SEBASTIÁN AUYANET
Saludos, pedidos, abrazos y propuestas en la veloz gira que el candidato hizo el viernes por el departamento más identificado con el Partido Nacional del país. Una apuesta al contacto cara a cara y kilómetro a kilómetro.
El iPhone parece de juguete en la mano de Jorge Larrañaga. Son las cinco de la tarde y en lo que va del día ha estado pegado a él entre saludo y saludo. Ahora tiende una entrevista, mientras alguien de su entorno dice que cambia de aparato seguido: "¿Viste lo grandes que son las manos? Los hace pelota".
Esa entrevista es apenas una pausa en la extensa recorrida que el candidato está haciendo por Fraile Muerto. Saluda, corta y mira con gesto serio y desafiante: "¿Y? No es fácil, ¿eh papá? Yo hago esto todos los días". Los jóvenes militantes del pueblo y el contingente de seguidores que vienen con él -el candidato a intendente de Cerro Largo Sergio Botana, entre otros- lo alcanzan junto a otros habitantes del pueblo. De inmediato, el candidato enciende su sonrisa y besa a un bebé que le acerca una abuela, para comenzar una nueva ronda de saludos. "Intento saludar a toda la gente que pueda", dirá a El País al final del día, cuando el periplo termine sobre las 9 de la noche en un club político frente a la localidad brasileña de Yaguarón. Campaña pura.
La gira comenzó doce horas antes sobre la geografía anémica de Aceguá; una especie de Chuy abandonado con un free shop, supermercados brasileños que se quedaron en el tiempo y los famosos "kileros", que llevan garrafas de contrabando a Melo, en motos cargadas como roperos.
El letargo de la mañana soleada fue interrumpido por los parlantes de la campaña que transmiten la nueva versión del viejo jingle, que ahora dice "quiero a mi país" en lugar de "quiero un nuevo país". Por ahí andan algunos pequeños productores que superan los sesenta años. Uno de ellos es Barboza, que se presentó con apellido a secas. Por supuesto, Barboza fue blanco toda la vida ("como hueso de bagual", responderán otros tantos a la misma pregunta) y ve en Larrañaga a la única chance real de que la región fronteriza despegue.
"Precisamos un caudillo que no esté quemado", y dice y repite la palabra "caudillo", mientras el candidato escucha una propuesta de Botana para dinamizar la región. En total hay unas 40 personas en una ronda de la que forman parte los pequeños productores, estancieros con ropa de campo más ostentosa, algunos chicos y un par de prostitutas.
Un público similar lo esperó en Villa Isidoro Noblía, un pueblo ubicado a pocos kilómetros de allí que tiene la extrañeza de ser una de las pocas poblaciones del departamento más blanco del país en el que el MPP y el Partido Nacional se dividen los votantes. Al escenario del segundo acto de la mañana -el Club Hípico "Los Potros", que parece más un salón de viejas maquinitas de los que hay en los balnearios- también se acercó Barboza. El hombre aplaudió con esmero cuando Larrañaga hizo énfasis en la descentralización no sólo nacional, sino departamental: "Yo prefiero una familia radicada en el medio rural, aun cuando pague menos impuestos, a que se muden a la capital departamental, donde por ahí terminan engrosando los cinturones de pobreza".
También aplaude como puede Glecio Casas, un hombre de 68 años encorvado sobre su bastón que vino con su mejor ropa: un traje que le queda unos talles más grande. Glecio alquila en Noblía un rancho que se llueve, y quiere que gane Larrañaga pero sobre todo Botana, de quien espera "una casita y una pensión", ya que tiene la columna atrofiada y no puede trabajar más. "Quiero vivir acá" dice, y confía su suerte a la del candidato.
La cuestión de los intendentes no es menor, y eso se nota aun más en Melo, donde el senador paró para dar una conferencia en la Departamental Nacionalista y dormir una siesta.
La ciudad está llena de propaganda política, pero con los candidatos a intendente en el primer plano. De momento, la junta local recibió apenas cuatro listas para las internas, a una semana de agotar el plazo. Sobre la hora de cierre van a llegar más de 80, y arriba de 60 del Partido Nacional.
La tarde aumentó la carga de eventos. A paso ligero, Larrañaga pasó a saludar por la Liga de Trabajo de Fraile Muerto y por la cooperativa CARF, que trabaja haciendo hilado para Manos del Uruguay. Recorrió una pensión para ancianos, saludó en un jardín de infantes y entró a la Escuela Técnica de la UTU entre más pedidos y otra vez el teléfono, desde donde además responde correos, aprueba o no sus avisos y actualiza su Facebook.
"Si apagás la música me gusta más", pidió Larrañaga al de la camioneta; luego agradece al pueblo y se sube al auto japonés con el que recorre la campaña, sin custodia ni comitiva.
El club de Río Branco que recibió el acto de cierre de la gira express por Cerro Largo aún conservaba su decoración de discoteca, con arañas de papel crepé y luces psicodélicas.
Allí, Larrañaga se dirigió a unas 150 personas para prometer, entre otras cosas, que estará los primeros cien días de su mandato junto al ministro del interior que designe para "poner mano dura" contra la delincuencia. Terminó su discurso dando tragos largos a su botella de agua y recibió la ovación y los abrazos de los locales. Muchos de ellos volvieron a entrar al club para ver el siguiente evento que cerraría la noche: un concierto del grupo tropical Sonido Profesional.
"Por momentos soy muy temperamental"
En el Club Artigas, pegado a la frontera que une las poblaciones de Río Branco y Yaguarón, Larrañaga cerró su actividad del día con una cena íntima, rodeado de algunos amigos con los que se juntó a charlar frente al parrillero. Antes de pasar a las largas mesas de caballete ya preparadas, conversó con El País unos minutos para hablar de la gira, y antes de seguir hacia Tacuarembó.
"Yo disfruto del contacto con la gente, recibiendo cartas, reclamos, petitorios. Tratamos de contestarles a todos. Tengo esa disposición, entonces me es igual hacerlo, porque disfruto en un barrio de Montevideo como disfruto aquí, en Río Branco, o mañana en Caraguatá. Además, los problemas son los mismos para todo el mundo", explica.
Larrañaga encuentra que el ritmo de campaña lo hizo ver dos aspectos de su personalidad. "Yo creo que me he descubierto a mí mismo una paciencia que creía no tener, y que la empecé a ver en la última campaña electoral. El defecto que tengo es el de ser muy impaciente. Estoy en diez cosas a la vez y por momentos soy muy temperamental, pero he mejorado de manera notable en ese sentido".