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Un trago amargo para viajar a Dios

| Unos 500 uruguayos ya estuvieron en el Santo Daime. Es una antigua tradición de los chamanes amazónicos mezclada con rituales cristianos. Un periodista participó de la ceremonia y dice haber tenido una entrevista exclusiva con... ¿el Diablo?

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CÉSAR BIANCHI

Conocer la iglesia del santo daime no es tarea sencilla. Y el daime propiamente dicho, mucho menos.

El primer abordaje es el teórico.

Se trata de un sincretismo religioso, una mezcla de iglesia cristiana con tradiciones chamánicas. Tiene como práctica central el consumo ritualizado de la ayahuasca, una bebida sagrada mezcla de una liana del Amazonas (jagube) y una planta, también amazónica, llamada a rainha da floresta. Aunque los fieles brasileños, y sus pares en América, prefieran llamarla daime.

Hoy la toman 75 etnias indias de la Alta y la Baja Amazonia, y de las altas cuencas andinas. Pero además la iglesia y la droga -inextricablemente unidas- ganaron celebridad en Brasil y se expandieron por el mundo.

En Uruguay la iglesia funciona en un templo ubicado por Camino de los Horneros, a la salida de Montevideo, a escasos kilómetros del Aeropuerto de Carrasco.

Unas 40 personas acuden los 15 y los 30 de cada mes en las tenidas de "concentración" y a otras largas noches con danzas e invocaciones. Quien firma este reportaje vivió un rito con ellos, y tomó la ayahuasca.

Se trata de una mixtura psicoactiva que se consume desde hace 10.000 años en toda la cuenca amazónica por millones de personas. Desde la década de 1930, además del consumo chamánico indígena, empezó a tomarse por sincretismos religiosos nacidos en Brasil.

Desde los 70 se utiliza con éxito en tratamientos de toxicomanías, según el antropólogo Josep Fericgla, director de la Sociedad de Etnopsicología Aplicada y Estudios Cognitivos de la Universidad de Barcelona.

La bebida sagrada se consume en Argentina, Venezuela, Colombia (se llama yagé), Ecuador (natema), Perú, Chile y Uruguay, en América del Sur; y otros países como Estados Unidos, Canadá, Japón, España, Holanda, Italia, Alemania, República Checa y el Reino Unido.

Hoy son más de 20.000 los religiosos que consumen el daime, bailan y cantan sus himnos en portugués en todo el mundo, en una experiencia mística, divina.

Lo toman con la finalidad de ver al Espíritu Santo, a Dios, ver la salida a muchos dilemas existenciales, y todo como consecuencia de la expansión de la consciencia. En fin, el autoconocimiento que tanto ha desvelado a chamanes de todos los tiempos y le quita el sueño a mortales de la posmodernidad.

La Iglesia del Santo Daime o Culto Ecléctico de Fluente Luz Universal (Cefluris) fue fundada en 1931 por Raimundo Irineu Serra, un negro que trabajó para el ejército brasileño en plena selva amazónica, fijando los límites fronterizos entre su país y los vecinos.

Serra aprendió de los indios el uso de la ayahuasca. Creó una forma ritual de ingerirla aprovechando los efectos del psicotropo y fundó la iglesia del Santo Daime, arguyendo haber sido bendecido por la Virgen María.

Qué es la ayahuasca

Como lo explica Fericgla en su Breve informe sobre la ayahuasca para la Universidad de Barcelona, el vocablo ayahuasca proviene del quechua y significa "liana que lleva a visitar a los muertos".

Un ingrediente vegetal de la bebida aporta un inhibidor de la monoaminoxidasa (IMAO) y el otro aporta dimitiltriptamina (DMT). Ambos son imprescindibles para conseguir un efecto psicoactivo, y las dosis utilizadas para su preparación dependen de cada pueblo.

La DMT es la sustancia clave para conseguir esa ebullición que los puede llevar al limbo, o a su peor infierno. Es la misma sustancia que segrega el cuerpo humano y es la responsable de los sueños nocturnos. De ahí -explica el antropólogo español- que los efectos de la ayahuasca sean como soñar pero con plena conciencia de lo sucedido.

Para el psicólogo gestáltico Alejandro Spangenberg, Hombre Medicina del Camino Rojo, la ayahuasca no se consume por ser una planta sagrada y sabia. "Los hombres trabajan con la liana, que es la parte masculina, y las mujeres con la rainha da floresta, que es femenina".

"No producen efectos secundarios, no generan adicción, y al mismo tiempo son un portal de libertad", dijo.

El antropólogo Víctor Sánchez Petrone estudió cuatro años a la Iglesia del Santo Daime. Participó de la primera reunión del rito el 28 de abril de 1997 y siguió concurriendo, como curioso e investigador. Aquella noche fue la primera de tres largas jornadas de una ceremonia de cura, dijo desde España, donde está cursando un doctorado.

En 2001 comenzó un exhaustivo estudio del sincretismo religioso. En abril y mayo se fue hasta Boca do Acre, territorio que perteneciera antiguamente a Bolivia pero fuera anexado a Brasil por el imperio portugués. Sánchez recogió las plantas, las procesó y tomó la bebida, fuera del ámbito ritual, como más le gusta.

El antropólogo defiende iglesias como el Santo Daime y otras similares, pero discrepa con que utilicen la ayahuasca sólo en contexto religioso. Él cree que su uso debería ser accesible a todos con el único fin de la exploración de la psiquis humana. Él estudió los alcances de su propia mente con ayahuasca, marihuana, mezcalina en forma de san pedro, brumancias y hongos.

"La Iglesia del Santo Daime tiene una fuerte impronta de valores cristianos y es casi inevitable sufrir cierta presión psicológica. Yo soy agnóstico. Alguien como yo está enmascarando su convicción filosófica, por eso de persignarse antes de tomar la bebida. Lo del Santo Daime es una performance, una teatralización", opinó.

El antropólogo entiende que en el pasaje de lo salvaje al mundo civilizado, religiosos brasileños tomaron la droga en suelos boliviano y peruano, y la nacionalizaron. "Del lado brasileño hay una negación a lo castellano e indígena. No la llaman ayahuasca, le dicen daime".

Ernesto Singer, considerado comandante y líder del Santo Daime en Uruguay, sostiene que el único fin de tomar la ayahuasca es espiritual, la búsqueda de lo divino.

La bebida, importada por el Santo Daime desde el Amazonas o Florianópolis, se muele y cocina en Brasil, que cuenta con un permiso gubernamental para su fabricación. "Creo que no está prohibida en Uruguay", dijo Singer. Y se sabe, lo que no está prohibido, está permitido.

"El daime sirve para entender mejor la realidad, la mecánica oculta detrás de las cosas", dice. Para eso expanden su conciencia, para llegar a zonas oscuras.

Singer aclara que no es aconsejable que tomen la bebida sagrada personas con antecedentes psiquiátricos. Pueden vivir episodios demasiados fuertes, intolerables.

Comenta que respetan toda la tradición de la religión, tal como la dejó Serra antes de morir: bailan y cantan los himnos que él y el padrinho Sebastiao pergeñaron (llamado "el hinario"), se visten con uniformes particulares (las "fardas"), en una comunidad cristiana.

Muchos probaron la ayahuasca y no volvieron más. Unos 500 uruguayos pasaron por el templo, aunque el promedio de concurrencia por sesión es de 40 personas.

Mi visita a una ceremonia estaba arreglada, sólo faltaba consultar a los asiduos fieles. Pero no fue tan fácil acceder al Santo Daime. "Hay dos condiciones para hacer la nota. Tenés que participar del rito, y, por ende, tomar el daime. Y prohibido venir con un fotógrafo".

Para llegar a la noche del 30 de agosto en perfectas condiciones espirituales debía comer muy liviano, no tomar alcohol ni tener sexo durante los tres días previos a la ceremonia. Tampoco los tres posteriores, por aquello de permitirle al daime que me purifique totalmente.

Consejos útiles

Si iba a probar ayahuasca en pleno ritual cantando en portugués y siendo ateo, antes iba a tomar algunas precauciones. Hice algunas consultas.

Sánchez Petrone aportó su conocimiento sobre el rito en Uruguay. "Quizás cantes cosas que no entiendas. Pero no importa. Les importa que formes parte".

"Es impresionante la ligazón de la sustancia con lo psíquico y emocional. Te quedan repercusiones muy poderosas en el plano emotivo, que lo utilizan para un adoctrinamiento. Utilizan la noción del pecado".

También me advirtió que la ayahuasca podría asustarme, porque me llevaría a un estado de conciencia inédito. Pero el efecto pasa, y nadie "o casi nadie", aclaró, había muerto por esa ingesta.

Siguió alertándome: me dijo que la droga, que a su juicio era más poderosa que el LSD, podría permitirme crecer como persona, pero tenía sus riesgos. "El precio es que si te convencen, podés llegar a adherir casi fanáticamente a una iglesia (donde hay algunos fanáticos) y a valores de catolicismo discutibles".

Tenía más dudas que al principio. Quise conocer historias de concurrentes asiduos.

Adrián, por ejemplo, es un diseñador gráfico de 33 años. Conoció el rito leyendo un artículo en una revista científica hace diez años y se acercó hasta el templo. No creía en Dios antes del Santo Daime. Ahora sí.

"Uno empieza a sentir cosas al cantar, y empieza a creer por vivencias. Empiezan a pasar cosas en tu vida, en tu manera de pensar, empezás a dejar los malos hábitos". Adrián, que no revela su apellido porque trabaja en una oficina pública, tiene un excelente concepto del daime. "Es algo muy positivo, que influyó en mi vida. Me hizo cambiar la visión de la sociedad en la que estamos, mi familia, las relaciones interpersonales".

Denise era una adolescente cuando conoció el Santo Daime. Tenía 16 años. Pasaba un momento de "complicaciones afectivas", dice, y prefiere no especificar. Le encantó tener que cantar pero sufrió un dilema: era atea y debía cantar hasta el Avemaría, y en portugués. "¿Por qué tengo que cantarle a Dios?", asegura que se preguntaba. Hoy, afirma, sabe la respuesta.

Le sedujo eso de buscarse a sí misma y el contacto con lo divino. Pero las primeras experiencias con el daime no le hicieron efecto. "Tomaba una y otra vez, pero no me hacía nada". Al principio iba con el permiso de sus padres y cuando cumplió 18 se "enfardó", es decir, se comprometió con la "doctrina".

Han pasado nueve años, y asegura que muchas cosas cambiaron en su vida. "Me aportó una búsqueda en mí misma, y un propósito de saber a dónde quiero ir. A la larga o a la corta, te muestra el camino".

El motivo de acercamiento de Patricia a la doctrina fue muy distinto al del resto. Ella afirma haber sentido un profundo llamado a probar la bebida, pero no sabe de dónde venía. Supo que en Brasil se podía tomar la ayahuasca pero no cómo llegar a un templo, hasta que se enteró que la iglesia funcionaba en Uruguay. Patricia quería beber el daime en plena selva amazónica y entre chamanes, para sentir su fuerte manto telúrico. No era lo mismo, pero igual fue a la Iglesia del Santo Daime.

Fue en 1999, mientras ella estaba en pleno proceso terapéutico para superar el suicidio de su madre, y estaba distanciada de su padre y hermanos. Dice que el daime la rescató, le salvó la vida y le dio un sentido. "Sin la doctrina yo no hubiera sobrevivido un año más".

Decepcionada con la Iglesia Católica, se amparó en el rito nacido de los caucheros pobres de la cuenca amazónica. "Cuando tomo daime siento el toque de Dios, una paz y un amor impresionante. Me dan ganas de vivir".

Alejandra, en tanto, llegó al daime tras ver el proceso de cambio personal en una amiga uruguaya que vive en Minas Gerais e integra la obra allá. Desde siempre tuvo una "tendencia espiritual". No en vano es profesora de yoga, reiki y trabaja con terapia floral. Llegó a la doctrina sin ningún propósito. Su primera vez fue en Brasil, con su amiga. "Sentí un alivio profundo, se me caían las lágrimas. Era como si hubiera llegado a mi casa".

Guzmán sí dice su apellido: Rodríguez. Tiene 37 años y es asesor comercial de una empresa de salud y maestro de reiki. Su vida era un rosario de miserias hasta que conoció al Santo Daime. Estuvo preso, fue adicto a la cocaína, y pasó por varias religiones hasta llegar al daime. Estuvo internado en una clínica de rehabilitación y pasó por Narcóticos Anónimos. Cantar en portugués le pareció un alivio, después de haber estado en una iglesia donde debía cantar en sánscrito, dice.

El 6 de enero de 2003 asistió por primera vez a una ceremonia. Nunca olvidará el efecto de la ayahuasca: "El primer día fue como el cuento del abogado que está muriendo y se le pasa toda su vida por delante. Esa noche de reyes fue como ir a hacer terapia. Sentí que había muerto y volví a nacer", dice.

Me mira a los ojos y agrega: "El daime es como un espejo. Te permite corregirte y ligarte con las cosas que te dan vida y salud como la naturaleza, el sol, la luna y las estrellas. Eso y mucho más. Tenés que vivirlo".

Más que una experiencia religiosa

Cuando llegué me puse a conversar con algunos de los concurrentes. Guzmán Rodríguez me dijo que él oficiaría de "fiscal" de la ceremonia, y cuidaría de mi integridad, estaría a mi lado para lo que precise. También me explicó que la bandera de colores azul, verde y blanco que colgaba en una pared, al lado del pabellón nacional, era la bandera del Santo Daime. El azul significa el cielo, el verde la naturaleza y el blanco, la pureza.

En eso una mujer se me acercó y me pidió al oído que descruzara las piernas. "En el templo no se puede cruzar las piernas", dijo. Guzmán no supo decirme por qué. Y recordé algo que me había dicho Singer: "no cuestionamos la doctrina. Con el tiempo averiguamos por qué `o mestre` dispuso las cosas así".

Los adeptos fueron llegando y a las 20.30 éramos ya 32: 20 hombres y 12 mujeres. Ellas vestidas con sobrios buzos y polleras hasta los tobillos; ellos de camisa blanca y corbata azul. Así es la "farda" o vestimenta. Todos lucen una estrella de cinco puntas.

Se saludaban con besos y abrazos sentidos, que incluían caricias en la espalda y sonrisas amplias.

Tres varones se sentaron para tocar la guitarra, entre ellos Adrián. Guillermo agarró un tamboril. Tres chicas se harían cargo de las maracas. Los hombres se ponen a uno y otro lado de un pequeño altar de madera con forma de estrella que sirve de mesita para velas encendidas, rosarios, una Biblia y retratos de vírgenes y santos.

Hombres y mujeres están separados, no hay contacto entre ellos. Los fieles se dividen en bloques: de un lado ocho mujeres (cuatro adelante y cuatro en segunda fila) y otras cuatro sobre otro lateral del grupo. Frente a las ocho mujeres, y del otro lado del altar, se ubican dos filas de hombres, y a su costado, en otro lateral, tres hileras más de hombres. "Si querés ir al baño para vomitar o lavarte la boca no pases por donde están las mujeres, da la vuelta por otro lado", me advirtió alguien.

Y dio inicio la ceremonia. Comenzaron con un avemaría y un padrenuestro en portugués que no supe seguir. Me limité a mover los labios como si estuviera cantando. Pasaron apenas un par de minutos y Singer llamó a hacer la cola para imbuirnos del espíritu del daime. Algunos ansiosos ya estaban frente a una ventanita pequeña esperando que un compañero del otro lado les diera un vasito de vidrio con la bebida.

Curiosamente no temí nada, estaba expectante. Observé a los demás para imitarlos. Cuando me tocó hice lo de todos: me persigné (lo hice mal, estoy seguro) y lo tomé de tres sorbos. Era un líquido espeso de color ladrillo y de sabor… ladrillo. Guzmán me había dicho que era como un vino avinagrado. A mí me costó compararlo con otra cosa que haya probado en mi vida.

Cada uno volvió a su asiento y el ritual continuó. Empezamos a cantar los himnos del "hinario".

"Examine a conciência/ examine direitinho/ Sou pai e no sou filho/ Mas eu no fao assim/ Chamo de um a um/ A todos eu mostro o caminho/ Fazendo como eu mando/ Tudo fica bem facinho (...) Vamos meus irmos/ Vamos todos se humilhar/ Pedir nosso perdo/ para nosso Pai nos perdoar".

Después de "Examine a conciência" le siguieron otros como: "pedindo e rogando/que podemos alcanar/ No é falar um do outro/ querendo caluniar".

Me sentí inmune. La droga más poderosa que el LSD no había hecho mella en mí.

A los 15 minutos, mientras todos cantábamos, empecé a sentir que se me aflojaba el cuerpo. Me toqué una mano con la otra y no la sentía. Cerré los ojos y sentí una profunda sensación de paz. Aunque al escribirlo me suene a frase hecha, así fue. Me esforcé por levantar los párpados y ver a los demás y vi a Laura, que sonreía aliviada. Le caían lágrimas por las mejillas.

Todos, de golpe, hicieron silencio. Me percaté de que el efecto del primer "despacho" había surtido efecto en todos. Dejamos de cantar, de tocar la guitarra y las maracas. Fernando leyó un bello texto. Tema: el amor.

Cuando terminó, todos quedamos en un infranqueable silencio, que se mantuvo por 45 minutos, interrumpidos sólo por algunos suspiros. Yo abría y cerraba los ojos para sopesar mi reacción con la del resto, pero no tenía fuerzas. Sólo paz.

Cuando el efecto pasó, para mi asombro, todos estaban despabilados como yo, como si estuviéramos sincronizados. Y los cánticos siguieron.

Había pasado más de una hora del rito y mi experiencia era extraordinaria. Singer exhortó a los presentes a tomar el segundo "despacho". Miré hacia la ventanita y ya había un muchacho esperando ser atendido. Singer me miró como inquiriéndome si estaba en condiciones para la segunda vuelta. Le devolví una guiñada.

Antipatía por el Diablo

Me había vuelto a sentar para seguir cantando las letras del cuadernillo titulado A Nova Era (literalmente lo que en inglés se llama new age, todo un fenómeno sociocultural y religioso). No pasaron 20 minutos que levanté la vista buscando a Guzmán Rodríguez.

Me paré con dificultad y le hablé al oído. Me acompañó afuera a tomar aire, y me ofreció una silla. No sé si estaba estratégicamente ubicada o fue por azar, pero estaba exactamente debajo de un fuerte foco de luz.

Dentro de mi organismo tenía una lucha interna. El pecho me quemaba como si hubiera tomado un litro de tequila a modo de fondo blanco, pero el efecto recorría todo mi cuerpo, en especial mi cabeza.

Los lobos aullaban tanto que le dije a Guzmán que los haga callar. Me dijo que eran perros (y por ende ladraban).

Al aire libre podía sentir la banda sonora de 30 y pico de personas en trance. Y Guzmán cantaba las canciones. No recuerdo si le pedí que se callara, pero sí cuánto deseo tuve de hacerlo.

El sabor residual de la ayahuasca en mi boca me dio ganas de vomitar. Lo hice. Vomité una, dos, tres veces. Guzmán me dio un vaso de agua y servilletas. Pero me seguía cantando al oído, y me decía que me calmara, que el daime estaba haciendo su limpieza.

Las piernas me temblaban mientras yo seguía escuchando a los lobos y al coro de fieles. Nada más chamanístico, pensaba con mi ínfima parte lúcida.

"Es fuerte esto", le dije. "Es lo que tiene", acotó.

De pronto empecé a sentir mucho miedo. Y en eso Guzmán me preguntó: "¿tenés miedo?" "¡¡Sí, tengo miedo!!", le contesté. Ya no quise mirarle el rostro. Me hablaba todo el tiempo e intentaba calmarme, pero conseguía el efecto contrario.

Hasta que me dí cuenta que no me animaba a mirarle la cara, y cuando lo intentaba no lo veía porque estaba en las sombras. Y seguía hablando. Ya está, pensé, ya sé quién es. Guzmán era el Diablo.

Dejó de cantar las canciones: las tarareaba, y eso me ponía peor. Volví a sentarme en la silla debajo del foco, y empecé a pensar que estaba volviéndome loco. Mis pensamientos se sucedían: se contradecían, se retroalimentaban, y yo me perseguía a mí mismo. "Estoy a un tris de quedarme loco… Me estoy volviendo loco. Es en serio. ¡¡Estoy enloqueciendo!!", le dije a Guzmán/Lucifer. Sólo me señaló que no, que seguramente tenía cosas malas dentro de mí y ya hallaría la salida.

Le pregunté si tenía un arma. Después se lo exigí: "dame un revólver". "¿Para qué?", me preguntó. "Para matarme, me quiero matar", le dije. Estaba convencido de que era la única forma de callar al Diablo, a los "lobos", a todos los que cantaban y a mis propias voces.

Me levanté y empecé a caminar sin sentido. Tuve ganas de irme corriendo de allí pero estaba a muchísimos kilómetros del centro de Montevideo y había acordado con Ernesto Singer que uno de ellos me dejaría en casa.

Sentí como nunca la presencia cercana de Belcebú. Y me puse a llorar desconsoladamente. Guzmán me aconsejó que me vuelva a sentar en la silla bajo el foco, pero preferí abrazar un parante de madera que sostiene el techito de entrada al templo. Y lloré, lloré. En medio del llanto, hablé con Satanás (no revelaré el contenido de nuestras negociaciones). Con un dedo me toqué los ojos, mientras lloraba, y no había lágrimas. Qué curioso.

Ernesto Singer abandonó el ritual y salió afuera, a ver cómo estaba el visitante. Repitió la táctica de Guzmán: me pedía que me calmara, me aseguraba que no iba a quedar loco, me decía que ya iba a pasar, y que el daime me estaba limpiando. "Sos un buen gurí, tenés familia y amigos que te quieren", me dijo.

Me llevó a sentarme a las escaleras de una casita de madera cerca del templo, que oficia de merendero para los chicos pobres de la zona y como sede administrativa de la iglesia. Por allí pasan a dejar sus contribuciones para el funcionamiento de la iglesia.

Me pidieron que ingrese para cantar el tramo final del cancionero, los últimos minutos del ritual. "Para cerrar tenemos que estar todos juntos", me explicó. Hice un esfuerzo supremo y entré. El coro de fieles en portugués sólo agregaba confusión, pero obedecí, porque "lo peor ya pasó", me dijeron. Comprendí que Guzmán y Ernesto se habían preocupado por mí.

Canté más canciones de las que hubiera querido.

El efecto duró una hora, pero cada minuto parecía una eternidad. Miré la hora muchas veces y atiné a sacar el celular para llamar a alguien para que me venga a buscar en ese mismo instante, pero actuaron los resquicios de sentido común que conservaba.

Si me acuerdo de todo lo que pasó esa noche es -me explicaron- porque la ayahuasca expande la conciencia, permite llegar a un estado superior. No es como embriagarse. Definitivamente no lo es.

Cuando la ceremonia terminó, los fieles se abrazaban y besaban con el mismo cariño que cuando se dieron la bienvenida. Hacían cola por saludarme a mí y saber si había visto a Jesús. A uno de ellos le expliqué que, por el contrario, había visto a su archirrival. Álvaro, entonces, me preguntó: "¿Cómo es eso? No crees en Dios, pero ¿creés en el Diablo?" No supe contestarle.

Laura, la chica que lloraba mientras sonreía aliviada luego del primer "despacho", me explicó sus sensaciones. "Encuentro el camino para salir en mis luchas personales de todos los días", me dijo. Tenía "problemas".

A todos les conté todo lo que había vivido. Los diálogos se repetían siempre igual. Eran similares a éste:

"¿Y? ¿Cómo te fue?" "Mal. Es decir, la primera vez fue excelente, me sentí muy en paz, pero la segunda vez fue terrible. Lo resumo: vomité, vi al Diablo, sentí que me estaba enloqueciendo y me quise matar. Aparte de eso, todo bien". "Entonces te fue bien…"

Me pareció muy raro. Todos compartían eso de cuanto peor, mejor. Cuando les pedí explicaciones, me dijeron que era para ser concientes de lo que uno está haciendo mal y no repetirlo, que vomitar era un purga, y que si me había sentido así, era por algo.

Un muchacho me dijo "a ver cuándo volvés…" Le dije que eso no sucedería, y le reiteré que no creo en Dios. "Yo tampoco creía antes de venir acá", me dijo.

Se sumó Fernando. Insistió con lo mismo: "ahora decís que no vas a venir, pero el daime sigue su trabajo. Y volvés. Yo tampoco creía en Dios, y acá estoy".

Virginia, una chica de 21 años, coincidió con Fernando: "yo no creía, y la primera vez no me gustó ni me pegó tanto el daime". No sabe qué la hizo regresar.

Les dije a varios de los fieles que a mí no me pasaría lo que a Virginia, Fernando o Adrián, que sólo fui religioso cuando chico para poder jugar en la canchita de fútbol del padre Francesco en Atlántida. "Nunca digas nunca", me dijo alguien.

Un muchacho empezó a cantar: "¡¡Y César no se va, y César no se va, no se va, y César no se va!!" Me reí, pero un poco molesto le aclaré que sí, que me iba.

Todos ellos, católicos creyentes, lo habían sufrido alguna vez. Y les había hecho muy bien, a corto o mediano plazo. Decían que una sola vez no bastaba, que había que tomarla con frecuencia. Todos atribuían lo vivido con la ayahuasca a un contacto divino. Me dijeron que eran mejores personas por el daime.

Todavía no sé por qué, pero les creí.

<SUBBAJADACONCATENADA>Ellos dicen que no, otros que sí</SUBBAJADACONCATENADA>

¿Es una secta?

Los fieles del santo daime afirman que su movimiento religioso no es una secta. Guzmán Rodríguez entiende por secta "algo que te atrapa, te lava la cabeza, no te deja salir y te exprime. Y vivís para eso. Nosotros no hacemos proselitismo, no salimos a reclutar gente. Es un llamado interior", dijo.

Ernesto Singer, o comandante, cuando piensa en secta piensa en "oscuridad, en algo cerrado". "Aquí alguien que quiere abandonar, abandona. En Uruguay por lo novedoso puede parecer una secta, pero cualquiera que averigüe cómo ha evolucionado la doctrina en Brasil y el mundo se dará cuenta que no lo es".

Álvaro Farías, especialista en sectas y nuevos movimientos religiosos por la fundación SPES de Buenos Aires, sí entiende que el culto tiene componentes sectarios. "Utilizan técnicas de manipulación psicológica para la captación de sus adeptos. Entre ellas, la utilización de drogas. El uso de drogas forma parte del lavado de cerebro. Lo justifican para un `contacto con los dioses`".

El antropólogo Víctor Sánchez Petrone, desde Mallorca, fue muy crítico con el Santo Daime, pero sin embargo, cree que no es una secta. "No lo comparto. Quizás tenga algunas características que tienen las sectas, como algo cerrado y cuasi fanático, porque hay algunos fanáticos, pero igual no creo que sea una secta".

El Diccionario Enciclopédico de las Sectas, del teólogo español Manuel Guerra, cuenta con la definición de "Santo Daime". En su tercera edición de 1999, describe sus orígenes y los usos de la ayahuasca. Y agrega: "Su doctrina se limita a confirmar su concepto de la realidad cósmica con la experiencia `mística` y a integrarlo todo en una unidad superior, a saber, la vivencia de comunión profunda consigo mismo, con el universo y con los demás mediante el `misticismo ecológico` provocado por la ayahuasca, así como por cantos y danzas rituales".

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