Es uno de los ilustres de una generación ilustre: la surgida en la década de 1990 en éxitos como La banda del Golden Rocket y Socorro Quinto año y en la que figuran algunas de las grandes estrellas del cine, la televisión y el teatro argentinos. Es Fabián Vena, quien ahora viene a Montevideo con ¿Quién soy yo?, una obra de Daniel Cúparo y Carlos La Casa, subtitulada “Filosofía clandestina” y anunciada como “exclusiva para quienes buscan la verdad”.
Será en el Teatro Metro, el sábado 11 a las 20.00 con entradas en RedTickets que van de 900 a 1500 pesos.
Allí Vena, quien tiene una larga carrera como intérprete y maestro de actores, es un profesor de Filosofía que da clases clandestinas en tiempos en los que pensar es una amenaza pública. O sea, que se parecen bastante a estos.
Antes, Vena charló con El País.
—A pesar de que ha interpretado a grandes villanos, la gente lo quiere. ¿Cómo consiguió eso?
—No he hecho mucho más que mi trabajo. Y supongo que debe estar relacionado también con la dedicación con la que lo hago. Hay algo ahí que se huele, que se respira.
—El público lo nota.
—Hay algo también que tiene que ver con el espíritu del teatro. Doy clases -es muy importante para mí ese nuevo rol docente y más ahora que estoy haciendo a un profesor de Filosofía-, y entre otras cosas digo que en el teatro no se puede ocultar nada, todo se ve. Esa famosa cuarta pared, inmediatamente te das cuenta que no es pared: es una lupa de un tamaño que te sobredimensiona por completo cualquier cosa que hagas y, lo que es peor, cualquier cosa que sientas. El teatro no se explica, no se expone, no se cuenta: se vive. Y como todo se ve y no hay mucho que ocultar, entonces hay que salir con la menor cantidad de máscaras posibles.
—Usted pertenece a la generación surgida en los 90, que es la primera promoción después de la dictadura. ¿Cómo fue su aporte?
—Nos conocemos de pibes. Íbamos a los mismos boliches, me compré mi primer apartamento y atorranteábamos ahí. La banda del Golden Rocket surgió de juntarnos con Adrián (Suar) en el bar de la esquina. Un montón de euforia juvenil para hacer cosas. Y es la generación que tiene mayor cantidad de actores y actrices.
—¿Por qué eso?
—La dictadura vino a estropear todo, así que imaginate dónde quedó el arte y el teatro. Fue un tapón muy grande, y cuando se abrió salimos todos nosotros. Es curioso porque toda esa generación mía, la mayoría, nos adoramos.
—Hay una conciencia generacional ahí...
—Verdad consecuencia fue eso. Y La banda del Golden Rocket, donde trabajamos prácticamente todos. Hay algo de vernos y festejarnos, de querernos. Hay algo ahí de sentirnos parte, creo yo por lo menos que soy uno de los más filósofos de esa generación, hasta el punto de que ahora hago de profesor de Filosofía.
—¿Cómo se ve aquel desde hoy?
—El otro día me pasaron una escena que había olvidado con Selva Alemán en Situación límite. Apenas tenía 18 años y ya había en mi una furia insoportable. Me impresionó porque lo veía a mi hijo cuando le agarra un ataque y empieza a putear. ¡Me parezco yo más a mi hijo que él a mí!
—Volviendo a los aportes generacionales...
—Sí, con Socorro Quinto año, que era pesado, fuerte, y después con La banda se inaugura algo inédito: jóvenes en el prime time de la televisión. Hasta entonces eran Pelito, Clave de sol a las cuatro o cinco de la tarde. Esa fuerza que apareció, casi en contraposición a lo que se vivió, se impuso hasta incluso en lo comercial.
—¿Qué ve de diferente en las nuevas generaciones que quieren ser actores, comparado con la suya?
—Hay mucho de la gran transición que estamos viviendo en términos comunicacionales, en términos del lenguaje, con lo que nos conectamos. De ver dónde está mi disco rígido de imaginación, de dónde sale. Del teatro, del cine, la televisión, sí, pero básicamente de la lectura. Me enamoré por completo de mi anterior unipersonal, Conferencia sobre la lluvia de Juan Villoro, porque era la unión del teatro con la literatura y la lectura. Con esa forma de imaginar es como yo trabajo mis personajes.
—¿Y dónde encuentran ahora ese corpus los nuevos actores?
—En la dispersión, en la locura de los nuevos mecanismos comunicaciones. ¿Así que en 40 segundos tu voluntad y tu atención se van para otro lado? Bueno, entonces te hago un espectáculo como ¿Quién soy yo? en el que cada 40 segundos te cambio todo con la música, con el texto, con el cuerpo, con la escenografía, con las luces, a ver si así te tranquilizás un poco.
—Y esas nuevas modalidades comunicacionales, ¿cambiarán la forma de la actuación?
—No estaría tan seguro. Hay algo de milenario en nuestro arte. El público joven no va al teatro y estoy enloquecido para agarrarlo de los pelos y que vayan a ver a este filósofo, porque se trata justamente de cuestiones que tienen que ver con la etapa educativa, con la etapa de aprendizaje. La filosofía siempre es aprendizaje y en ¿Quién soy yo? está más que presente. Igual hay que analizar el lenguaje en el que estamos metidos hoy y hacerlo llegar en su forma.
—Es maestro de actores, ¿sus alumnos están marcados por la necesidad rápida de éxito?
—Eso se instaló hace un par de décadas y no es algo que tenga que ver con ninguna coyuntura. Viene de cuando empezaron a aparecer los realities. O los talk shows en el que era mucho más importante la vida personal que la obra. Hubo movimientos que también tienen que ver con la educación. Yo renegué de la televisión en su momento cuando estudiaba teatro. Era absolutamente prejuicioso porque me decían “teatro carajo”. Lo que lo que ha pasado con nuestra generación es que aparece una nueva forma de hacer televisión, y ya estábamos más conectados con esa cultura.
—Cuénteme de la obra que lo trae a Uruguay.
—¿Quién soy yo? es a partir de una idea de Hugo Arana, quien en sí era una especie de filósofo clandestino, una historia muy original en esta combinación de lo que es el teatro y la filosofía, que para mí tiene muchos puntos de encuentros, algo que no me enteré hasta que empecé a hacerla. El teatro no da respuestas, hace las preguntas más terribles que te puedas imaginar, o la más simple que nunca pudiste hacerte. Y la filosofía, peor.