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Rodolfo Sienra Roosen ("Cucho")

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Durante 23 años, este espacio de la página editorial fue ocupado por la pluma y el pensamiento del Dr. Rodolfo Sienra Roosen, el queridísimo "Cucho", una figura irrepetible que desde el viernes ya no está más entre nosotros. Escribimos estas líneas sacudidos aún por el impacto y el dolor que su alejamiento nos provoca. Fue un amigo noble y leal, poseedor de un inquebrantable optimismo y una fuerza de convicción capaz de solucionar todos los problemas con su sonrisa franca y espontánea, la calidez de su palabra y su facilidad para trasmitir sentimientos hermanos frente a la contrariedad. Parecía como si Cucho viviera siempre en primavera y contagiara todo su alrededor.

Era una persona feliz y agradecida a la vida. Jefe de una hermosa familia tenía en Teresita una compañera extraordinaria, tres hijos (María, Paula e Ignacio) y siete nietos que eran todos motivo de orgullo. Ellos eran siempre el refugio final y la fuerza impulsora para encarar los desafíos sin alterar su optimismo.

Fue un abogado inteligente, obstinado y exitoso. Sentía el Derecho desde el corazón y lo aplicaba con la lucidez de una mente jurídica, tan privilegiada como humana. Nunca perdía la perspectiva de que las normas se aplicaban a los hombres y cada uno de ellos era una realidad distinta que había que contemplar. Porque creía y defendía la Justicia. Como creía y defendía la democracia, como creía y defendía el Estado de Derecho.

Con ese respaldo y esos valores a sus espaldas, desarrolló sus grandes pasiones vitales: Blanco y de Nacional desde siempre; formidable editorialista y columnista político un poco más tarde. Antes de ingresar a este diario, Cucho mandaba ocasionalmente carta de los lectores y, a modo de firma, utilizaba un seudónimo que es categórica definición: "Oribista Tricolor".

El Partido Nacional fue uno de sus grandes amores. Desde el llano, sin coquetear jamás con el poder, luchó siempre por el Partido, uno de los primeros a la hora de colaborar ubicándose por decisión propia en la vanguardia de la tropa. Era de los que jamás bajaba los brazos y aparecía a toda hora listo para luchar, con su sonrisa empecinada.

El Club Nacional de Fútbol fue su otra pasión. Integró la Directiva que presidió don Dante Iocco en los años ochenta como Secretario General y pudo festejar la máxima consagración de su equipo en una infartante final en Tokio ante el Nottingham Forest con el recordado gol de Waldemar Victorino. Retirado Iocco, ocupó por derecho propio la Presidencia del Club (1982-84) que se clasificó Campeón Uruguayo en 1983.

Y luego su etapa en esta página editorial. Columnista combativo como pocos, pero estudioso. Las virtudes que lo adornaron como abogado las trasladó al campo periodístico. Escribía con el corazón, decía lo que sentía y lo que pensaba, pero todo pasaba por el tamiz de su mente lúcida.

Su partida es una dura pérdida para esta página. Deja un vacío que los lectores extrañarán y nosotros también. Solo nos queda su recuerdo (que es mucho) y despedirlo todos desde el alma con un ¡Adiós querido amigo!

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