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Nuevas dudas

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AGUSTÍN COURTOISIE

CLARA ALDRIGHI integró el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y hoy es docente de Historia Contemporánea en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República). Le llevó más de cinco años realizar entrevistas, acceder a documentos secretos (declassified) y estudiar archivos nacionales y extranjeros, para culminar en un primer tomo de La intervención de Estados Unidos en Uruguay (1965-1973), que pone el foco en la "ejecución" del norteamericano Daniel Anthony Mitrione, jefe del equipo de instructores del "Programa de Seguridad Pública", que dependía de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos. El libro abunda en la descripción de la situación de América Latina en el contexto del mundo bipolar de la Guerra Fría, y pasa revista en orden cronológico a muchos de los sucesos más relevantes ocurridos en el Uruguay durante aquellos trágicos años. El cuadro político y social de la época, las reivindicaciones de la guerrilla, la represión y el autoritarismo crecientes, los diálogos en la "Cárcel del Pueblo", la comunicación entre Richard Nixon y Jorge Pacheco Areco, y hasta el interrogatorio que Candán Grajales le hizo a Mitrione estando secuestrado, son reconstruidos con verosimilitud, sin dejar de lado las últimas horas del instructor que luego sería ejecutado. Muchos datos surgen, nada menos, que de los National Archives and Records Administration (Washington D.C.), del Archivo Histórico Diplomático del Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay, de la colección de Jorge Bañales, del archivo David Cámpora, y de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia. La autora lamenta, de todos modos, las inevitables zonas oscuras y el hecho de que muchos archivos aún no hayan sido liberados al público.

TRES DESCUIDOS. Entre la erudita multitud de nombres propios, fechas y acontecimientos, hay al menos tres aspectos que Aldrighi descuidó, lo que provoca cierto desbalance informativo.

Primero, los planes de Estados Unidos son relatados con lujo de detalles pero se omiten, o se desvanecen en un segundo plano, los vínculos del MLN con países como Cuba y de otras fuerzas de la izquierda con la Unión Soviética.

Segundo, se refieren con mucha precisión tres episodios: la posible hora de muerte de Mitrione: (entre las 21.30 y las 22 horas del 9 de agosto de 1970), los preparativos preliminares (le explicaron a Mitrione que lo iban a trasladar, le cubrieron los ojos con algodón y tiras de gasa, y le dieron un sedante para dormirlo profundamente), y también los nombres de los tupamaros a cargo de la ejecución (Antonio Mas Mas, Aurelio Sergio Fernández Peña y Esteban Jorge Pereira Mena).

Pero Aldrighi registra palabras de este último que diluyen la autoría material del homicidio: "Dos de nosotros disparamos. Al hacerlo dijimos: `Por América Latina, por sus muertos y torturados...". En cuanto a los autores intelectuales, queda muy poco clara la identidad de los que dieron la orden o tomaron la decisión. En Testimonio de una Nación agredida (1978) del Comando General del Ejército, los militares habían acusado a Antonio Mas Mas como autor material, y habían atribuido la orden de dar muerte al rehén a la nueva dirección del MLN integrada por Lucas V. Eduardo Mansilla, Samuel Blixen, y Manuel Marx Menéndez. Por su parte, en una entrevista con la autora, Rosencof declaró que "no es cierto que la decisión de la muerte la tomó la columna de la Quince como dijeron las Fuerzas Conjuntas después. Simplemente la cumplió. Hubo una consulta con todos los comandos de la columna". Entretanto, Manuel Marx Menéndez dijo a la autora: "A mí no me consultaron. Dónde se ha visto que se hagan consultas en una organización clandestina" (pág. 234).

Aldrighi parece preferir la versión de Rosencof y los comentarios de Jessie Macchi. Según la autora: "De hecho, la muerte de Mitrione fue decidida por votación por un conjunto de tupamaros que pensaban que sus proyectos iniciales habían fracasado". Luego cita a Macchi: "Tomamos la decisión de ejecutarlo porque el gobierno había rechazado negociar… No veíamos otra salida. Es cierto que estábamos tensos por la caída de los dirigentes, pero no fue una decisión tomada emotivamente" . En páginas previas, la idea de que "hay que matar a Mitrione" se presenta como un clamor de toda la organización. Por ejemplo, alguien que se identifica por su alias, "Venancio", asegura que "casi el cien por ciento del aparato organizado exigía la muerte de Mitrione". A su vez Henry Engler lo confirma: "estuve en las consultas previas y es cierto que hubo consenso para la ejecución".

En realidad, es difícil para el lector "formar con independencia su opinión" como dice la autora, si se diluye la responsabilidad moral de la orden de ejecución, y si apenas se insinúan los ejecutores materiales, por más detalles de algodones y gasas que se brinden.

EL CUBANO DOBLE AGENTE. Si es verdad que constituía un clamor de la mayoría de los insurrectos matar a Mitrione y ello surgía, según palabras de Engler "de una discusión bastante democrática sobre principios revolucionarios de un anuncio de ajusticiamiento", eso podría proyectar una sombra muy incómoda sobre el MLN: ya no se trataría de un error político, o ético, de tal o cual terna de cabecillas, sino de todo un colectivo que veía cada día más menoscabada su percepción del entorno. Eso conduce precisamente al tercer descuido grave de Aldrighi: se trata de la increíble precariedad de elementos con que el MLN-T tomó la decisión de ejecutar a Dan Mitrione.

Fue Héctor Amodio Pérez, responsable de la columna Uno y pocas horas antes de ser detenido, que le entregó a "Beatriz" un papelito con la indicación de secuestrar a Mitrione. Al parecer, por entonces, nadie en la organización tenía idea de la importancia del instructor estadounidense. Como afirma Aldrighi en forma significativa: "En opinión de varios tupamaros que integraron la dirección del MLN, el agente de inteligencia cubano Manuel Hevia Cosculluela fue quien reveló a Sendic y demás dirigentes la importancia de Mitrione, señaló su condición de objetivo prioritario para la guerrilla e indicó su dirección" .

Las sucesivas direcciones y comandos del MLN tomaron conocimiento de la maldad del futuro ajusticiado por "vías sinuosas" (sostiene Aldrighi) que provenían pues, en última instancia, del misterioso agente cubano Hevia Cosculluela, el doble espía que partió definitivamente de Uruguay poco antes del secuestro de Mitrione y reapareció en Cuba en 1978. En un artículo sobre este personaje, César di Candia lo define con perspicacia: "Este hombre, cubano de origen, se había infiltrado en la CIA (por indicación de la policía secreta de su país o por propia voluntad, no está claro) y había ejercido funciones en el Uruguay. Alguien que espía para Cuba dentro de la CIA y para la CIA dentro de Uruguay no puede inspirar confianza y mucho menos respeto" (suplemento Qué Pasa, El País, 30/4/2005). Sin embargo, a través de "vías sinuosas", creyeron en el cubano.

En cuanto a las historias de tortura y muerte de animales domésticos y mendigos reveladas en el libro Pasaporte 11333 de Hevia Cosculluela, aun si fuesen ciertas, recién se conocieron en 1978, fecha de publicación del libro (ocho años después de la muerte de Mitrione).

Por último, queda el testigo más interesante, el comisario Alejandro Otero, que fue el primero en hacer declaraciones públicas confirmatorias, en el Brasil, del punto de vista del MLN en cuanto a que Mitrione era un instructor de torturas. Pero ocurre que no solamente Otero las desmintió enseguida, (claro que podrían imaginarse presiones o amenazas para que lo hiciera y por lo tanto, habría que descartar la desmentida y quedarse con la primera versión), sino que, cuando el MLN decide matar a Mitrione, jamás podría haberlas utilizado como "evidencia", en su ejercicio tribal de la justicia. Es que Otero las formuló, si es que realmente lo hizo, tres días después del homicidio del funcionario, como la propia Aldrighi reconoce en la página 332.

Pese al visible esfuerzo por mantener cierta sequedad discursiva, y hasta cierta multilateralidad en el acopio de documentos e interpretaciones (que algunos lectores podrían confundir con cierta "neutralidad" científica), Aldrighi no logra conjurar la atmósfera justificatoria de los hechos que narra, en beneficio de la organización a la que perteneció. Sin embargo, la propia autora incluye ciertas reacciones de la prensa internacional ante el asesinato de Dan Mitrione que pueden contribuir a equilibrar la mirada.

LA INTERVENCIÓN DE ESTADOS UNIDOS EN URUGUAY (1965-1973). EL CASO MITRIONE. (Tomo 1) de Clara Aldrighi, Trilce, 2007. Montevideo, 424 págs.

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