Ignacio de la Torre (*)
Jack Welch, el veterano ex director ejecutivo de General Electric, comentó una vez que no sabes si tienes una gran empresa hasta que pasa por una experiencia cercana a la muerte. La llamada “cuarta revolución industrial” está en pleno apogeo y su potencial impacto en el mercado laboral nos recuerda la máxima de Welch. Una vez más, sin embargo, la historia viene al rescate proporcionándonos ejemplos útiles. Veamos qué es el "desempleo tecnológico", qué lo impulsa, qué lecciones puede enseñarnos la historia y luego saquemos una conclusión.
En su ensayo de 1930 “Posibilidades económicas para nuestros nietos”, Keynes introdujo el concepto de “desempleo tecnológico” (aunque no lo llamó así). El economista británico vio en la disrupción tecnológica la virtud de generar nuevos puestos de trabajo, el “vicio” de destruir otros puestos de trabajo, y también el potencial de aumentar la productividad, lo que significaría que trabajáramos menos (predijo una semana laboral de quince horas, algo que claramente se equivocó). En su ensayo, Keynes aventuró que si bien en el mediano plazo la creación de nuevos empleos compensaría la destrucción de otros, en el medio podría haber algún roce en el que la destrucción de empleo fuera temporalmente superior a la creación de empleo y, en consecuencia, algunos grupos de trabajadores se verían golpeados por desempleo.
Cuando miramos el surgimiento de la cuarta revolución industrial como una disrupción tecnológica, hay varias áreas que una vez más hacen sonar las alarmas que hizo sonar Keynes. En particular, el impacto de la inteligencia artificial, ya sea en su nueva formulación como IA generativa, basada en grandes modelos de lenguaje, en sus expresiones estilo ChatGPT o en sus otras variantes de automatización de tareas, la influencia de la robotización y la llegada de los vehículos autónomos (especialmente camiones) tendrá consecuencias de largo alcance para el mercado laboral.
Los puestos de trabajo se destruirán gradualmente en lugar de repentinamente.
Esta “alarma” no es solo una posibilidad, ahora es una realidad. Por ejemplo, Estados Unidos eliminó seis millones de puestos de trabajo en el sector manufacturero entre 2000 y 2020. Contrariamente a lo que se afirma, el "culpable" no ha sido la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio (solo uno de los seis millones está asociado con el comercio chino), sino más bien el sector manufacturero a partir de la automatización de procesos.
Los estudios académicos que revelan el impacto de la automatización, especialmente del primer factor (inteligencia artificial), en el mercado laboral intentan desglosar las tareas en las ocupaciones para identificar las que se pueden automatizar. Todos realizamos tareas en nuestra vida diaria que podrían automatizarse. El hecho de que una tarea sea realizada por una máquina en el futuro no debería ser algo malo en sí mismo. Mañana liberará nuestro tiempo, tiempo que podemos dedicar a otras actividades más creativas. Sin embargo, los estudios advierten que es probable que desaparezcan las ocupaciones en las que más de la mitad de sus tareas podrían automatizarse. Aunque con diferencias significativas en los métodos, generalmente concluyen que uno de cada cuatro trabajos podría “desaparecer”. A menudo, los titulares son "aterradores". No obstante, los puestos de trabajo se irán destruyendo de forma gradual y no repentina y también surgirán nuevos de forma lenta pero segura, aunque esta destrucción creativa también se traduce en colectivos a los que les resultará más difícil adaptarse a las nuevas habilidades demandadas.
La preocupación que suscita este estado de cosas hace que sea importante, una vez más, recurrir a la historia. Con la primera revolución industrial llegaron los luditas, grupos de trabajadores que, en respuesta a la amenaza que suponía para la artesanía la mecanización de procesos, recurrieron al terrorismo contra las fábricas. Esto estaba tan extendido que en 1810 el parlamento británico introdujo la pena de muerte por ataques a las instalaciones de producción y el gobierno tuvo que comprometer a un gran número de casacas rojas para contrarrestar a los luditas, en un momento en que también estaba luchando contra Napoleón en España. Sin embargo, a pesar de la amenaza de las fábricas, el desempleo volvió a la normalidad. La llegada del tractor a principios del siglo XX provocó un susto similar en las economías donde la agricultura representaba casi la mitad de la mano de obra (Europa y EE.UU.). Destruyó muchos empleos agrícolas a medida que aumentaba la productividad, pero también se crearon muchos empleos nuevos, primero en la industria y luego en el sector de servicios. La revolución informática de la década de 1960 generó un proceso similar.
¿Qué lecciones nos depara la historia de estos tres episodios? En primer lugar, los temores eran relativamente infundados. Las tasas de desempleo en la OCDE hoy son las más bajas registradas. En segundo lugar, las revoluciones tecnológicas llevaron a revoluciones educativas: la escolarización primaria masiva se introdujo durante la primera revolución industrial (los niños ya no eran necesarios en los talleres de artesanía), la educación secundaria masiva con la revolución agrícola (los jóvenes ya no eran necesarios en las granjas) y el acceso masivo a la universidad de los jóvenes con la revolución informática. En mi opinión, esta vez la cuarta revolución industrial traerá consigo otra revolución educativa: el aprendizaje permanente. Los desafíos y oportunidades generados por los desarrollos tecnológicos nos obligarán a abordar la educación como un proceso continuo para que podamos hacer frente a los cambios radicales que se desarrollarán en el mercado laboral.
Como dijo una vez Mark Twain: “No es lo que no sabes lo que te mete en problemas. Es lo que sabes con certeza que simplemente no es así.
(*) Director Académico del Máster en Finanzas de IE Business. Un artículo de IE Insight.