Mercado laboral uruguayo: el corto y mediano plazo

En el pasado reciente y corto plazo del mercado laboral han predominado más luces que sombras, pero para el resto de la década el balance puede ser el opuesto.

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Ad portas de otro Primero de mayo, Día de los Trabajadores y Día del Trabajo, hay muchos temas relevantes vinculados al mercado laboral uruguayo que merecen análisis. Abordaré en esta primera columna (de dos) su estado de situación y las eventuales perspectivas para la segunda mitad de la década. El punto de partida y el escenario esperado deberían ser insumos imprescindibles para (pre)candidatos y partidos políticos de cara a sus propuestas electorales y programas de gobierno.

La situación actual del mercado laboral uruguayo muestra más luces que sombras.

Destacan como tendencias positivas el alto ritmo de creación de puestos de trabajo de los últimos años, la mayor tasa de actividad (participación laboral), la recuperación de los salarios reales, la consiguiente expansión de la masa salarial y la baja en la tasa de informalidad.

En materia de empleo, tras el desplome y el rebote asociados a la pandemia, el número de ocupados siguió creciendo desde 2021 y a febrero de 2024 aumentó en 104 mil personas respecto a igual mes de 2020 (prepandemia). Como resultado, la tasa de empleo volvió al entorno de 59%, su nivel más alto desde principios de 2016.

En cuanto a los salarios reales, tras las caídas asociadas a la contracción económica de la pandemia y la sorpresa inflacionaria de 2020-22, mostraron un crecimiento significativo durante el último bienio y se ubicaron en promedio 2% sobre el nivel.

Como consecuencia de lo anterior, la masa salarial ha mostrado un alto dinamismo desde 2021, impulsada primero por la expansión del empleo y complementada más recientemente por la aceleración de las remuneraciones reales. Durante los últimos meses ha estado creciendo en torno a 6,5% interanual para ubicarse en febrero 8,5% sobre su nivel prepandemia (febrero de 2020).

Todo este mayor dinamismo parece haber revertido el efecto desaliento observado en el mercado laboral durante la segunda mitad de la década pasada y que se tradujo en caídas significativas de la participación laboral. En contraste, durante los últimos años, la tasa de actividad mostró una fuerte recuperación al entorno de 64%, nivel que tampoco se registraba desde principios de 2016. Es por eso que, pese a las mencionadas fortalezas, la tasa de desempleo ha permanecido en las cercanías de 8% en los últimos dos años. Si bien la demanda por trabajo se ha mantenido dinámica, el reingreso de trabajadores al mercado ha impedido bajas adicionales de la desocupación.

Por último, aunque con altibajos, también destaca positivamente el escalón que bajó la informalidad en la comparación del transcurso de esta década con la segunda de mitad de la anterior. La tasa de no registro de los trabajadores a la seguridad social pasó del orden de 25% antes de la pandemia a un promedio alrededor de 21% durante el último cuatrienio.

Paralelamente, los contrastes con estos aspectos positivos son el mencionado desempleo aún prevaleciente, la elevada desocupación juvenil, la heterogeneidad sectorial y geográfica, y el bajo crecimiento de la productividad media del trabajo.

Es evidente que el mercado laboral está todavía lejos del pleno empleo. La desocupación cercana a 8% está entre uno y dos puntos sobre la tasa natural estimada para Uruguay. En sus mínimos fluctuó alrededor de 6,5% entre 2010 y 2014, cuando se observaron máximos para la tasa de empleo, casi en 61%, y para la tasa de actividad, algo sobre 65%.

El desempleo juvenil (15-24 años) sigue estando en torno a 25% y entre los mayores de la región y los países de la OCDE.

La heterogeneidad no es solo marcada por segmento etario, sino también a nivel sectorial y geográfico por problemas arrastrados desde la pandemia o la crisis argentina. El desempleo sigue siendo muy alto en algunos departamentos fronterizos y la ocupación se ha recuperado más lentamente en algunos rubros del comercio, la industria y el esparcimiento.

Por último, pero no menos preocupante, es que la productividad media del trabajo ha estado básicamente estancada durante los últimos años. Su nivel del primer bimestre fue similar al observado en igual período de 2020 (prepandemia), que a su vez no era muy distinto al de mediados de la década pasada. Sin aumentos sustantivos de la productividad laboral no puede esperarse mayor crecimiento potencial, ni incrementos sostenidos del PIB per cápita y los salarios reales.

También las perspectivas se ven con claroscuros, dependiendo del horizonte de proyección.

El panorama de corto plazo (2024) sigue siendo alentador. Las tendencias positivas podrían acentuarse y algunas sombras atenuarse. La recuperación adicional de la actividad podría prolongar el dinamismo del empleo, en el contexto de expansión extendida de los salarios reales. También podría observarse mayor formalización de la ocupación y cierta recuperación de la productividad del trabajo.

Sin embargo, las perspectivas para la segunda mitad de la década se proyectan complejas. Los comportamientos del empleo y los salarios reales están estrechamente vinculados al crecimiento económico, el que probablemente vuelva a ser inferior al potencial (2-3%), en un contexto adverso desde el resto del mundo. Ni hablar si tenemos una crisis global.

En cualquier caso, veríamos durante el próximo quinquenio una fuerte desaceleración en el mercado laboral. De partida, si el crecimiento del PIB será inferior al potencial, también lo será la expansión de la masa salarial. Más complicado si se insiste con reajustes salariales a la par del crecimiento económico y no de la productividad. En este escenario, volveríamos al cuasi estancamiento de la ocupación o directamente a la pérdida de empleos.

En resumen: en el pasado reciente y corto plazo del mercado laboral han predominado más luces que sombras, pero para el resto de la década el balance puede ser el opuesto.

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