Principales indicadores, sin sorpresas

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Los datos que con frecuencia trimestral divulga el BCU y que actualizó en marzo, no trajeron mayores sorpresas.

El PIB cayó 5,9% en 2020 y se ubicó en US$ 53.629 millones. Volvió a crecer en el cuarto trimestre, pero quedó 2,9% por debajo de igual período de 2019, o sea del nivel pre pandemia. Y dejó un “arrastre estadístico” de 2% para el año en curso.

Eso hace pensar que, recién sobre el final de este año, se habrá de volver al nivel de actividad que había antes de detonar la crisis del virus. En otras palabras, habrá dos años perdidos en términos del nivel de actividad económica y entre cuatro y cinco puntos del PIB que habrán quedado por el camino.

Eso, después de un quinquenio para el cual las mejores estimaciones disponibles sitúan el crecimiento anual en 0,8%, bien por debajo de la tasa de crecimiento a largo plazo estimada por el MEF en 2,3%.

De los tres motores relevantes que impulsan la economía (consumo, exportaciones e inversión), sólo el último arrancó el año pasado, en gran medida gracias a la acumulación de inventarios. Y entre sectores, el agro y la construcción fueron los primeros en moverse. Con los datos conocidos del primer trimestre, se sabe que el motor de las exportaciones de bienes también se encendió, mientras que permaneció apagado el de las exportaciones de servicios, particularmente debido al turismo.

En ese marco, el mercado de trabajo tuvo un comportamiento de libro de texto: el empleo cayó 3,5% y el salario real privado 2,3%, coincidiendo, acumulados, con la caída del PIB. Esta regla es sencilla, de cumplimiento habitual y no debe ser subestimada. Con un crecimiento magro del PIB como el que se prevé en el futuro inmediato, la frazada será corta entre salarios y empleos.

Balanza de pagos

Tampoco hubo grandes novedades en este rubro en el año pasado, donde la cuenta corriente registró un ligero déficit de 0,6% del PIB, que es resultado de un ahorro neto del sector privado por 5,2% del PIB y de un desahorro del sector público (déficit fiscal) de 5,8% del PIB (medido por fuentes de financiamiento o “por debajo de la línea”). El sector privado mantiene un importante ahorro neto desde que a mediados de la década pasada ajustó significativamente hacia abajo su inversión.

Mientras tanto, la inversión extranjera directa mostró un registro elevado, de 4,9% del PIB, que, deduciendo el déficit en la cuenta corriente dejó un saldo muy positivo en el balance del financiamiento externo (4,3% del PIB).

Para el año en curso, la evolución prevista en la construcción de la tercera planta de celulosa dará lugar a un mayor déficit en la cuenta corriente, que tendrá financiamiento propio mediante inversión extranjera directa, por lo que no dará lugar a un deterioro del balance del financiamiento externo.

Deuda.

En el caso de la deuda pública (me refiero siempre a la deuda del total del sector público) el aumento estuvo dentro de lo previsto: 13,7 puntos la deuda bruta y 8,8 puntos la neta, deduciendo de la primera a los activos externos sin encajes y a los activos con residentes.

De este modo la deuda pública bruta trepó hasta 74,5% del PIB al cierre de 2020 y la neta, hasta el 48,7% del PIB. El crecimiento de la deuda en los últimos tres años se vio atenuado por la transferencia realizada por las AFAP al FSS en el marco de la “ley de cincuentones”, por 3,1% del PIB en el trienio.

Para este año, la relación entre la deuda y el PIB volverá a crecer, dada la magnitud prevista para el déficit fiscal, pero lo hará significativamente menos que en el año pasado. El déficit está lejos del nivel que volvería sostenible a aquella relación (2-2,5% del PIB).

Déficit fiscal

En este caso no se trata de un indicador de difusión trimestral, pero viene al caso mostrar los últimos números disponibles, que llegan a febrero. A fin de marzo, el MEF informó un déficit de 4,7% del PIB, pero aclaró que había un impacto de un punto porcentual debido a que en febrero del año pasado se pagaron dos meses de salarios y pasividades, por lo que, en la cuenta de los 12 meses a febrero de 2021, había sólo 11 meses con esos gastos. De ese modo, el déficit en realidad estuvo en 5,7% del PIB.

Esa magnitud contable del déficit fiscal, está afectada por numerosos factores que la alejan de lo que se conoce como “resultado fiscal estructural”, que nos daría una idea más precisa de dónde estamos parados. Uno de esos factores es el ciclo económico y la distancia a la que nos encontramos del PIB “de tendencia”. En la actual coyuntura, cuando estamos en la fase baja del ciclo, el impacto neto de este factor sobre las cuentas públicas es negativo. Hay también otros factores, que el MEF enumeró en el mensaje que acompañó al proyecto de ley de presupuesto. En cada rendición de cuentas, el MEF nos ilustrará con sus estimaciones del resultado estructural considerando al ciclo y esos otros factores.

Mientras tanto, podemos aproximar un ajuste del resultado fiscal que tenga en cuenta algunos casos notorios y fácilmente accesible con la información disponible: el MEF estima en 1,2% del PIB el llamado “efecto COVID” (negativo) sobre las cuentas fiscales; además, se pueden identificar, con el signo opuesto, aportes desde el FEE a UTE en junio pasado y la reducción del stock de Ancap, que, sumados, alcanzan a 0,2% del PIB. Por lo que, una primera aproximación a un déficit fiscal “más realista”, lo ubica en 4,7% del PIB, que es el mismo nivel que tenía en 2019, utilizando criterios similares. Por lo que, ajustado por el ciclo, estaría mejor que entonces.

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