por una mujer del pueblo (Binoche), hermana de uno de los mineros atrapados, se empeña en seguir adelante con el rescate cuando muchos parecen dispuestos a rendirse.

Naturalmente, siempre se puede imaginar otra película. Por ejemplo, la que hubiera hecho un cineasta como el chileno Miguel Littín (El chacal de Nahuel Toro, Actas de Marusia, Sandino y el cóndor), que seguramente no solo hubiera disparado dardos suplementarios contra el gobierno sino que también hubiera enfatizado más la responsabilidad (o irresponsabilidad) de la compañía minera, de la que correctamente se señala que no le importó mandar a trabajar a su gente sin cumplir con las condiciones de seguridad adecuadas. Pero de lo que se trata aquí es de apreciar la película que hay, y no la que podría haber sido. Y esa película es decente.

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En una coproducción internacional son inevitables las concesiones de las coproducciones internacionales, y no hay que ofenderse porque Los 33 incurra en ellas. Lo de los intérpretes angloparlantes ya está dicho y no cabe insistir al respecto. La música de James Horner no suena a demasiado chilena, pero qué se le va a hacer. Y a un nivel profesional, por lo menos, la directora Patricia Riggen no hace mal las cosas.

Su película tiene el buen empaquetado técnico y el ocasional brillo formal de un producto industrial confeccionado con cierta holgura, y logra incluso impresionar en varios de sus despliegues visuales: los efectos especiales para el derrumbe, y el clima claustrofóbico que viene después, pueden figurar entre sus logros.

De acuerdo, hay una cuota de clisé en el libreto (una pincelada de miedo aquí, un estallido de angustia allá, un peleado triángulo amoroso con dos vértices que se enfrentan en la superficie mientras el tercero padece bajo tierra), y por lo menos cinco minutos de "realismo mágico" que habría que sacar o sacar (la escena onírica en la que los mineros imaginan ser visitados por sus familiares que les traen alimentos), pero el resto es bastante sobrio y razonablemente eficaz. Ya sería un mérito lograr crear una cuota de suspenso con una historia que todo el mundo sabe cómo termina, pero la película se las arregla para añadir algunas virtudes suplementarias.

Pese a Banderas (que cuando lo obligan a actuar sobreactúa) y a ese inglés que se cuestiona, el elenco tiene por lo general una presencia adecuada, y ello incluye a Santoro, al siempre eficaz Byrne, a Binoche (qué importa su acento: en más de un momento, alcanza su mirada a la vez angustiada y cargada de autoridad a través de una alambrada para decirlo todo), hasta Lou Diamond Phillips y varios más. Y aunque sin grandes sorpresas ni revelaciones espectaculares, la película fluye correctamente y se ve sin tropiezos. ¿Gran arte? Ciertamente no. Alguien lo ha comparado, más correctamente, con el "best seller culto", ese género mediano pero no desdeñable.

Otras películas acerca de los mineros y su dramática vida en lo profundo de la tierra.

La dramática vida de los mineros ha sido un reiterado tema del cine, y no es necesario empezar citando Blancanieves y los siete enanitos (1937) de Disney aunque sea divertido hacerlo. Una lista "en serio" puede empezar en cambio con Las estrellas miran hacia abajo (1939) del británico Carol Reed, protagonizada por Michael Redgrave y Margaret Lockwood, que adaptaba la novela del mismo título de A. J. Cronin, publicada en 1935, sobre injusticias y conflictos sociales en una comunidad minera del nordeste de Inglaterra. Uno de los momentos culminantes de la película transcurría durante un derrumbe.

También había derrumbes en ¡Qué verde era mi valle! (1941) de John Ford, una obra maestra sobre una familia de mineros galeses que iba más allá de su historia puntual para ser también una reflexión sobre la revolución industrial y sus efectos, un mundo que desaparecía y otro que nacía, no necesariamente mejor.

En un drama más individual se centraba Cadenas de roca (1951) de Billy Wilder, que se ocupaba de un solitario minero atrapado en un derrumbe, y del periodista inescrupuloso (Kirk Douglas) que lo dejaba morir para tener una buena historia.

Menos gente recuerda seguramente Odio en las entrañas (1970) de Martin Ritt, con Richard Harris y Sean Connery, evocación de los Molly Maguires, mezcla de sindicalistas y terroristas irlandeses que combatieron con violencia a las explotadoras empresas mineras en los Estados Unidos del siglo XIX. Era un drama tenso y eficaz.

Más sensatamente ha caído en el olvido Tocando el viento (1997) del británico Mark Herman, un ejercicio de demagogia "seudoprogre", que se peleaba con Margaret Thatcher por haber cerrado las minas de carbón en los años ochenta, lo que al parecer constituyó un atentado a la identidad cultural del pueblo, representada por su banda de música. La película no podía entender por qué la mayoría de los trabajadores prefería cobrar su indemnización y buscarse otro empleo, y adhería en cambio a una minoría de resistentes. Quizás los otros estaban hartos de morir prematuramente con los pulmones destrozados.

SABER MÁS

Los 33 [***]

Estados Unidos 2015. Título original: The 33. Dirección: Patricia Riggen. Guión: Mikko Alanne, Craig Borten, Jose Rivera, Michael Thomas, sobre libro de Hector Tobar. Fotografía: Checco Varese. Música: Antonio Sánchez. Con: Antonio Banderas, Juliette Binoche, Lou Diamond Phillips, Gabriel Byrne, James Brolin, Rodrigo Santoro, Mario Casas, Jacob Vargas, Juan Pablo Raba, Óscar Núñez.

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"Los 33" cumple aceptablemente con lo que cabe esperar de una película así.

Con clisés y actores angloparlantes, pero también con convicción dramáticaGUILLERMO ZAPIOLA

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