Hasta no hace mucho tiempo, vincular la ciencia con la competitividad del país le parecía “una locura”. Hoy, asegura que el desarrollo del conocimiento y la innovación es la salida para que el país duplique su tasa de crecimiento económico. Carlos Batthyany, médico, Director Ejecutivo del Instituto Pasteur, se entusiasma al proyectar un país que eduque mejor, que impulse la formación científica, que incentive la investigación y las pequeñas empresas innovadoras. “Eso será lo que nos posibilitará dar un salto y redistribuir riqueza”, subraya. Batthyany se lamenta no ver políticos “que pongan estos temas en el centro” y de la baja tasa per cápita de científicos que tiene el país”. Cuando se le pregunta qué le piden al Estado, responde “que no nos pongan trabas”. La revolución de este siglo “serán las ciencias de la vida”, afirma con entusiasmo. A continuación, un resumen de la entrevista.
—No hace mucho tiempo, el economista Ricardo Pascale hizo énfasis en el concepto de la divergencia, a propósito de las economías que eran capaces de generar conocimiento y las que no, y la brecha que se abría entre ambas. Desde el ámbito científico, ¿cómo toman ese concepto?
—De hecho, conocí a Ricardo (Pascale) a partir de esos conceptos. Años atrás, cuando se comenzó a vincular la ciencia con la productividad, la competitividad, me pareció una locura. Una vez en la dirección del Instituto (Pasteur) cuando uno tiene que pensar no solo en el laboratorio, sino mirar más el rol que juega la ciencia en el desarrollo de los países, ahí me di cuenta con claridad: en el mundo hay dos grupos de países, los que en algún momento de su historia se apoyaron en la ciencia, la tecnología y sobre todo en la aplicación de los conocimientos, o sea la innovación, que son los que hoy lideran el mundo y, por otro lado, los que le dieron la espalda a eso. Tenemos muy cerca países que si bien tenían una ciencia muy fuerte como Argentina, con tres premios Nobel en ciencias médicas, sin embargo, nunca se apoyó en la ciencia como el verdadero motor de desarrollo sostenible para el país. Y por supuesto que hay países que nunca generaron conocimientos importantes y por tanto están en una posición más desventajosa. Y ahí yo pondría muy cerquita de eso a Uruguay.
—Esa mirada comenzó a ser incorporada por los científicos…
—A partir de 2018-2019 se empezó a ver, en el ámbito académico, que no sólo es inmoral darle la espalda a la aplicación del conocimiento, sino que hoy ya hay científicos que nos empezamos a preguntar si no es inmoral no aplicar el conocimiento cuando podemos hacerlo y no generar valor para las instituciones en las que trabajamos y devolverle al pueblo lo que el pueblo nos paga con sus impuestos todos los días. Eso se devuelve cuando logramos ir del laboratorio a la vida real con una solución. No veo que desde la política se razone igual…
—¿No existe esa sensibilidad por la ciencia y la innovación?
—Hace algunos años un científico argentino me decía, “no escucho hablar a los políticos de cómo vamos a crear riqueza en Argentina”. Y a mí me pasa lo mismo. Es decir, no veo políticos que pongan en el centro del debate estos temas. Que digan, si Uruguay en 40 años quiere realmente volver a formar parte de la elite mundial, lo que tenemos que hacer es invertir en la educación, pero en serio. Escuelas, liceos de tiempo completo, universidades de primer nivel y sobre todo centros de investigación de primer nivel. Que esa sea la piedra fundamental del andamiaje del país.
Puede ser que aparezcan estos temas en el discurso, sí. Pero necesitamos un mayor compromiso. Lo que Ricardo (Pascale) hizo, de machacar y machacar con estos temas, logró que lo incorporen como concepto, pero está como prioridad.
Tenemos que tener en claro que las empresas que van a generar innovación, las empresas que realmente generarán la oportunidad de que Uruguay se reinvente serán las de la biotecnología, las ciencias de la vida. Hay que crear nuevas empresas, si todos nos damos cuenta de que haciendo más de lo mismo nos espera un futuro igual a donde estamos hoy, para cambiar tenemos que apuntar a la innovación.
Por un lado tenemos el gran desafío de la inteligencia artificial y yo creo que todo lo que Uruguay hizo desde el punto de vista de las empresas de tecnología de la información y la comunicación es muy bueno. El país está muy bien posicionado. Pero por otro lado, la aplicación a la biología, a las ciencias de la vida, va a ser la revolución de este siglo. Y ahí hay un potencial gigantesco para crecer como país.
—¿Qué pasa cuando un científico genera un conocimiento con potencial innovador?, ¿se cuenta con las herramientas necesarias en el país?
—Un científico sudamericano, normalmente tiene como aspiración publicar en la mejor revista posible, eso le va a dar a él mucho reconocimiento de sus pares y del sistema, le ayudará en su carrera, a sus estudiantes, etcétera. Ahora, hay una segunda parte, que los israelíes la entendieron muy bien. Usan una frase muy concreta: “el orden importa”. ¿A qué se refieren? Si yo tengo un conocimiento que generé en mi laboratorio y que potencialmente puede ser la solución a un problema de la gente, si yo primero protejo la propiedad intelectual, genero una patente que no me impide publicar. Ahora, si esa patente no la deposito, publico y después quiero patentar, eso ya no se puede, porque lo que está en el dominio público no se puede patentar. Cuando ese conocimiento es mío, si yo lo patento, gastando unos pocos miles de dólares, lo protejo y después genero una estructura que me ayuda a valorizar ese conocimiento, ese es el camino. Y a veces ese camino es complicado en estos países.
—Luego de patentado y divulgado, todavía hay un salto grande hasta que se convierte en una solución…
—Sí, porque las patentes que depositamos los académicos están muy verdes para ser vendidas. Tenemos las instituciones académicas que generan conocimiento y las grandes empresas que lo demandan. El tercer eslabón son las startups, compañías que generalmente son creadas por los propios científicos que tienen el conocimiento y lo que hacen es seguir trabajando, puliendo, armando, y para eso precisa más capital, y ese capital llega del sector privado, porque se empieza a ver que puede haber una ganancia en el mediano y corto plazo. Y ahí los científicos empiezan a trabajar en equipos multidisciplinarios, donde no sólo está su visión, hay un montón de otros jugadores que harán que ese conocimiento pase a valer 100, 500 o 1000 veces más. Imaginemos cuánto hay de retorno para las instituciones académicas, para los científicos, cuántos más trabajos podríamos generar.
Hay un indicador en Uruguay que debe preocupar, tenemos una tasa de investigadores por habitantes muy baja. Y otro, importante: la mayoría de los investigadores trabajamos en el área académica. En el Pasteur, con las pruebas de conceptos que hicimos, tenemos al 10% de los investigadores, aproximadamente unas 20 personas, trabajando asociados al startups. La media uruguaya es el 1%, tan solo, de investigadores trabajando en el sector privado. A nivel global, habitualmente el 70% de los investigadores trabajan en el sector privado. Ese debe ser el camino.
—¿Qué puede hacer el Estado para avanzar en esa línea?
—Lo primero, que no trabe, que nos dejen hacer. En el Pasteur me frustró mucho cuando desde 2021 teníamos todo armado para salir con Lab+ (programa de creación de empresas de ciencias de la vida); fueron 2 años y medio de gestiones trabadas, de dificultades para poner en marcha esta iniciativa.
—¿Tenemos la suficiente institucionalidad como para ocuparnos de ciencia, tecnología e innovación?
—Faltan políticas de Estado que miren a 30 años, con un acuerdo de todos los partidos políticos. Cualquiera de los ejemplos a nivel mundial que tomemos como referencia, lo primero que se enfoca es, definir una política a 30 años. Que no es nada en la vida de un país. Tiene que haber un acuerdo nacional que defina por dónde ir, teniendo bien claro que el Estado va a tener que aumentar la inversión —no es gasto— en educación y en ciencias tecnológicas e innovadoras. ¿Cuánto se tiene que gastar? Realmente es muy poquito. Los países que más gastan en ciencias tecnológicas e innovación gastan el 4.5% del Producto Interno Bruto. Diez veces más que nosotros. Pero si miramos el total de la torta de los recursos públicos es muy poco. Sólo para poner un ejemplo Uruguay gasta en Defensa un 2.6% del PIB. Yo cambiaría, vamos a darle menos a Defensa y hagamos una prueba a ver qué pasa en 15 años. Seguramente logremos que el país tenga un producto bruto que creció al doble o al triple, es lo que pasó en Israel. Ahora si seguimos poniendo esos recursos en Defensa, dentro de 10 años el producto va a ser el mismo.
—¿Cuál es su opinión sobre la adhesión de Uruguay al Tratado de Cooperación en Patentes?,
— Para mí el mayor problema es cuál es la dificultad de adherirse al tratado, por qué no se quiere adherir, cuando no hay ningún estudio serio que demuestre que tiene grandes ventajas o grandes desventajas. Hoy no lo veo como un problema de los científicos, lo que veo es que el mundo está dividido en dos. Una donde están 158 países, donde no hay un tema ideológico, partidario, porque allí están Cuba, China o Rusia, y otro grupo de 15 que no adhieren al tratado. Entonces, ¿queremos estar en una parte del mundo donde hay 158 socios o queremos estar en la otra parte del mundo donde solo quedan unos 15 o 16? Ese es el mayor problema. Y lo que más me duele es que el mayor argumento para no adherir proviene de lobbies, de distintas industrias, que invocan el medio. Vuelvo a citar a Pascale: los uruguayos tenemos una gran aversión al riesgo y sobre todo un temor descomunal a lo que no conocemos. Y somos permeables a esos lobbies.
—En cuanto a los recursos humanos: exportamos científicos, y a la vez no importamos. ¿Cómo revertir en parte ese fenómeno?
—Hay que empezar poco a poco, con la aproximación sucesiva y a medida que el modelo va dando éxitos, eso será lo permita tener recursos para, primero, frenar la exportación y dos, empezar a relacionarnos de manera más amistosa con una diáspora gigantesca de científicos de primer orden, gente muy valiosa. No sé si dispuesta a volver a Uruguay, pero si a colaborar mucho con nosotros. Eso pasa hoy. La tercera pata, importar. Creo que si Uruguay realmente empieza en este círculo virtuoso de crear conocimientos, empresas privadas, trabajos de calidad bien reclutados, va a tener gran capacidad de multiplicar el número de científicos de manera muy rápida.
—Pero también hay que “producir científicos” en mayor cantidad…
—Claro, tenemos que invertir, desde el jardín de infantes hasta la universidad. El Instituto Pasteur está al lado de la Facultad de Ciencias, ¿no es posible soñar con generar un círculo virtuoso, y tengamos en un futuro, un preuniversitario en Malvín Norte?, ¿no podemos pensar en un programa para salir adelante juntos, donde el Instituto, las facultades, puedan ayudar a esos niños y adolescentes carenciados en barrios del norte a salir adelante? Yo creo que sí.
—Se necesita más estudiantes en ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas…
—Por supuesto, pero necesitamos darle trabajo, porque es una trampa decirle que estudien ciencia y que después no hay empleos. Precisamente, esos son, muchas veces, los estudiantes que tienen que irse del país. Porque o trabajas en la academia o no tenés trabajo. Y la academia está a full. Hay que esperar que se muera alguien para que aparezca un cargo por concurso.
—Esas pequeñas empresas que forman los propios científicos para avanzar en su proyecto innovador, ¿cuentan con los estímulos necesarios?
—Es muy importante ese punto. Que el Estado considere a las pequeñas empresas innovadoras como una unidad de negocio a la que hay que cuidar. Tal como se cuida a empresas grandes que vienen del exterior. UPM, ¿está en Uruguay por las reales condiciones de competitividad que tiene el país o porque le dimos unas facilidades tremendas? ¿Por qué le dimos facilidades a Megalabs, como industria de producción de medicamentos? ¿Porque es un mercado importante Uruguay, o porque están en un lugar donde no pagan impuestos? Ahora, ellos en Alemania hacen investigación y desarrollo de fármacos originales. ¿Por qué acá en Uruguay solo se desarrolla el genérico y venden para toda América Latina?
—¿Considera que el tema de la distribución de incentivos que tiene un costo para el país debería replantearse?
—Totalmente. Todo lo que tenga que ver con empresas que generen conocimiento, eso claramente debe tener incentivos. Y esa es la única política que le pediría al Estado, que se ocupe de generar las condiciones para que el sistema se pueda desarrollar.
—¿Cuál es el futuro alcanzable para Uruguay?
—En el Instituto Pasteur, yo tengo muchas expectativas en el desarrollo del programa Lab+ Me imagino, en un horizonte de 10 a 15 años, donde generemos a partir de esta iniciativa, los primeros casos de éxito, generando al instituto ingresos extraordinarios que le van a permitir dar un salto de calidad. A partir de ahí, me imagino que empiece a pasar en este sector lo mismo que pasó con el software, donde tengamos cero desempleo en ciencias, una verdadera industria del conocimiento, con muchas empresas pequeñas que den empleo de calidad, con sueldos de calidad. Y a partir de ahí, espero a un Estado que pueda encargarse de distribuir la riqueza de manera adecuada, donde se tenga en claro que invertir en conocimiento no es un gasto, que permitirá crecer al país para que siga invirtiendo en educación y conocimiento. Ese es el camino para Uruguay.