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En la otra orilla

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El País

Elvio E. Gandolfo

SI SE USA LA EXPRESIÓN "la otra orilla" en Montevideo, el reflejo inmediato es pensar en Argentina, aunque en realidad se esté pensando más bien en Buenos Aires. Pero hay otras orillas, orillas internas. Una, poco investigada, es el interior uruguayo. Otra, en lo creativo o literario, la que divide dos formas de enfocar el asunto. En una orilla estaría gente tan diversa como Acevedo Díaz, Idea Vilariño, Alejandro Paternain, Mario Benedetti o Henry Trujillo. En cada uno el género usado (poesía, novela, cuento) es claro, suele haber una evolución, una carrera. En la otra orilla reside gente tan difícil de colocar en un sistema como Isidore Ducasse, Herrera y Reissig, Jules Laforgue, L. S. Garini, Felipe Polleri, Pablo Casacuberta. El paradigma mismo de esa otra orilla es Felisberto Hernández. Las dos pueden funcionar armónicamente. O no. Basta fijarse en la incomprensión radical de un habitante de una orilla (Rodríguez Monegal) cuando trata de clasificar a alguien de la otra (Felisberto). Hay gente que vive en las dos, seres anfibios como Juan Carlos Onetti, Mario Levrero, Delmira Agustini, Héctor Galmés, Anderssen Banchero.

Gabriel Vieira es un nítido habitante de la otra orilla. Basta fijarse en lo que hizo con Ducasse en Lautréamont S. A. (1992), su libro más de quince años anterior. Y lo que hace ahora en Hojas de China. Para Occidente, China es la otra orilla definitiva, por el tamaño, por la distancia, por el momento actual, donde no se sabe bien si se trata de un gigante ex maoísta, o hipercapitalista, que va mucho más lejos que cualquier país capitalista occidental.

Hubo, todos lo saben, olimpíadas en China. Convertidas en gigantesco negocio, los años previos al acontecimiento desencadenaron cientos de planes para aprovecharlo. Entre ellos figuró un gran libro sobre China, escrito u organizado por Gabriel Vieira. Pronto el proyecto se torció, agarró para otro lado (ocurre a menudo con los habitantes de la otra orilla). Resultó ese objeto no identificado: un "libro" (única forma de adjudicarle un género) de Gabriel Vieira. Con un efecto final raro: su forma esquinada, múltiple de enfocar el tema termina por ser un modo veraz de ponerse en contacto con China, tanto la China eterna como la fugaz.

El libro parte de una convicción de Goethe, cuando estudió China: "es muy reparador hallarse de pronto en una nueva condición o estado, aunque no sea más que imaginariamente". En una de las páginas con muchas imágenes, con poemas chinos, con jardines idem, aparece otro occidental, Fernando Pessoa: "¿Quién puede darme la China que mi alma ya no me haya dado? Y si mi alma ya no me la puede dar, ¿cómo me la va a dar China?". Por suerte, el alma de Vieira le dio China. Justamente el plano espiritual es donde refulge el tono del libro, entrando y saliendo de los libros y artículos sobre China recogidos, leídos y al fin mezclados en estas hojas.

Hay ilustraciones en color, en blanco y negro, un ritmo leve y a la vez indiscutible en la puesta en página. Allí Vieira tuvo el cómplice ideal: Gustavo Wojciechowski. Inextricablemente juntos, cada uno entrega lo mejor de sí mismo. En las páginas, por las que circula permanentemente el aire, textual y visual, aparecen fragmentos como estos: "Llegar lejos sin salir de la casa y el jardín es una idea taoísta que convierto en el callado propósito de mi voluntad"; "esta contemplación nos permite cultivar la práctica del silencio ante lo que se ignora -honrado deber-"; "La conversación es una práctica especialmente amada por los chinos. En ella coinciden Oriente y Occidente: las mejores conversaciones humanas son las chinas o las griegas".

La conversación extraordinaria de Vieira con China tiene sobre todo aire y agua, más que tierra y fuego, aunque mencione la cerámica china. Las páginas rojas, negras y blancas, el texto finalmente breve, representan más a China en su movimiento que mucho estudio minucioso. Hay un elegante derroche sabio en lo escrito y el diseño. El lector goza de su propio derroche: puede ir libremente de una a otra orilla. Y en este caso, desear que el próximo "libro" de Vieira demore un poco menos de una década y media en llegar.

HOJAS DE CHINA, de Gabriel Vieira. Yaugurú, 174 págs. Montevideo, 2008.

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