DE PORTADA
¿Cómo ha cambiado la manera en la que escuchamos canciones? Diferentes artistas hablan sobre el tema.
Los primeros recuerdos tienen que ver con la vitrola al comienzo y con el tocadiscos después. Tienen que ver con colocar la aguja del tocadiscos en el lugar exacto del vinilo, dejarlo correr y después darlo vuelta, como si se tratase de otra perspectiva, de otro punto de vista de una misma voz. Los primeros recuerdos tienen que ver con comprar los discos de los artistas cuyas canciones se escuchaban en la radio, con poder guardarlas en un rincón de la biblioteca como si fuesen libros, con empezar a tener colecciones completas.
Los recuerdos siguen con los casetes, una “cajita de plástico que encierra una cinta magnética para el registro y reproducción de sonidos”, según la Real Academia Española.
Con el casete vienen, también, los recuerdos del Walkman, el aparato creado por Sony que permitió, por primera vez, llevar la música a cuestas a cualquier sitio, tener una escucha privada, una experiencia intransferible.
Le siguen los recuerdos de los discos compactos (CDs) y los equipos de música para reproducirlos, que colonizaron los años de la década de 1990 y que se quedaron para siempre.
Hasta que aparecieron el mp3, el iPod y las múltiples plataformas digitales para cambiarlo todo: ya no hace falta comprar un disco para escuchar una canción, se puede acceder a la música de manera masiva y privada, es posible personalizar la escucha y saltar de un artista a otro o de una cumbia a un rap o a un rock con total impunidad.
Las condiciones de producción y de recepción de la música han cambiado a lo largo de la historia. Con ellas también cambia la experiencia de quien la escucha.
Todos tenemos un vinilo, un casete o un CD que nos marcó la vida, uno que guardamos porque fue o es especial, uno que quisimos mucho y que escuchamos tantas veces que seríamos capaces de decir cuántos minutos dura cada canción. En esta nota, artistas de diferentes generaciones cuentan la historia de su escucha musical y analizan cómo han cambiado las formas.
El disco físico: un objeto necesario
En septiembre de 2020 Cristina Fernández (74) sacó Palabras de amor, un disco que reúne canciones grabadas en el 2000, en 2002, en 2004 y también este año. Está disponible en plataformas digitales pero también existe como objeto. Cada uno de los 400 discos que tuvo esta edición es una pieza única e irrepetible. Washington Carrasco, su pareja y compañero musical, se encargó de intervenir a cada uno de los discos con un dibujo diferente pintado a mano.
Para Cristina, el disco como objeto es indispensable. Constituye una experiencia de escucha diferente, completa, integral, necesaria.
En la casa de Cristina y Washington hay una sala dedicada de forma exclusiva a escuchar música. Allí las canciones suenan como si fuesen diseccionadas, con toda su potencia, con cada uno de los instrumentos en el lugar perfecto.
Escuchar música es, sin dudas, una experiencia que cambia según las circunstancias y las formas. No es lo mismo hacerlo en soledad que hacerlo en colectivo. Tampoco es lo mismo escuchar un álbum en Spotifyo ver el video de una canción en YouTube y con auriculares mientras se cocina, se limpia la casa o se viaja en ómnibus que escuchar las mismas canciones en formato vinilo o CD. Aunque hoy las formas son muchas y diferentes, aunque tener acceso a una canción o a la obra completa de un artista nunca fue tan sencillo como en este tiempo, hay algo que repiten todas y todos los artistas consultados para esta nota: la experiencia de escuchar música es integral cuando también es tangible. Es decir, cuando el trabajo y el proceso y la música se inmortalizan en un soporte físico, cuando la obra de un artista puede tenerse entre las manos y guardarse en algún rincón de la casa.
Incluso para Francisco, más conocido como Franux BB, 19 años, trapero que creció escuchando música en CDs que compraba en la feria y que ahora lo hace del celular o de la televisión. Él, que tiene su último sencillo, NIDO, subido a Spotify, a YouTube, a Apple Music, a Amazon Music y a otras plataformas digitales, dice que le gustaría sacar un disco físico pero de forma exclusiva para algunos colegas, amigos y gente cercana.
Florencia Núñez, por su parte, tiene 29 y este año sacó Porque todas las quiero cantar: un homenaje a la canción rochence. El disco está disponible en plataformas digitales. También existe en formato físico. “Fue una apuesta del sello, de mi equipo y mía. Yo no dejo de pensar en los formatos físicos porque creo mucho en la experiencia de escuchar música y el tener en tu mano un objeto, el poder llevarte algo a tu casa del artista que te gusta; no se compara con tener disponible ni un video ni una playlist. A mí me sigue gustando tener el disco en mis manos, que tenga una portada, una contratapa, que tenga un librito. Creo que va en la manera en que cada uno piense a la música”.
Para ella, desde niña la música ha estado asociada a objetos que puede tocar: desde el Walkman que le regalaron para Navidad, pasando por el discman que sus padres le trajeron de Estados Unidos, el reproductor Philips que todavía está en la casa de su familia en Rocha o los discos de colegas y amigas y los que se ha comprado aunque no escuche como tal, porque le interesa tenerlos en su biblioteca.
Para Eduardo Larbanois (67) escuchar un vinilo —aunque ahora también escucha y trabaja su música en la computadora— es una experiencia especial.
“Es como un ritual. Cuando podemos, con mi esposa, nos servimos una copa de vino y nos ponemos a escuchar discos”. En total tiene cerca de mil vinilos y mil CDs.
Él cree que los créditos de un disco y el material que se ofrece allí es “imprescindible”: “En Uruguay se impuso una costumbre (en los primeros discos de Los Olimareños, Zitarrosa, en los discos editados por Ayuí) de un profundo respeto a todos los participantes en un disco. Antes de eso pocas veces se sabía quién había compuesto, quién lo había arreglado, qué músicos habían participado. Hoy eso se desprecia (...) Es lo que a mí entender le falta a la tecnología musical”.
Emiliano Brancciari, por su parte, dice que a lo largo de viajes y giras ha ido recolectando vinilos para hacerse una colección, que hoy tiene cerca de 1.000 discos. “Mi soporte favorito es el vinilo, sin lugar a dudas. Disfruto del acto de escuchar música. Hay que poner el lado A y cuando termina vas y lo das vuelta, tocás el arte, estás con la mente en el disco que estás escuchando. No hay forma de escucharlo en random, lo escuchás como el artista te lo presenta”.
De la pasta a Youtube
Es tentador establecer distintos tipos de cortes o límites en lo que hace a escuchar y apropiarse de la música. En particular, el corte generacional que dice que cuanto más joven, menos atado a las convenciones del siglo XX, que van en una línea progresiva desde el nacimiento del disco (primero de pasta o “goma laca” y luego de vinilo) hasta el streaming de hoy.
En muchos casos es así, de ahí la tentación. En el caso de Brancciari, todo empezó con un soporte de cinta hoy ya desaparecido. “En mi casa había vinilos, casetes y también teníamos un soporte que se llamaba ‘magazine’. Era como una especie de cinta -incluso teníamos un reproductor de ese formato en el auto-, como un casete, pero más grande. Ni me acuerdo qué artistas teníamos en eso. Era rarísimo. No conocí a nadie más que escuchara música en eso o que lo conociera”, recuerda.
Los discos de vinilo eran el soporte más “prestigioso” en esa época y el casete era como el pariente lejano y humilde: más barato que un disco y de menor calidad de sonido. Pero más práctico. “Lo primero que me compré por mi cuenta fue un casete de la banda GIT, el álbum que tiene la canción Es por amor (Volumen 3). Ahí tendría unos 8 años. Y con mi hermana compramos juntos el casete Invisible Touch, de Genesis”.
Para Brancciari, el casete representa los recuerdos que van desde la infancia hasta bien entrada la adolescencia, cuando se compró su primer CD, Zona de nadie de Riff (al que escuchaba en la casa del primer baterista de NTVG, Pablo “Chamaco” Abdala, ya que él aún no tenía un reproductor de CD).
En esos recuerdos el casetero portátil -el Walkman- fue un protagonista. Brancciari se iba de Montevideo a Buenos Aires en el Bus de la Carrera, viajando de noche para ir a visitar a familia y amigos con los auriculares puestos, una bolsa llena de casetes y el clásico álbum punk Never Mind The Bollock: Here’s The Sex Pistols a todo volumen sonando en los auriculares. “Volumen al palo. Una locura”, dice entre risas cuando se acuerda.
De todas esas maneras de escuchar música, Brancciari saca la siguiente conclusión: “Lo que me ha quedado de todos esos cambios es que la música se democratizó y eso está buenísimo. Cuando era chico, tenías que tener plata para escuchar música. O limitarte a lo que la radio quería que escucharas. Está bueno que cualquiera pueda escuchar lo que quiera, cuando quiera, más allá de mi amor por el disco de vinilo”. (Brancciari cuenta que su colección de vinilos empezó con cuatro o cinco que le regaló su madre. “Esos los tuve muchos años, hasta que me los compré nuevos y los que tenía se los regalé a Sebastián Teysera de La Vela Puerca”.)
Muy distinto fue el camino del trapero Franux BB. “Me acerqué a la música desde chico. En mi familia se escuchaba música a toda hora porque mi padre trabajaba en las orquestas de música tropical (Chocolate, Monterrojo y todas esas bandas). Por lo general, escucho en mi celular, con los auriculares o en la tele. Escucho música desde que me levanto hasta que me acuesto, siempre hay algo sonando. Es mi vida”.
Para él, las plataformas son lo natural y lo mejor: “Creo que casi no tiene desventajas, por el hecho de que se puede navegar infinitamente. Y si es un buen producto se puede hacer viral, puede llegar al lugar que quiera. Es todo cuestión de energía y que a la gente le guste, sobre todo con lo accesible que es hoy la tecnología; cualquiera puede tener acceso a tu música, sea donde sea y esté donde esté. El disco físico es accesible para pocas personas”.
El proceso más o menos lineal en el cual uno iba cambiando de un soporte a otro se deshilachó en algún momento de este siglo. Hoy conviven múltiples soportes y formatos, por más que predomine lo digital. En eso tuvo mucho que ver algo que hubiese sonado ridículo en la segunda mitad del siglo pasado si alguien la hubiese aventurado: la vuelta del disco de vinilo.
Para el presidente de la Cámara Uruguaya del Disco, el músico Mauricio Ubal, la vuelta del disco es, en parte, una reacción a la manera predominante de escuchar la música hoy: en el teléfono y con auriculares. “Creo que la tecnología nos ha ido empujando a modificar bruscamente esa manera. Nos sacó de lo que considero es el mejor formato, el CD. Hoy, muchísima gente escucha música en su celular y ahí la deformación del sonido es muy grande. Pero, claro, la manera en la que escuchás mientras vas por la calle es muy distinto a cómo escuchábamos hace 40 años, que nos sentábamos en un sofá para escuchar un disco para apreciar la propuesta de un artista. Ahí me parece que hubo una gran pérdida. La música sufre una baja muy grande de su propia consideración como objeto artístico. Pero siempre habrá gente que rechazará eso y que formará sus propias tribus, como ocurre con la gente que hoy rescata al disco de vinilo. También hay una incipiente vuelta al casete”.
¿Nostalgia? En algunos casos, seguramente. En otros, se tratará de nostalgia “prestada” ya que muchos de los que hoy desembolsan US$ 30 por un disco ni siquiera habían nacido cuando el vinilo era amo y señor de la venta de música grabada. En esa vuelta a antiguos soportes seguramente incida la moda retro y vintage que ya forma parte del vocabulario y la metodología del marketing desde hace décadas. Pero también internet ha aportado lo suyo. YouTube es, entre muchas otras cosas, un inagotable archivo que nos conecta al pasado para que ese ayer nunca muera.
Ese ayudamemoria online mantiene todo más o menos con vida y, si antes había que ir hasta una disquería especializada para empezar a curiosear en el tango, el jazz o la música de los Románticos alemanes, hoy basta unas simples búsquedas en YouTube. No solo es un acceso directo a la escucha. También es un lugar en el cual esa música se contextualiza y se analiza. Es posible, además, compartir esa experiencia con otros ya sea a través de los comentarios (leerlos a veces puede ser un complemento importante a la música) o haciendo uno mismo un video tipo reaction, o sea, filmarse mientras se escucha por primera vez algo.
El sello más antiguo de Uruguay
Gustavo De León empezó a trabajar como sonidista de Sondor hace 32 años. La historia del sello discográfico más antiguo de Uruguay, sin embargo, empezó en 1938. Fue allí que Enrique Abal Salvo, de 20 años, empezó a realizar “grabaciones a particulares identificando esos primeros discos directos con la marca Son d´Or”, de acuerdo a la información en la página oficial del sello.
Gustavo recuerda que cuando recién llegó la forma de grabar y de almacenar lo grabado era muy diferente a lo que es hoy. Reconoce, en el medio, al menos tres etapas: “Cuando yo empecé se grababa en un sistema analógico en 8 canales y después en 24. Era mucho más reducida la cantidad de cosas que se podía grabar y hacer en ese momento. No se podía editar. Había grabar de la forma más exacta posible, no había forma de arreglo posterior. Lo que hacíamos era que estábamos horas con los artistas hasta que quedara perfecto”. A comienzos de los 90, recuerda, cambiaron la consola que usaban hasta entonces, una casera, por una soundcraft de 32 canales. “A partir de ese momento y hasta comienzos de los 2000 fue una época mixta en la que grabábamos de forma analógica y, además, ya se empezaba a grabar en sistema digital. Después ya en el 2000 más o menos empezó el auge de los sistemas digitales pero en computadora. Y ahora se trabaja en computadoras con programas de audio y con otras facilidades”.
Hay artistas que, recuerda Gustavo, han pasado por todos esos momentos, como Hugo Fattoruso, Jaime Roos, Karibe con K o Jorge Nasser, por nombrar algunos.
Cada etapa, dice Gustavo, fue un desafío en el que, al final, casi que tuvieron que “cambiar la cabeza” para adaptarse.
Hoy quizás tienen menos trabajo del que tenían años atrás pero, cuenta, eso también tiene una ventaja: la de poder dedicarle más tiempo a cada artista, la de cuidar la calidad de los productos que graban allí.
Si bien Gustavo entiende que hoy no es viable que un artista no comparta su música de forma digital, dice que igualmente la mayoría de ellos sienten que, aunque sea en partidas pequeñas, el disco en formato físico tiene que estar, que es una parte necesaria e imprescindible de su trabajo.
Como director del sello discográfico Bizarro Records desde hace 20 años, Andrés Sanabria es una de las voces con mayor influencia en la música popular uruguaya. Empezó, como muchos, escuchando discos (los primeros eran infantiles, tipo Titanes en el ring), y casetes, pero hoy cualquier soporte le viene bien. “No soy un purista del sonido. La música se puede apreciar de muchas maneras, no solo desde lo sonoro”, dice.
“Ha habido muchos cambios, pero no tantos o tan fundamentales como a veces parece”. Para él, se trata muchas veces de “ciclos”. “En los años 50, lo que predominaba eran los simples. Luego, a partir de los Beatles, el álbum adquirió mayor status. Pero apenas unos años después, en los 70 y con la música Disco, volvió el simple. Generalmente, en la música popular predominan las canciones, no el álbum. Ahora también es un paisaje dominado por los simples”. Este año, agrega, fue atípico (y no precisamente para mejor) para su rubro, la venta de discos. Pero como también dice, se siguen vendiendo. Y eso que no es (o no sería) un “negocio” para el consumidor: “Un CD te sale aproximadamente US$ 10. Por ese monto, te suscribís a un servicio de streaming y tenés ‘todos’ los CD que quieras, de todo el mundo”. Aún así que se sigan vendiendo discos (tanto CD como vinilos), indica que hay algo que va más allá del cálculo racional y de precio.
¿Cómo ha repercutido, en el mercado musical uruguayo, la vuelta del vinilo? “Es muy caro fabricar discos de vinilo y cuestan más. Se venden más CD, pero como el vinilo sale más caro, estos últimos dejan más dinero. Pero no es gran negocio para los sellos. Probablemente sea un mejor negocio para las disquerías”.