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Mimada y golpeada por la vida

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Andrea Blanqué

EN LOS AÑOS 90, en la pared del altillo del poeta Julio Inverso, lucía pegada una foto de la bella Juana de Ibarbourou. La primera vez que estuve allí pregunté, sorprendida, por esa imagen, ya que no podía haber una poesía más opuesta a las ideas estéticas de Julio que la elaborada por esa mujer con cara de actriz de cine. Él me contestó: "Era una gran morfinómana".

Julio Inverso vivía en carne propia el mito del poeta maldito, y había encontrado una secreta hermandad con la poeta tantas veces acusada de cursi y oficialista. Los acercaban las drogas. Cuando Julio se suicidó, en 1999, a los treinta y seis años, contaba casi la misma edad que tenía Juana cuando en 1929 fue nombrada "Juana de América" en el Palacio Legislativo, vestida de encaje blanco, con violetas en la mano, ovacionada y presentada ante el mundo como una reina por el establishment de intelectuales de entonces, encabezados por el poeta del Estado, Juan Zorrilla de San Martín. Nada más lejos de este encumbramiento que el solitario acto de autoeliminación de Julio Inverso.

Sin embargo, los mitos y leyendas corren. Los finales trágicos incitan a la fama. La historia le daba la razón a Julio: después de todo, también resultó ser una escritora maldita la Juana de Ibarbourou exitosa, aquella mujer a quien en 1919 le crecían rosas en los dedos en el poema "El dulce milagro". En el año 1979, cuando la dictadura militar le rindió honores al cadáver de Juana, era difícil condenarla: se corría la leyenda de la escritora loca, encerrada en un caserón de la calle 8 de Octubre, fotofóbica, con un hijo siniestro, jugador empedernido, que la maltrataba.

MUCHO TRABAJO. En Uruguay, Diego Fischer ha realizado algo que parece una hazaña pero que en verdad es un exhaustivo trabajo. Algo que nadie había hecho, a pesar de la fuerte tendencia en el mundo a escribir biografías de escritoras (piénsese, por ejemplo, en la editorial Circe o, sin ir más lejos, las varias biografías de Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Alejandra Pizarnik o Marta Lynch en Argentina). Con la cara de Juana de América se imprimieron billetes de mil pesos, pero nadie se había propuesto un proyecto ambicioso de biografía. Por fin Juana de Ibarbourou la tiene, escrita desde la admiración, sí, pero no desde la hagiografía.

Al encuentro de las Tres Marías, de Diego Fischer, es el resultado de una investigación que examinó muchísimos documentos, incluyendo papeles notariales, recepción crítica, epistolario, entrevistas a testigos y, por supuesto, una intensa lectura y relectura de los numerosos poemas y prosas de tan prolífica autora. Trae a luz lo que se conocía entre sombras, como su adicción a la morfina, al seconal, su vulnerabilidad extrema ante la pérdida de la belleza y sus vivencias de violencia doméstica.

Pero también hace novedosos hallazgos, como por ejemplo el viaje de Juana a Estados Unidos en 1953, no ya para recibir un homenaje, como se decía, sino para ir a las Cataratas del Niágara junto a su amante, un médico argentino veinte años menor que ella que logró hacer intensamente feliz a la escritora. Este hombre resultó ser un viraje en las aguas de la depresión de una Juana que, acercándose a la sesentena, ya había escrito en 1950, en el poemario Perdida, "Me enfrento a ti, oh vida sin espigas,/ Desde la casa de mi soledad". Y los terribles versos "Siento que el barco de la muerte sube/ Hacia mí, con las velas desplegadas".

VISIONES DE JUANA. Diego Fischer investigó, leyó, estudió y reflexionó. En su libro se presiente que quien escribe está convencido de que tiene ante sí a una gran mujer, una mujer digna del verso famoso "Caronte: yo seré un escándalo en tu barca". Es bien distinta la mirada de Fischer de aquella que mantiene Sofi Richero en su estupendo artículo "Juana de Ibarbourou. Fábrica de alas", publicado en el libro Mujeres Uruguayas. El lado femenino de nuestra historia. El escepticismo de Richero ante la figura de la aclamada escritora se resume en este fragmento: "Juana la novia del Estado. La glamorosa princesa de ojos negros que hechizó alguna vez a Borges; Juana la Garbo hasta en la forma de encerrarse en su casa cuando ya no quedaron vacunas contra la gloria. Juana un poco Fausto porque la belleza se acaba. Juana un poco Narciso, como todos. Juana-Cenicienta que llega al Palacio en la consagración del 29 nadando entre violetas. Juana for export en la `Suiza de América`".

Pero, acompañando la lectura de Fischer y de Richero, también es recomendable leer la jugosa entrevista recién realizada por Andrés Echevarría al especialista en Juana de Ibarbourou, Jorge Arbeleche, publicada en el Nº 4 de la Revista de la Academia Nacional de Letras. Arbeleche mantuvo con la escritora una relación muy estrecha en los años 60 hasta 1973, un vínculo casi maternal: signo de esto es el espejo que Juana le regaló, que a su vez ella había recibido como obsequio nada menos que de Juan Ramón Jiménez.

En la entrevista, el estudioso insiste en el perfil bajo de Juana de Ibarbourou, y muestra una imagen de Juana que no coincide con la diva: "Nunca fue rencorosa frente a la generación que la discriminó -se refiere a la Generación del 45- (...), nunca la escuché hablar mal de nadie". Y consultado sobre si Juana evocaba su momento consagratorio como Juana de América, Arbeleche contesta: "Nunca, podría aparecer alguna anécdota circunstancial que mencionara ese episodio, pero no era un tema que trajera a la conversación. (...) No era una gran conversadora, más bien escuchaba".

Sin duda, la lectura obligatoria que debe acompañar a la de Diego Fischer es la propia obra de Juana de Ibarbourou. Fischer declara en el prólogo a su libro que la escritora "jamás ocultó nada. Todo lo contó: su alegría, su gloria, sus ganas de vivir y de morir, sus angustias, sus amores, sus tormentos, sus adicciones... De todo dejó testimonio escrito, en su poesía y en algunas cartas. Pero fundamentalmente en sus libros".

Leer los libros de Juana, una vez leída la biografía, esa larga trenza de victoria y de derrota, de éxito y fracaso, de talento y de malogros, puede resultar una lección de vida. En los primeros libros está la clave de su éxito arrollador. Son los libros luminosos, exultantes de felicidad. Hoy impacta más su relectura atendiendo al mito de los últimos días: la precipitada caída en la soledad, el encierro y el sufrimiento de la vejez de una mujer que parece haberlo tenido todo y haber quedado varada al final en la nada más absoluta.

PRIMEROS LIBROS, PRIMEROS TIEMPOS. Los primeros libros de Juana de Ibarbourou -Las lenguas de diamante (1919) , El cántaro fresco (1920), Raíz salvaje (1922)- son la versión poética de una frase que Juana declara a Miguel de Unamuno en la tan mentada correspondencia entre ambos. Ella le escribe: "Tiene razón. He sido muy feliz, muy mimada por la vida". (Él le había escrito, antes: "Me ha sorprendido gratísimamente la castísima desnudez espiritual de las poesías de usted, tan frescas y ardorosas a la vez").

"Mimada por la vida", entonces, festeja con poesía, y su voz feliz resuena sola en un coro de mujeres trágicas: Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, muchos versos de Gabriela Mistral, otros versos de Alfonsina Storni. En la misma carta donde alaba a Juana, el sabio Miguel de Unamuno desliza una dosis de misoginia con total desparpajo, frecuente en aquellos tiempos donde no inhibía lo "políticamente correcto": "He leído, señora mía, primero con desconfianza y luego con grandísimo interés y agrado su libro Lenguas de diamante. La desconfianza es en mí antigua por lo que hace a poesía de mujeres".

En este ponerla de un lado, y al resto de las poetisas del otro, hay una suerte de competencia en la que se involucrará también la propia Juana. Sofi Richero en su artículo ya citado recoge palabras de cierto desdén de Juana hacia sus colegas femeninas. En 1922, Reyles invitó a Juana a participar de un recital de poetisas en el Ateneo de Montevideo. Diego Fischer incluye la respuesta de Juana. "Yo presidentesa de una república de las letras recluiría o electrocutaría a toda poetisa que llegase a los cuarenta años, o pesase más de 55 kg.". Sin embargo, ella también cumplió cuarenta años, el 8 de marzo de 1932, porque aunque declaraba que había nacido en 1895, en realidad nació en 1892.

Pero en 1922 Juana estaba eufórica. Había tenido un éxito asombroso con sus poemas de Las lenguas de diamante, un éxito inmediato, de público y de crítica. Era un best-seller. Fischer señala que la popularidad de Juana llegó a ser tanta que la venta de sus libros se equiparaba a la venta de discos de Gardel.

Cuando publica Raíz salvaje su euforia se alimenta del éxito, pero este éxito puede ser el resultado de lo que hoy se entiende como "energía positiva" y que los lectores percibieron: los poemarios de Juana pudieron funcionar de forma parecida a manuales de autoayuda donde escritora y lector festejan la vida.

Es verdad que "el horror a la muerte" estaba allí, y Juana le reclama en su carta a Unamuno que no se olvide de ello en su lectura, que por favor atienda a "Vida Garfio", con sus famosos versos "Amante: no me lleves, si muero, al camposanto". De hecho, el poema más emblemático de Las lenguas de diamante es "La hora", una versión nacional del tópico poético del carpe diem: "Tómame ahora que aún es temprano/ Y que llevo dalias nuevas en la mano/(...)// Hoy, y no mañana. Oh amante, ¿no ves/ que la enredadera crecerá ciprés?"

IDEAL FEMENINO. El malestar de las mujeres a comienzos del siglo XX brilla por su ausencia en los primeros libros de Juana de Ibarbourou. Es una poesía de la dicha, donde ella es Eva plenamente satisfecha de su Adán. La pareja humana no es asimétrica en la poesía de Juana de estos años, y si lo es, no importa. Así, en "El fuerte lazo": "Crecí /Para ti./ Tálame. Mi acacia/ Implora a tus manos su golpe de gracia.// Florí/ Para ti/. Córtame. Mi lirio/ Al nacer dudaba ser flor o ser cirio// Fluí / Para ti. Bébeme. El cristal/ Envidia lo claro de mi manantial// Alas di/ Por ti / Cázame. Falena,/ Rodeo tu llama de impaciencia llena.// Por ti sufriré/. Bendito sea el daño que tu amor me dé!/ Bendita sea el hacha, bendita la red/ Y loadas sean tijeras y sed// Sangre del costado/ Manaré, mi amado./ ¿Qué broche más bello, qué joya más grata,/ Que por ti una llaga color escarlata?".

Terrible suena este poema cuando luego de la lectura de la biografía de Diego Fischer es posible imaginar escenas de violencia doméstica protagonizadas por ese mismo hombre unos años después, contra la mujer que aquí renuncia a sí misma.

Pero cuando Juana escribe estos versos está convencida de poseer un tesoro: el amor de un hombre. El clarísimo poema "Millonarios" muestra esta intuición de poder absoluto, esta omnipotencia: "¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes,/ y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia/ vamos a ser felices con el gozo sencillo/ de un casal de gorriones que en la vía se arrulla.// Más allá están los campos y el camino de acacias/ y la quinta suntuosa de aquel pobre señor/ millonario y obeso, que con todos sus oros/ No podría comprarnos ni un gramo del tesoro/ Inefable y supremo que nos ha dado Dios:/ ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de amor".

En sus versos se respira que ese tesoro que ha conquistado, ella lo merece. En Las lenguas de diamante de 1919 esa mujer (que años más tarde debería consumir seconal para dormir y morfina para no sufrir) compone un poema llamado "Salvaje" donde se propone como una auténtica diosa mitológica: "¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena,/ Cual si fuera la diosa del trigo y de la avena!"

Es la mujer satisfecha de sí, lo femenino que encaja perfectamente con lo masculino. En el poema "Noche de lluvia", de Raíz salvaje, se concibe a sí misma y a su amante como la pareja primigenia: "Espera, no te duermas. Esta noche/ Somos los dos un mundo./ Aislado por el viento y por la lluvia/ Entre la cuenca tibia de una alcoba.// Espera, no te duermas. Esta noche/ Somos acaso la raíz suprema/ De donde debe germinar mañana/ El tronco bello de una raza nueva".

VOCES DISONANTES. Bien diferente es este discurso -el de una auténtica triunfadora ante la vida y el imaginario social- del que sustenta la poesía desolada de María Eugenia Vaz Ferreira, desolación que se manifiesta por ejemplo en aquel poema sobrecogedor, "Los desterrados", donde una mujer bien distinta al yo lírico de Juana de Ibarbourou observa con ansias de voyeur el semidesnudo cuerpo sudoroso de un obrero y exclama: "¿Por qué no te plugo hacerme/ libre de secretas ansias/ como a la feliz doncella/ que esta noche y otras tantas/ en el hueco de esos brazos/ hallará la suma gracia?".

Bien diferente a María Eugenia, entonces, es esta Juana de los primeros libros, esta campeona del ideal femenino que como si fuera poco además escribe dulces versos a la maternidad y a su hijo, como en el emblemático poema "La cuna", y que le declara al hombre amado: "Contigo, en el nido, no sé lo que es el miedo".

Imagen opuesta a las metáforas de la sedienta Delmira Agustini, que en lugar de "el tronco bello de una raza nueva" de Juana, se imagina en el soneto "Otra estirpe" a sí misma y a su amante como una raza maldita y vampiresca: "Así tendida, soy un surco ardiente/ Donde puede nutrirse la simiente/ De otra Estirpe sublimemente loca".

INEVITABLE. Cuando se avanza en Al encuentro de las Tres Marías se descubre que esta supermujer también reviste una gran vulnerabilidad. A partir de los años treinta, aunque sus libros continúan vendiéndose, traduciéndose y reeditándose, comienza la sombra de la caída, del destronamiento. En 1929, con la ceremonia de Juana de América, todo parecía ser un cuento de hadas, pero en 1930 percibe que sus nuevos poemas -de La rosa de los vientos- no tienen la extraordinaria acogida de sus antecesores. Lo que escribe Juana ya no es exactamente el relato de la campesina, la aldeana, bella, pura y fresca que tanto le gustó a todo el mundo. Introduce en su estética a las vanguardias, y no siempre está bien visto. Más tarde tiene ganas (sí, sencillamente ganas) de escribir prosas sobre personajes del Antiguo Testamento y versos a la Virgen del Perpetuo Socorro. Así surgen Estampas de la Biblia y Los loores de nuestra señora, que no gustan. No aparece aquí la Juana diosa mitológica, la sensual aldeana con olor a flores, la mujer ideal pidiéndole al hombre ideal que repose la cabeza entre los senos, como en "Noche de lluvia".

El declive es relatado por Fischer con lujo de detalles: primero vendrán los insomnios, la anorexia, luego los barbitúricos para dormir. Después la morfina. En el medio, el desmoronamiento de un matrimonio con el mayor Lucas Ibarbourou, pareja que si bien en los primeros poemas parecía eterna e imbatible, resultó un fiasco: en efecto, un militar con una escritora famosa, sería en definitiva un vínculo difícil.

Vienen entonces los años de las pérdidas, de las muertes, de la desaparición del dinero generado con los abundantes derechos de autor. Viene el dolor pero no la decadencia artística.

Los mejores poemas de Juana, paradójicamente, están ahí, en la derrota y en el miedo, en la pérdida de la belleza y de la tan cantada juventud, en la soledad inexorable. Y llega en 1950 su mejor libro, Perdida. Nunca es más humana Juana de Ibarbourou como cuando revisa su pasado en el ambiente nocturno, en versos insomnes, y reniega de algún modo de aquella que "fue flor y gacela/ toda hecha de raso y mansedumbre". La mujer narcisista que idolatraba su belleza ha perdido "el ánfora del bálsamo", y ahora es otra.

Podría decirse que siempre estuvo la posibilidad de la decadencia y de la muerte en sus versos, como lo manifiesta el ya citado poema "La hora" y varios otros. Pero la réplica la da la propia Juana en este libro, titulado significativamente Perdida: "Se me acabó la muerte/ Que cultivé hasta ahora/ La muerte de romance o de leyenda"/ (...) Ahora tengo la muerte/ sin voz, sin ojos, sin color ni cara".

AÚN VIVA. Y, curiosamente, esta otra Juana también escribe poemas de amor. Son los de los años 50, los años de Azor, de Mensajes del escriba, de aquellos libros resultantes de su relación transgresora con un amante casado, el talentoso médico argentino veinte años menor. Ya no es la aldeana de un cuadro de un museo europeo sino una mujer con una vida detrás, experiente, sabia y sola, que vive la extrañeza de sentir amor después de tanto vacío: "Ya se está haciendo un nudo este entrevero/ en que dos, uno solo estamos siendo".

En 1967 llega otro libro que compite en calidad con Perdida, titulado como uno de sus poemas, La pasajera. Aquí, aquella mujer que se autodenominaba "millonaria" años atrás, declara sin temor: "Toda riqueza se perdió en el viento,/ todo se ha vuelto espuma sin memoria".

En estos versos, parece que Juana de Ibarbourou se despoja de toda la cursilería de la que la han acusado, de todas las leyendas, de todos los trofeos, y reconoce: "La deshilada llama del crepúsculo/ aún se mantiene viva/ en la secreta red de las arterias./ Voy al encuentro de las Tres Marías.// Ah, qué triste, qué calma y valerosa/ esta mujer que asciende hasta la noche/ sin un temblor, y sola cual si fuese/ la pasajera única e insomne".

AL ENCUENTRO DE LAS TRES MARÍAS, JUANA DE IBARBOUROU MÁS ALLÁ DEL MITO, de Diego Fischer, Aguilar, Montevideo, 2008. Distribuye Santillana. 267 págs.

Los libros

Poesía: Las lenguas de diamante (1919); Poesías escogidas (1920); Raíz Salvaje (1922); La rosa de los vientos (1930); Perdida (1950); Azor (1953); Romances del destino (1955); Oro y tormenta (1956); Raíz salvaje. El cántaro fresco (1965); Elegía (1967); La pasajera (1967).

Prosa: El cántaro fresco (1920); Ejemplario (1927); Loores de Nuestra Señora (1934); Estampas de la Biblia (1934); Villa de la Unión a través de la historia, la leyenda y la anécdota (1937); Chico Carlo (1944) Canto rodado (en colaboración con José Pereira Rodríguez, libro de lectura para escolares) El dulce milagro (1964); Juan Soldado (1971).

Teatro infantil: Los sueños de Natacha (1945); Los sueños de Natacha, cinco obras de teatro para niños (1945).

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